23.10.13

 

Los católicos que se divorcian y se vuelven a casar, ¿pueden comulgar? No. ¿Podrán comulgar? No. ¿Por qué? Porque hacerlo no sería “coherente con la voluntad de Dios, tal como se expresa en las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio“. No lo digo yo, aunque también, sino el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Gerhard Müller.

Mons. Müller escribió hace unos meses un artículo sobre esta cuestión que fue publicado en medios alemanes. La razón es que cada vez había, y sigue habiendo, más voces en la Iglesia en Alemania a favor de admitir en la comunión eucarística a los divorciados recasados. El Prefecto cumplió con su labor en defensa y promoción de la fe con un texto que no deja lugar a las dudas, ni a ambiguas interpretaciones.

Ese mismo texto se ha publicado ahora en el periódico oficial de la Santa Sede, L’Osservatore Romano. Lo que cabe preguntarse es ¿por qué ahora en el LOR?, ¿por qué no se publicó al mismo tiempo que en Alemania? La respuesta es obvia. Lo que era solo un problema de la Iglesia en Alemania o centroeuropa) está amenazando con ser un problema para toda la Iglesia. El anuncio del sínodo extraordinario de los obispos para el año que viene, en el que se tratará, entre otras cosas, la pastoral familiar, está disparando las especulaciones sobre ese asunto de los divorciados. A ello contribuyen las interpretaciones que desde muchos medios se están dando a ciertas declaraciones del Papa. Pues bien, para que no haya lugar a equívocos, la Santa Sede ha decidido que el texto de Mons. Müller sea publicado de nuevo en el periódico vaticano.

Muchos están fijándose en las palabras del prefecto sobre las nulidades matrimoniales. Pero lo que dice el arzobispo alemán es de sentido común. Salvando las distancias, yo llevo años diciendo que un buen número de las bodas que se celebran en nuestros templos son nulas, porque los contrayentes no saben o no quieren casarse según la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Dado que los contrayentes son los ministros del sacramento, basta con que uno de los cónyuges no cumpla esas condiciones. Y ni les cuento la de veces que eso ocurre cuando uno o los dos no son católicos practicantes. En mi opinión habría que exigir una preparación mucho más intensiva para conceder el matrimonio. Los cursos prematrimoniales me parecen insuficientes, sobre todo por la duración en el tiempo. No puede ser que se requieran dos-tres años de catequesis para la comunión o confirmación y se despache con cuatro días la formación catequética para recibir el sacramento que está llamado a constituir una nueva familia cristiana.

El prefecto de Doctrina de la Fe hace referencia a la solución que la Iglesia propone a los divorciados recasados que quieren regularizar su situación pero sin llegar a separarse, debido a que esa nueva separación podría perjudicar a los hijos que hayan tenido. La Iglesia les pide que vivan bajo el mismo techo pero como hermanos. Sin duda no es fácil, pero la gracia de Dios les capacita para poder ser fieles en todo momento.

Mons. Müller pide, como ya hicieron en su día Juan Pablo II y Benedicto XVI, y como sin lugar a dudas va a procurar el papa Francisco, que se dé una mayot atención pastoral a esas personas. He de reconocer que no podría entender que en dicha atención pastoral no se les advirtiera de que viven en pecado mortal, lo cual pone en peligro su salvación. Comprendo que la Iglesia no les esté diciendo cada dos por tres que Cristo afirmó que lo que ellos han hecho es adulterio, pero tampoco se puede tapar el sol con un dedo. Y si no pueden recibir el sacramento de la confesión a menos que se arrepientan y tampoco pueden comulgar, ¿qué tipo de cuidado pastoral efectivo pueden recibir? Sinceramente no lo sé, pero doctores tiene la Iglesia.

Magistral me parece el argumento del Prefecto en relación a los que apelan a la misericordia de Dios para justificar que se dé los sacramentos a quienes viven en pecado mortal: “se corre el riesgo de la banalización de la imagen misma de Dios, según la cual Dios no podría hacer más que perdonar“. Efectivamente, Dios nos ha salvado. Dios quiere perdonarnos. Pero Dios busca nuestra conversión para poder perdonarnos y salvarnos. Y no nos deja solos en ese proceso de conversión. Su gracia nos asiste. Nadie puede volver sus ojos al Señor si no es por la gracia que el propio Señor nos da. Pero, como dice san Pablo, no podemos tomar la gracia como ocasión para pecar: “¡Pues qué! ¿Pecaremos porque no estarnos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡Eso, no!” (Rom 6,15)

En realidad, los que reclaman que se admita que los divorciados vueltos a casar comulguen, están pidiendo que la Iglesia admita que el matrimonio no es indisoluble y puede ser deshecho por voluntad humana. Con ello quieren regresar a la ley mosaica, que permitía el divorcio. Pero Cristo abrogó esa ley: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así. Y yo digo que quien repudia a su mujer, salvo caso de fornicación (*), y se casa con otra, adultera” (Mat 19,8-9). La Iglesia está obligada a ser fiel a las palabras de Cristo. No puede contradecirle. No puede permitir lo que el Señor prohíbe. Y quien no entienda eso, no entiende nada.

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) el término griego es porneia, que no significa adulterio sino fornicación. Es una referencia a las uniones en concubinato. Es decir, Cristo admite que se separen parejas que no estaban casadas. Esa excepción no es válida para justificar que se divorcie y vuelva a casar el cónyuge que ha sido traicionado por el otro.