12.10.13

Hispanidad y fe

A las 12:09 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Hispanidad.

Que el día 12 de octubre se celebre, al menos en España (aunque cada vez con menos intensidad y devoción política) el que es llamado de la “Hispanidad” ha de querer decir algo. En realidad ha de querer decir que en un momento determinado, y llevados por barcos de este lado del charco y del Reino de Castilla en el siglo XV unos esforzados compatriotas supieron hacer algo más que decir “tierra a la vista”. Es más, con aquella visión se abría un mundo no sólo económico sino, yendo mucho más lejos, una inmensa obra espiritual.

Pues bien, no se me ocurre mejor homenaje a tantas y tantas personas que colaboraron en la evangelización de América que recordar esto que sigue.

Descubrir y evangelizar

En algunas ocasiones se ha criticado el hecho mismo del descubrimiento de América. A lo mejor se piensa que hubiera sido mejor que la situación se hubiera quedado como estaba antes de que Cristóbal Colón llegara a las tierras hermanas. Eso, claro, no se puede saber pero, como es más que posible que de no haberlo hecho el navegante que lo hizo al servicio del Reino de Castilla lo hubiera hecho otra persona favoreciendo a algún otro Reino, tenemos por bueno lo hecho.

Dice el P. Iraburu que “El Descubrimiento de 1492 es como si del océano ignoto surgiera de pronto un Nuevo Mundo, inmenso, grandioso y variadísimo” (1).

En efecto, aún siendo más que cierto que América ya existía miles de años antes de que Colón se topara con ella sin querer hacerlo, que apareciera ante los ojos de aquel navegante que buscaba, con toda seguridad, otra cosa, no es realidad de poca importancia. Si ahora mismo, en el siglo XXI nos parecen inmensas aquellas tierras, fácil es pensar qué sería para aquellas pocas personas llegadas desde la vieja Europa encontrarse con lo desconocido y ver que no tenía fin ante sus ojos.

Hay, sin embargo, otras realidades que, a causa del Descubrimiento, salieron a la existencia como, por ejemplo, el hecho de que “los indígenas americanos descubren también América a partir de 1492” (2) y, sobre todo, el hecho de que haya, “por fin, en el término Descubrimiento un sentido más profundo y religioso, poco usual. En efecto, Cristo, por sus apóstoles, fue a América a descubrir con su gracia a los hombres que estaban ocultos en las tinieblas” (3). Y esto, sólo por eso, fue suficiente como para que valiera la pena todo el esfuerzo que entonces hizo una nación pequeña como era España.

Pero no sólo fue un Descubrimiento lo que se produjo sino que, sobre todo y como consecuencia de ello, se llevó a cabo lo que, seguramente, ha sido el encuentro más importante de la historia de la humanidad. Por eso, “Quizá nunca en la historia se ha dado un encuentro profundo y estable entre pueblos de tan diversos modos de vida como el ocasionado por el descubrimiento hispánico de América” (4). Y, ante tal situación, resulta lógico pensar y comprender que el mundo, en cierto sentido, viejo y arcaico que era el descubierto acabara sucumbiendo ante el nuevo porque “muchas de las modalidades culturales de las Indias, puestas en contacto con el nuevo mundo europeo y cristiano, van desfalleciendo hasta desaparecer” (5).

Y, tras el descubrimiento no tuvo más remedio que darse la Conquista (6). Y, sin embargo, “En contra de lo que quizá pensaban entonces los orgullosos conquistadores hispanos, las Indias no fueron ganadas tanto por la fuerza de las armas, como por la fuerza seductora de lo nuevo y superior” (7).

Independientemente de lo que se pueda decir acerca de lo que, entonces, creyeron y pensaron los españoles llegados a las nuevas tierras (por ejemplo, que muchos indios actuaban como si estuvieran endemoniados y que eso pudo servir de excusa para diezmar su número de forma poco cristiana) el caso es que se dio una Evangelización muy rápida, siendo la causa principal de la misma “como dice el franciscano Mendieta, que ‘los indios estaban dispuestos a recibir la fe católica’ sobre todo porque ‘no tenían fundamento para defender sus idolatrías, y fácilmente las fueron poco a poco dejando” (8).

