29.11.13

NO podemos ni debemos acostumbrarnos -28º Encuentro Nac. de Mujeres Autoconvocadas-


“Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando echan los primeros brotes, ustedes saben que el verano ya está cerca. Así también, apenas vean ustedes que suceden las cosas que les dije, sepan que el Reino de Dios está cerca.El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Cuídense de ustedes mismos, no sea que una vida materializada, las borracheras o las preocupaciones de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso…”(Lc.21,29-34)

NO es suficiente la noticia y las crónicas: hay confusiones…

Desde ya, pido disculpas a los lectores por la extensión de este artículo, pareciéndome que el tema trasciende mucho lo anecdótico, y hay algunos puntos para detenernos, y para que se conozca un poco mejor este tema.

Un año más, ha terminado un nuevo Encuentro de Mujeres Autoconvocadas (que de autoconvocadas no tienen ni las la “a”.) y se empiezan a “coleccionar” y difundir fotos y videos ilustrativos (advertimos sobre su fuerte contenido explícito este año, no apto para menores) para que el mundo sepa que aquí, en Argentina, los Aquelarres no sólo existen, sino que se programan con bastante anticipación, se les proporciona aparato propagandístico y hasta se los declara cínicamente “de interés cultural” y el día menos pensado, si seguimos así, se organizarán plateas de “morbo sacrílego sadomasoquista” a cielo abierto, frente a templos católicos de esta patria que lleva como enseña los colores del manto de Nuestra Señora.

 

Para los más desinformados, podemos decir que hace ya 28 años (veintiocho, sí, casi apenas “estrenada” la democracia redentora), se reclutan decenas de miles de mujeres de todo el país y de países hermanos de Hispanoamérica (Bolivia, Paraguay, Brasil, etc.), para asistir “bajo una modalidad abierta, participativa, democrática, horizontal y heterogénea”(sic) a un “Encuentro de Mujeres” que persiguen como principal fin la defensa de la ideología de género y la legalización del aborto, anticoncepción y contranatura, mal disimulada entre otras decenas de reclamos más o menos “sociales” (protesta por trabajo esclavo, trata de blancas, medios de comunicación, comunidades aborígenes, cuestiones ecologistas, etc.) que sirven de pantalla para la captación de incautas, como se ve en este video.

Declaran mentirosamente (como es de esperar, hijas de Eva y el Padre de la Mentira, si abominan de María Ssma.) autofinanciarse con una mínima inscripción, pero lo cierto es que mayoritariamente se solventan por Organizaciones no gubernamentales Nacionales e “Internacionales” (pro abortistas como la ONU, Planned Parenthood), Partidos de Izquierda y socialistas, Instituciones, Comercios, Empresas, y siempre con la complicidad y apoyo de los gobiernos locales y nacional, sean éstos de uno u otro partido reinante, ya que todos responden, desde ya, al único Poder Internacional del Dinero y de la Muerte.

Sobre el variado “programa”, el mismo se desarrolla mayoritariamente entre los numerosos colegios públicos que son cedidos a esta gente para el desarrollo de sus “talleres”, realizados siempre a puertas cerradas, con exclusión completa de varones y de fuerzas policiales a fin de “debatir” cada tema propuesto. Si se “detecta” a las católicas allí dentro, son sacadas a empujones o patadas, sin detenerse siquiera –como he sido testigo en Paraná, hace unos años- ante un embarazo avanzado. En los intervalos, las hordas (no hay otro término) circulan por las ciudades “tomadas” ensuciando y pintando edificios, comercios y monumentos históricos, insultando a los transeúntes que osan portar “caras limpias”, y el “broche de oro” son los llamados “escraches” a los templos, con manifiesta intención de profanarlos. Encontrando allí a grupos católicos apostados para su defensa, se suceden escenas tan violentas –cada año más- como repugnantes, en las que con absoluta impunidad, cebadas como fieras, agraden a los grupos –mayoritariamente masculinos- que rezan el Rosario ininterrumpidamente, con ánimo estoico ante todo tipo de provocaciones.

***

Hasta aquí el “dato”, que con matices, se viene repitiendo, como decíamos, hace casi 3 décadas, pasando alternativamente por diferentes provincias argentinas. El saldo: suciedad, pérdidas patrimoniales, e indefectiblemente, la sensación de una ciudad entera que ha sido sometida a la barbarie, prepotentemente, en nombre de las libertades y tolerancias modernas.

Ahora bien: más allá de las consideraciones casi exclusivamente piadosas y espirituales (la necesidad de reparar, de rezar por la conversión de las agresoras, la conciencia del combate con seres infernales, etc.- que estos sucesos provocan, nos parece que se impone urgentemente también, una reflexión de sentido común y de orden natural -ya que tanto decimos defenderlo-, y que si se sigue aplazando o acallando, comportaría una grave omisión, y una afrenta al bien común, tanto más grave cuanto mayor sea la autoridad de quienes la soslayen, teniendo en cuenta aquello que decía Pío XII, durante los tiempos de la guerra fría:“no tengo miedo a la acción de los malos, sino al cansancio de los buenos”.

