Bergoglio: respeto por los gays, pero la familia es otra cosa

 

Todas las veces que el que escribe, y muchos otros amigos, manifiesta en público su oposición a la ley liberticida sobre la homofobia y a los proyectos de ley sobre el «matrimonio» homosexual, se alza siempre la manita de un oponente que nos acusa de ir «contra el Papa», citando –no siempre con las palabras exactas- su famosa frase, en la entrevista en el avión en que regresaba a Roma desde Brasil, según la cual si una persona homosexual «busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?».

16/11/13 6:43 PM


Prescindiendo de cualquier valoración y opinión sobre la modalidad de comunicación y los riesgos de las entrevistas, la afirmación es coherente con el «Catecismo de la Iglesia Católica», que además el Papa Francisco había citado –como hace frecuentemente- en la siguiente frase de aquel mismo diálogo con los periodistas.

A la personas en cuanto personas, comprendidas las homosexuales, se aplica el pasaje del evangelio «No juzguéis para no ser juzgados» (Mt 7,1), que no es desde luego un invento del Papa Francisco. El mismo Jesús que invita a no juzgar, ante quien se mancha de pecados que escandalizan a los niños, exclama: «Más le valdría que le ajustaran al cuello una piedra de molino y que le arrojaran al mar, que escandalizar a uno de esos pequeños» (Lc 17, 1-2). Ciertamente Jesús no se contradice a sí mismo. Tampoco la Iglesia ni el Papa, cuando por una parte invita a no juzgar a las personas homosexuales como personas, y por otra remite al «Catecismo», que enseña que «los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados» y «no pueden recibir aprobación en ningún caso» o fundamentar reconocimientos jurídicos (n. 2357). Y se trata del mismo «Catecismo» que en el n. 2358 advierte que los homosexuales «deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta».

¿Contradicción? No. Aquí se trata, al contrario, de la esencia misma del anuncio cristiano, que por una parte aplica el «No juzguéis» del Evangelio a las personas en cuanto tales, y por otra juzga los actos y sus consecuencias sociales. La Iglesia acoge con compasión y delicadeza a la mujer que ha abortado, pero condena el aborto. Acoge en la comunidad –lo ha explicado muchas veces Benedicto XVI – a los divociados vueltos a casar, pero condena el divorcio. Es la gloria y la grandeza, pero también el carácter exigente y difícil, del cristianismo.

Hay que agradecer por tanto al vaticanista Sandro Magister por haber llamado la atención, con relación a algunas polémicas recientes, sobre una carta que el cardenal Bergoglio dirigió el 5 de julio de 2010 –hace tres años- al doctor Justo Carbajales, Director del Departamento de los Laicos de la Conferencia Episcopal Argentina, quien había organizado para el 13 de julio una Marcha para la Vida y la Familia que quería oponerse a la ley sobre el «matrimonio» homosexual, posteriormente por desgracia aprobada por el Parlamento argentino. Magister facilita un link al texto publicado por la agencia de los obispos argentinos en lengua española. El texto no ha sido hasta ahora traducido al italiano, e incluyo por tanto la traducción íntegra:

(N. del e.: aquí el autor pone la carta en italiano. Nosotros ponemos la original en español)

"Querido Justo:

La comisión Episcopal de Laicos de la CEA, en su carácter de ciudadanos, tuvo la iniciativa de realizar una manifestación ante la posible sanción de la ley de matrimonio para personas del mismo sexo, reafirmando –a la vez- la necesidad de que los niños tengan derecho a tener padre y madre para su crianza y educación. Por medio de estas líneas deseo brindar mi apoyo a esta expresión de responsabilidad del laicado.

Sé, porque me lo has expresado, que no será un acto contra nadie, dado que no queremos juzgar a quienes piensan y sienten de un modo distinto. Sin embargo, más que nunca, de cara al bicentenario y con la certeza de construir una Nación que incluya la pluralidad y la diversidad de sus ciudadanos, sostenemos claramente que no se puede igualar lo que es diverso; en una convivencia social es necesaria la aceptación de las diferencias.

No se trata de una cuestión de mera terminología o de convenciones formales de una relación privada, sino de un vínculo de naturaleza antropológica. La esencia del ser humano tiende a la unión del hombre y de la mujer como recíproca realización, atención y cuidado, y como el camino natural para la procreación. Esto confiere al matrimonio trascendencia social y carácter público. El matrimonio precede al Estado, es base de la familia, célula de la sociedad, anterior a toda legislación y anterior a la misma Iglesia. De ahí que la aprobación del proyecto de ley en ciernes significaría un real y grave retroceso antropológico.

No es lo mismo el matrimonio (conformado por varón y mujer) que la unión de dos personas del mismo sexo. Distinguir no es discriminar sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar. En un tiempo en que ponemos énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad cultural y social, resulta una contradicción minimizar las diferencias humanas fundamentales. No es lo mismo un padre que una madre. No podemos enseñar a las futuras generaciones que es igual prepararse para desplegar un proyecto de familia asumiendo el compromiso de una relación estable entre varón y mujer que convivir con una persona del mismo sexo.

Tengamos cuidado de que, tratando anteponer y velar por un pretendido derecho de los adultos dejemos de lado el prioritario derecho de los niños (que deben ser los únicos privilegiados) a contar con modelos de padre y madre, a tener papá y mamá.

Te encargo que, de parte de Ustedes, tanto en el lenguaje como en el corazón, no haya muestras de agresividad ni de violencia hacia ningún hermano. Los cristianos actuamos como servidores de una verdad y no como sus dueños. Ruego al Señor que, con su mansedumbre, esa mansedumbre que nos pide a todos nosotros, los acompañe en el acto.

Te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí. Que Jesús te bendiga y la Virgen santa te cuide."

Hasta aquí la carta del entonces cardenal Bergoglio. Muestra con perfecta claridad el pensamiento del actual Pontífice, que es el pensamiento de la Iglesia y del «Catecismo». Por una parte, « no queremos juzgar a quienes piensan y sienten de un modo distinto». Por otra, tenemos el derecho y el deber como católicos y como ciudadanos de juzgar los actos –no podemos sostener y enseñar que la unión estable del hombre y de la mujer «es lo mismo» que estar juntas dos personas del mismo sexo– y de juzgar las leyes, oponiéndonos firmemente a las que manifiestan un «real y grave retroceso antropológico».

El Papa nos enseña un estilo, que una vez más es el que transmite el «Catecismo»: «manso» al evitar gritos o tonos vulgares y al no juzgar a las personas en cuanto tales, firme al defender una verdad en la que está en juego lo esencial de la cuestión antropológica. Es el estilo de nuestra batalla, y de nuestro sí a la familia.

 

Massimo Introvigne

Publicado originalmente en La nuova Bussola quotidiana

Traducido por InfoCatólica