Y todo esto porque, según entiende Cristóbal Colón todo fue “milagro de Dios” (9) y, por eso mismo, en carta dirigida a Luis de Santángel, le dice que “Así que pues nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros Ilustrísimos Rey y Reina y a sus Reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas y dar gracias solemnes a la Santa Trinidad, con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán en tomándose tantos pueblos a nuestra Santa Fe, y después por los bienes temporales que no solamente a la España, mas a todos los cristianos tendrán aquí refrigerio y ganancia» (14-2-1493)” (10).

Iglesia y evangelización

De forma inmediata a conocer que se había producido un tan importante descubrimiento, los Reyes Católicos saben que no se ha de quedar la cosa en un aprovechamiento mercantilista del nuevo continente. Entienden que el aspecto espiritual es, también, muy importante. Por eso “ven la necesidad de conseguir la autorización más alta posible para que España pueda cumplir la grandiosa misión que la Providencia le ha encomendado en América” (11). Así, “Roma, pues, envía claramente España a América, y en el nombre de Dios se la da para que la evangelice. En otras palabras, el único título legítimo de dominio de España sobre el inmenso continente americano reside en la misión evangelizadora” (12).

Dice muy bien el P. Iraburu que “Para la evangelización de las Indias, Dios formó en la España del XVI un pueblo fuerte y unido, que mostraba una rara densidad homogénea de cristianismo” (13). Además, “Si la España del XVI floreció en tantos santos, éstos no eran sino los hijos más excelentes de un pueblo profundamente cristiano. Alturas como la del Everest no se dan sino en las cordilleras más alta y poderosas” (14).

A esto lo llama el P. Iraburu “Un pueblo de muchos santos” (15). Y para demostrar que esto es así, expone la siguiente relación:

En la España peninsular, que tenía ocho millones y medio de habitantes, los santos muertos o nacidos en el siglo XVI son muchos: el hospitalario San Juan de Dios (+1550), el jesuita San Francisco de Javier (+1552), el agustino obispo Santo Tomás de Villanueva (+1555), el jesuita San Ignacio de Loyola (+1556), el franciscano San Pedro de Alcántara (+1562), el sacerdote secular San Juan de Ávila (+1569), el jesuita Beato Juan de Mayorga y sus compañeros mártires (+1570), el jesuita San Francisco de Borja (+1572), el dominico San Luis Bertrán (+1581), la carmelita Santa Teresa de Jesús (+1582), el franciscano Beato Nicolás Factor (+1583), el carmelita San Juan de la Cruz (+1591), el agustino Beato Alonso de Orozco (+1591), el franciscano San Pascual Bailón (+1592), el franciscano San Pedro Bautista y sus hermanos mártires de Nagasaki (+1597), el jesuita Beato José de Anchieta (+1597), el franciscano Beato Sebastián de Aparicio (+1600), el obispo Santo Toribio de Mogrovejo (+1606), el franciscano San Francisco Solano (+1610), el obispo San Juan de Ribera (+1611), el jesuita San Alonso Rodríguez (+1617), los trinitarios Beato Juan Bautista de la Concepción (+1618), Beato Simón de Rojas (+1624) y San Miguel de los Santos (+1625), la carmelita Beata Ana de San Bartolomé (+1626), los jesuitas San Alonso Rodríguez (+1628) y San Juan del Castillo (+1628), el dominico San Juan Macías (+1645), el escolapio San José de Calasanz (+1648), el jesuita San Pedro Claver (+1654), y la capuchina Beata María Ángeles Astorch (1592-1665).

Y los santos de la España americana deben ser añadidos a los anteriormente citados: los niños mexicanos tlaxcaltecas Beatos Cristóbal, Juan y Antonio (+1527-1529), el mexicano Beato Juan Diego (+1548), el franciscano mexicano San Felipe de Jesús (+1597), la terciaria dominica peruana Santa Rosa de Lima (+1617), el jesuita paraguayo San Roque González de Santacruz (+1628), y el dominico peruano San Martín de Porres (+1639)” (16).
Y esto, verdaderamente, no está nada mal para un espacio de tiempo no tan extenso.

Los que descubren, conquistan y cuentan

Lógicamente aquellas personas que llegan a la nueva tierra llamada,
luego, América, tienen una misión que cumplir y la cumplen. Han de conquistar, como se ha dicho arriba y, también, evangelizar pues eran de una tal rareza humana y espiritual (comparada con hoy día) que entendían importante para sus vidas llevar, hasta aquellos indígenas, la fe de Cristo y, no siendo políticamente correctos ni actuando con respetos humanos, así lo hicieron. Si todo se lo debían a Dios no podían hacer otra cosa que llevar al Creador a los que ignoraban de su existencia y de su Misericordia.

