5.10.13

La monja que pidió perdón a sus asesinos

A las 8:44 PM, por Santiago Mata
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Quienes me han entrevistado para COPE y 13TV en relación al libro Holocausto católico, me pidieron que entresacase de quienes van a ser beatificados el 13 de octubre, algún caso que destaque por haber manifestado el perdón: les comenté el de Martina Vázquez Gordo, Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl, que no solo perdonó, sino que pidió perdón a sus asesinos, a los que había alimentado en el comedor de caridad que fundó en Segorbe. Anoche hizo 77 años de su muerte.

Capitana general de Melilla

Martina Vázquez Gordo, según relata el también vicenciano Pedro Gómez, era segoviana de Cuéllar, tenía 71 años al estallar la revolución y se había hecho hija de la Caridad de San Vicente de Paúl en 1896, con 31 años. Fue superiora del Colegio de la Milagrosa en Zamora en 1908, y en 1914 pasó como superiora al Hospital y Escuelas de Segorbe (Castellón), donde fundó un comedor, más La gota de leche para alimentar a los recién nacidos, la Junta Segorbina de Caridad, etc. Entre 1918 y 1923 está en Madrid, y de 1923 a 1926 está como enfermera en Melilla, dándose el caso de que el ministro de la Guerra, Juan de la Cierva, enviara un telegrama nombrándola capitán general para que así los militares (incluido Queipo de Llano) le obedecieran cediendo espacio en el Casino para los heridos. Uno de los jefes moros le regaló una tela de seda para hacer un mantel a la Virgen del Henar en Cuéllar (santuario en el que está enterrada la mártir). Pasó de nuevo una década en Segorbe, aunque desde 1933 relevada del cargo de superiora. El 25 de julio de 1936 hace que las hermanas consuman la Eucaristía, justo a tiempo ya que el 26 invaden el Hospital los milicianos y las expulsan, encerrándolas en una casa deshabitada. Sor Martina decía a las demás: «Tenemos que ser fuertes, el Señor no nos va a fallar. Recemos y pidamos fortaleza al Señor». Así estuvieron hasta el 3 de octubre, cuando un sacerdote que vivía escondido frente a ellas, con el que se comunicaron por señas, les impartió desde lejos la absolución.


A las 21 horas del 4 de octubre fueron a buscarla, e insistieron en llevársela a pesar de que sus hermanas replicaron que estaba recostada por encontrarse indispuesta. Se puso el hábito, emocionada abrazó a cada hermana y les dijo: «Hasta el cielo». Algunas quisieron acompañarla, pero no se lo permitieron. La metieron en el camión de los paseos y se dirigieron por la carretera de Algar de Palancia (Valencia). Ella, viendo sus intenciones, les dijo: «Me vais a matar, no hace falta que me llevéis más lejos». La hicieron bajar del camión y ella, sin oponer resistencia alguna, les pidió que, por favor, esperaran un momento. Le pidieron que se volviese de espalda. Pero ella se opuso diciendo: «Morir de espaldas es de cobardes. Yo la quiero recibir de frente como Cristo y perdonar como Él perdonó». Se puso de rodillas, oró con fervor, y sacó del bolsillo una pilita de agua bendita, se santiguó, besó el crucifijo y reconfortada les dijo: «Si os he ofendido en alguna cosa os pido perdón y si me matáis yo os perdono… ¡Cuando queráis podéis disparar!» Con los brazos abiertos, el crucifijo entre los dedos de la mano derecha, antes de recibir los disparos, confesó su fe así: «Creo en las Palabras de Jesucristo: Quien me confesare delante de los hombres, también yo le reconoceré delante de mi Padre». Y recibió el primer disparo de perdigones en la cara y cuello. Aún, pudo exclamar «Ay, Dios mío, ten misericordia de mí», y seguidamente cayó en la cuneta, empapada en su sangre. Los milicianos que le dispararon habían sido alimentados por ella en el Comedor de Caridad.