15.10.13

Santa Teresa de Jesús y el agua bendita

A las 1:51 PM, por Juanjo Romero
Categorías : Argumentación

Segunda conversión de Santa Teresa. Convento del Carmen. Santiago de Chile (1694)

15 de octubre. Santa Teresa de Jesús. No me sale lo de llamarle «de Ávila», lo siento. Reformadora, escritora, poeta, mística, Doctora de la Iglesia…, ¿maestra de vida interior?. Sin dudarlo. Trató y conoció tanto al Amor de los Amores y la naturaleza humana que no pierde actualidad, sigue enseñándonos a quererLe.

Para las experiencias místicas más profundas y para los consejos ascéticos más rudimentarios. Tan universal que es reconocida como santa y «Maestra de la Fe» por los anglicanos. Un magisterio que supera el odio, puesto que fue canonizada en 1622 en plena Guerra de los Treinta Años, el mismo día que San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Isidro Labrador –me habría encantado asistir al acto, ¿a que sí?–

Quizá con un Papa como Francisco que predica tan insistentemente sobre la presencia y la lucha contra el Demonio, sea un buen momento para hacerle frente con una insistente recomendación de la santa: el uso del «agua bendita», que según su experiencia no sólo provoca su fuga, también impide el retorno.

El capítulo 31 de su «Vida», con el sugerente título de «Trata de algunas tentaciones exteriores y representaciones que la hacía el demonio, y tormentos que la daba. Trata también algunas cosas harto buenas para aviso de personas que van camino de perfección» está lleno de ejemplos, no lo reproduzco entero, es largo. Entresaco algunos:

Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hacia el lado izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra. Díjome espantablemente que bien me había librado de sus manos, mas que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo hacia aquella parte, y nunca más tornó. (Vida 31, 2)

De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que huyan más para no tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven. Debe ser grande la virtud del agua bendita. Para mí es particular y muy conocida consolación que siente mi alma cuando lo tomo. Es cierto que lo muy ordinario es sentir una recreación que no sabría yo darla a entender, como un deleite interior que toda el alma me conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos como si uno estuviese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de agua fría, que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así la pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace a lo que no es bendito. (Vida 31, 4)

O de sus cartas, también entresaco, porque hay muchas:

Este temor, que dice, entiendo cierto debe de ser, que el espíritu entiende el mal espíritu: y aunque con los ojos corporales no lo vea, débele de ver el alma, o sentir. Tenga agua bendita junto a sí, que no hay cosa con que más huya. Esto me ha aprovechado muchas veces a mí. Algunas no paraba en sólo miedo, que me atormentaba mucho, esto para sí solo. Mas si no le acierta a dar el agua, bendita, no, huye; y ansí es menester echarla alrededor. (Cta XXXIII, 8 Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa)

No se cansaba de aconsejar lo que vivía.

Es una pena que en muchas iglesias moleste o no pegue con la decoración. O quizá, más triste, que la pila esté vacía de mucho tiempo. No consigo entender el desprecio, ni en los autodenominados « cristianos adultos».

Reconozco que en esos casos suelo ser ‘malo’, mejor hacer algo que simplemente quejarse. Cuando tengo la ocasión acudo con un pequeño bote a la sacristía. Pregunto por el sacerdote y pido para llevarme a casa. Tengo comprobado que no suele haber mala fe, más bien dejadez, y que no sólo soy el único beneficiado de la acción.

Habrá quien piense que son cosas de niños, allá él.