Así, escribe el P. Iraburu de Alonso de Hojeda (17), Vasco Núñez de Balboa (18), Pedro de Valdivia (19), Francisco López de Gómara (20), Francisco de Xerez (21), Alvar Núñez Cabeza de Vaca (22), Pedro Cieza de León (23) y de Bernal Díaz del Castillo (24).

Los citados eran, como dice José María Iraburu, “soldados cronistas” porque, a la par que conquistaban, dejaron huella escrita de sus hazañas materiales y, también, espirituales. Por eso se pregunta el autor de “Hechos de los Apóstoles de América” que “¿Cómo se explica la religiosidad de estos soldados cronistas?” (25). Y sigue preguntándose, atendiendo a la escasa edad de aquellos hombres (Cieza pasó a las Indias a los 15 o 17 años, Xerez y Alvar a los 17, Bernal Díaz del Castillo, a los 18…) que “¿De dónde les venía una visión de fe tan profunda a éstos y a otros soldados escritores, que, salidos de España poco más que adolescentes, se habían pasado la vida entre la soldadesca, atravesando montañas, selvas o ciénagas, en luchas o en tratos con los indios, y que nunca tuvieron más atención espiritual que la de algún capellán militar sencillico?” (26).

Y, claro, tenía que haber una respuesta que diera razón de la esperanza de aquellos conquistadores y evangelizadores: “Está claro: habían mamado la fe católica desde chicos, eran miembros de un pueblo profundamente cristiano, y en la tropa vivían un ambiente de fe. Si no fuera así, no habría respuesta para nuestra pregunta” (27).

Y abunda en lo mismo diciendo que “Eran aquellos soldados gente sencilla y ruda, brutales a veces, sea por crueldad sea por miedo, pero eran sinceramente cristianos. Otros hombres quizá más civilizados, por decirlo así, pero menos creyentes, sin cometer brutalidad alguna, no convierten a nadie, y aquéllos sí” (28).

Pero no podemos dejar de citar a los que, con toda seguridad, fueron “los máximos héroes de la actividad misionera en las Indias” (29). Estos no eran otros que los religiosos (y los obispos de aquellos tiempos) que, “al modo de los apóstoles elegidos por Jesús, lo dejaron todo, y se fueron con él, para vivir como compañeros suyos y ser así sus colaboradores inmediatos en la evangelización del mundo (+Mc 3, 14)” (30). A estos hay que añadir que “las familias cristianas fueron el medio principal de la evangelización de América” (31) porque “Es indudable que el mestizaje, la educación doméstica de los hijos, la solicitud religiosa hacia la servidumbre de la casa, fueron quizá los elementos más importantes para la suscitación y el desarrollo de la vida cristiana” (32).

Y como, sin duda alguna, suele ser lo mejor que sean los mismos habitantes de un determinado lugar los que sean apóstoles de entre los suyos, los llamados “Indios apóstoles” (33) a través de las “Cofradías de naturales” llevaron a cabo una importante labor evangelizadora. Así, los “indios catequistas” (34), llevando a la práctica la formación que habían recibido (incluso siendo, en ocasiones, apadrinados por los mismos Reyes Católicos) “prestaron igualmente un servicio insustituible en la construcción de la Iglesia en el Mundo Nuevo” (35).

¿Qué y cómo fue esta labor evangelizadora?

Pues así y por esto:

La Iglesia en las Indias fue una madre capaz de engendrar con Cristo Esposo más de veinte naciones cristianas. Y en esta admirable fecundidad misionera colaboraron todos, Reyes y virreyes, escribanos y soldados, conquistadores y cronistas, escribanos y funcionarios, frailes y padres de familia, encomenderos, barberos, sastres y agricultores, indios catequistas, gobernadores y maestros de escuela, cofradías de naturales, de criollos, de negros, de españoles o de viudas, gremios profesionales, patronos de fundaciones piadosas, de hospitales y conventos, laicos fiscales y religiosas de clausura, párrocos y doctrinos, niños hijos de caciques, educados en conventos religiosos, corregidores y alguaciles…

Todo un pueblo cristiano y fiel, con sus leyes y costumbres, con sus virtudes y vicios, con sus poesías y danzas, canciones y teatros, con sus cruces alzadas y templos, sus fiestas y procesiones, y sobre todo con sus inmensas certezas de fe, a pesar de sus pecados, fue el sujeto real de la acción apostólica de la Iglesia
” (36).

