23.11.13

 

Mi amiga Lou no es creyente, qué le vamos a hacer. Eso sí, en las cosas de la parroquia, lo que quieras. Evidentemente no es catequista, ni se dedica a la liturgia ni a temas de formación. Lo suyo no es el canto litúrgico, ni la hoja parroquial, ni las reflexiones dominicales. Ahora bien, como informática no tiene precio. Para poner al día un ordenador, pegarse con los antivirus, las redes, los controladores de las impresoras, formatear o hacer que funcione el correo, la verdad es que es un crack. Y si se trata en un rastrillo para Cáritas de vender tickets, poner cervezas o aportar su trabajo, genial.

Ayer ha estado por la parroquia. Cosas del “colomato” que necesitaba poner al día un ordenador y echar un vistazo a los programillas.

Al salir, una pequeña charla de amigos. Por su parte llena de buena voluntad. Me sugiere ¡pobre! nada menos que me dedique a la política. Me toqué el alzacuello y le dije: lo mío es otra cosa, no tiene sentido abandonar ni un minuto el ministerio para ponerme a hacer cosas para las que deberían estar cualificados los laicos. Aparte, claro está, que los sacerdotes y religiosos lo tenemos estrictamente prohibido.

Siguió la cosa hasta llegar a ese punto en el que la fe marca la distancia definitiva. Porque me respondió: ¿acaso no estás para hacer un mundo mejor?

Pues vuelta a tocar esa “blanca doble” que como sacerdotes nos identifica. No, Lou, le dije. Yo no estoy simplemente para hacer un mundo mejor. Yo estoy para anunciar el evangelio, para hablar a los hombres de Cristo muerto y resucitado. Mi misión es animar a la gente a que se convierta del todo a Jesucristo, que viva el evangelio, que celebre su fe, que cumpla los mandamientos. Pero ¿sabes? seguí el discurso… la consecuencia de todo eso es que la gente cambia, se hace solidaria, trabaja por los demás y el mundo se renueva.

Aparentemente todo desemboca en lo mismo: estar con los pobres, ayudar a los débiles, hacer familia. Pero las cosas se entienden de distinta manera. Por ejemplo, no entiende igual ayudar a una chiquilla embarazada un agnóstico, una feminista radical o un cristiano. Cuando un cristiano vive su fe con autenticidad, siente la necesidad de abrirse a los otros, darse, transformar el mundo. Entiende que la gran transformación del hombre y del mundo están en la conversión a Cristo, en que las cosas se hagan con criterios evangélicos, en reordenar las cosas, rotas por el pecado, según los criterios de Dios.

Además, a todo esto hay que añadir una cosa aparentemente baladí, la gracia de Dios, que ayuda a comprender todo y es fuerza para poder hacerlo y vivirlo.

A estas alturas, entre lo que hablamos ayer, y lo que escribo hoy, Lou creo que está completamente perdida. Eso sí, al final siempre me dice lo mismo: ya sabes como soy, pero aquí para lo que haga falta. Normal. Para quien no cree esto que acabo de escribir suena a chino mandarín con mezcla de sánscrito antiguo.

No pasa nada, Lou. Gracias por todo y aquí seguimos. Un beso, y un lametón del buenazo de Socio.