17.10.13

Persecución por la fe

¡Cómo está el patio!

Resulta que, estirando la celebración de la beatificación de 522 mártires de la persecución izquierdista contra la Iglesia católica, perfectamente orquestada por los mandamases de la II República Española y defendida por tantos y tantos a lo largo de los años que desde entonces han transcurrido, digo que, estirando de lo que pasó el domingo 13 de octubre, hay personas que, por muy inteligentes que puedan parecer no muestran más que un odium fidei bastante claro y, en general, una ignorancia más que sustanciosa.

Son, por así decirlo, unos buenos tontos ilustres que, además, hacen un flaco favor a los que llaman “sus” muertos que, en una Guerra Civil lo son de todos. Pero ellos, sectarios que son, no pueden evitar ciertos tics.

Pero bueno, esto es lo que hay.

Lidia Falcón, a la sazón es licenciada en Derecho, en Arte Dramático y Periodismo y Doctora en Filosofía, etc., etc. etc. ha escrito (en “Publico”) algo así como la apología de la muerte republicana. Bueno, sólo de cierta muerte pues como es de imaginar no todas las personas que murieron en el bando republicano, o en el llamado nacional, lo hicieron, de forma injusta al verse implicadas en puras acciones de guerra. Se refiere, sin duda, a las que murieron sin los juicios acusatorios correspondientes y sin lo que eso supone.

Pero, como suele suceder, ha errado en el tiro y se ha equivocado en lo que ha escrito. Y hay que decirlo.

Dice, por ejemplo, esto:

Ciento cincuenta mil son los mártires republicanos que esperan en las cunetas de las carreteras, en las fosas comunes de los cementerios, en los bosques y los huertos familiares, a que la Iglesia católica los reconozca como tales.

Sabemos en sentido que le da la Iglesia católica a la palabra “mártir” y no tiene mucho que ver con lo que, al parecer, supone para esta escritora famosa. Para ella, mártir es cualquiera persona de su ideología que murió sin el correspondiente respeto de la ley. Y, claro, no cabe comparar una cosa con la otra. La Iglesia está perfectamente legitimada para hacer lo que ha hecho.

En el mismo artículo, ha dicho que

Cuando el Papa apoya a esa Iglesia que se atreve a beatificar a “sus mártires” porque eran católicos muertos por su fe, sin rendir homenaje, ni aún mencionar, a todos los otros mártires que fueron asesinados por su fe republicana en el progreso, en la paz y la concordia entre los españoles, está alineándose una vez más con los fascistas vencedores de la Guerra Civil española.

Dice que la Iglesia seatreve” a beatificar a las personas que lo merecen. Lo dice como si no lo merecieran o fuera un capricho de la Esposa de Cristo hacer eso. Por lo tanto, no es posible que a Iglesia católica haga lo que dice que tiene que hacer con unas personas que, seguramente, murieron de forma injusta pero que, como es de imaginar, no lo hicieron por su fe ni perdonando. Bueno, no digo yo que no pudieran perdonar a quienes los mataran pero que la causa de su muerte no fue su fe, eso sí lo digo. Circunstancias, pues, distintas, consecuencias, también, distintas.

Abunda, también, diciendo esto:

Quizá este Papa que exalta la valentía de los mártires de su Iglesia no sepa de la valentía de los mártires republicanos, que en condiciones de pobreza, como vivía la mayor parte de la población española, dedicaron los mejores años de su juventud y de su vida a redimir del analfabetismo a los niños y a los adultos de su país, a curar a los enfermos, a intentar redistribuir la riqueza que detentaban en exclusiva los caciques y los capitalistas, invirtiendo en esta tarea sus pocas horas de ocio y todos sus recursos humanos y materiales.

Cuando se habla sobre “valentía” de los mártires se trata de una forma de actuar que poco tiene que ver con la forma de actuar en vida. Los mártires no eran valientes porque miraran la muerte con altivez y no les importara morir en aquellas circunstancias sino porque sabían que la causa de su muerte era su fe y eso les daba fuerzas hasta, incluso, para perdonar a las personas que apretaron el gatillo o utilizaron cualquier otro artificio para acabar con sus vidas. No se trata, pues, de una valentía mundana sino de una forma de actuar sobrenatural.

Y podríamos seguir un largo rato con esto porque hay mucho más en lo que se equivoca Lidia Falcón y se ha equivocado. Seguramente, eso no lo puedo negar, debe creer que está en lo cierto pero muchas veces la certeza es más falsedad que otra cosa.

De todas formas, siempre es justo poner a cada uno en su sitio porque hay ciertas cosas, como ésta que hemos traído aquí, que huele, demasiado, a desprecio.

Eleuterio Fernández Guzmán