Y es que aquellos apóstoles que llevaron a tierras americanas el Evangelio lo hicieron con pleno conocimiento de lo que hacían y con todo su corazón católico.

Problemas hubo muchos; incomprensiones otras tantas que hicieron, en determinadas ocasiones, que la conquista pareciera una labor exclusivamente sangrienta sin tener en cuenta ni las circunstancias de la misma ni las necesidades de todas las partes que intervinieron en ella. Sin embargo, a fuerza de haber visto el resultado al cabo de los siglos pasados desde entonces, lo bien cierto es que la labor de los apóstoles de América fue fructífera y, prueba de ello es que las tierras americanas se han convertido en fuente, casi, inagotable, de sacerdotes y personas consagradas en la vida religiosa.

Y eso, más que nada, ha sido fruto de Jesucristo y del amor misericordioso de Dios.

Y, como Reina de la Hispanidad, la Virgen María en la advocación de El Pilar, es quien vela por tantas patrias hermanas que, bajo su manto, son una misma comunidad de hijos que miran a la Madre de Dios como madre suya. Por eso, cuando el Beato Juan Pablo II visitó el Pilar de Zaragoza, allá por el 6 de noviembre de 1982 se vio en la gozosa obligación de decir que

“El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María… Le impulsó además a trasplantar la devoción mariana al Nuevo Mundo descubierto por España, que de ella sabe haberla recibido y que tan viva la mantiene. Tal hecho suscita aquí, en el Pilar, ecos de comunión profunda ante la Patrona de la Hispanidad. Me complace recordarlo hoy”


Por cierto, recordemos (y no olvidemos) que María es, también, “Reina de los Mártires“ y que mañana mismo, 13 de octubre, muchos de ellos serán beatificados en Tarragona.

¡Benditos los hijos de Dios que saben que lo son y actúan en consecuencia!

NOTAS

(1) Hechos de los apóstoles de América (H.-a. A). 1, p. 6.
(2) Ídem nota anterior.
(3) H.-a. A. 1, p. 7.
(4) Ídem nota anterior.
(5) H.-a. A. 1, p. 8.
(6) Resulta impensable siquiera plantear que en aquel tiempo de adquisición de territorios el hecho de llegar a uno nuevo hubiera dejado las cosas como estaban. Ante tierras tan inmensas por conocer lo único que pudieron hacer, espíritu de aquella época, era adquirirlas para la corona que patrocinaba el viaje. Y la conquista, la Conquista, tuvo que darse, digamos, a la fuerza de las circunstancias que rodeaban todo aquel movimiento humano y espiritual.
(7) H.-a. A. 1, p. 9.
(8) H.-a. A. 1, p. 14.
(9) H.-a. A. 2, p. 21.
(10) Ídem nota anterior.
(11) H.-a. A. 3, p. 26.
(12) H.-a. A. 3, p. 27.
(13) H.-a. A. 4, p. 50.
(14) Ídem nota anterior.
(15) Ídem nota 13.
(16) H.-a. A. 4, p. 50-51.
(17) H.-a. A. 4, p. 54.
(18) H.-a. A. 4, p. 54-55
(19) H.-a. A. 4, p. 55.
(20) H.-a. A. 4, p. 56.
(21) H.-a. A. 4, p. 57.
(22) Ídem nota anterior.
(23) H.-a. A. 4, p. 59.
(24) H.-a. A. 4, p. 60.
(25) H.-a. A. 4, p. 61.
(26) Ídem nota anterior.
(27) H.-a. A. 4, p. 62.
(28) Ídem nota anterior.
(29) H.-a. A. 4, p. 63.
(39) Ídem nota anterior.
(31) H.-a. A. 4, p. 65.
(32) Ídem nota anterior.
(33) H.-a. A. 4, p. 66.
(34) Ídem nota anterior.
(35) Ídem nota 33.
(36) H.-a. A. 4, p. 67-68.

Eleuterio Fernández Guzmán