Se observa en efecto, que por ejemplo, ante las noticias de catástrofes naturales, cuando en un país se avecina un tifón, tanto el gobierno como los pobladores que están al tanto, toman recaudos pertinentes para que éste provoque el menor daño posible.

Asimismo, vemos en las películas del lejano Oeste que cuando se aproxima un Malón o un grupo de “bandidos”, también se trata de resguardar los bienes y las personas, procurando reunir fuerzas para su resistencia y defensa.

Y hasta en las películas de ciencia ficción, cuando se prevé una invasión de monstruos, se buscan elementos de resistencia y defensa para enfrentar al enemigo inminente e “inevitable”, habiendo agotado previamente todas las posibilidades de evitar su ataque.

Luego de sobradísimos testimonios en el tema que nos ocupa, pues, hay algunas conclusiones innegables:

- a) la condición de “invasión” que este tipo de eventos comporta en las ciudades-sede cada año.

- b) La reiterada y harto probada agresión violenta (física, moral y espiritual) que conllevan los “Encuentros” a los habitantes de esas ciudades y a todos los que protegen con sus propios cuerpos los templos católicos.

Y razonando lo más desapasionadamente posible, preguntamos: ¿cómo se llaman los agentes extraños que invaden de manera violenta y agresiva un territorio? -El diccionario de la RAE define como “enemigo” a la “persona que tiene mala voluntad a otra y le desea o hace mal”.

-¿Y qué se hace frente a un enemigo? -Se lo combate, de modo defensivo, cuando éste ataca, al menos.

-¿Por qué; cuál es el fin de la defensa? -Colocar al agresor en posición de no poder hacer daño, evitar que agreda.

- ¿Implica esta defensa algún tipo de pasión contraria a la moral evangélica? –Al contrario, pues recordamos que es deber de caridad evitar en el prójimo el mayor de los males, que es el pecado, con lo cual no tiene por qué implicar una falta de caridad la corrección, ni mucho menos la defensa, cuando el fin principal es evitar un mal, o la defensa de personas y bienes, sobre todo cuando éstos son “sumos” como es el caso de los bienes sagrados (templos y cosas sagradas).

Remitimos para la doctrina de la legítima defensa al Catecismo de la Iglesia Católica, nros. 2265: “La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave (…. )La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar(…)a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.

 

2266 A la exigencia de la tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable.

Paz, Orden, y legítima defensa:

Cuando se posee un gramo de sentido común, y hay autoridad, se tratan de evitar todos los males posibles, pues la paz y el orden es un bien que debe ser no sólo buscado sino defendido, por ser condición de bienes mayores en una sociedad.

Es de orden natural, coherente con el pensar y sentir católico (aunque no de los católicos “mistongos”, como diría Castellani), que a una agresión injusta se puede oponer una legítima defensa.

Sobre la Paz (que nada tiene que ver con el pacifismo, de origen pagano) señala el Catecismo: 2304 El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos…”

Es la “tranquilidad del orden” (San Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).

Se supone que para este tipo de situaciones -de vandalismo desatado y sistemático, propio de un estado subvertido como el que nos des-gobierna- , pues, debería haber leyes justas, y debería haber quién las haga cumplir, e incluso quienes insten firmemente a ello, pues Ntro. Señor promete el Reino de los Cielos si trabajamos por la justicia, aunque esto conlleve la persecución.

Pero no dice que seremos bienaventurados por someternos a la injusticia, sin tratar de evitarla.

Sin embargo, en nuestro país, por el contrario, sucede algo sorprendente: resulta que en nombre de la fe (vaya a saber de cuál…) y de quién sabe qué concepción espuria de la concordia, se suspenden las leyes de la lógica, se clausura el sentido común, y se pregona un ideal de héroe bastante novedoso, que hace “cortocircuito” en más de un espectador estupefacto. Porque más allá de la templanza que resplandece en esos jóvenes…, no podemos dejar de preocuparnos por una cuestión que va ganando terreno en muchos sectores de nuestra juventud, y es la anticatólica doctrina del pacifismo, que nada tiene que ver con la búsqueda de la paz de Cristo. Porque el enemigo no deja de avanzar en su atrevimiento, fiel a las consignas del marxismo oriental, que propone “una guerra sin tiempo”. Pero lo que no está en sus planes es detenerse. Hace varios años era aún impensable lo que hemos visto en el Encuentro del año pasado, por ejemplo, en que ya no conformes con las pintadas de cara y ropa, escupidas y otras peores agresiones físicas, se llegó a manoseos obscenos, habiendo llegado incluso a desnudarlos totalmente en ciertos casos.

Entonces, decíamos, sistemáticamente decenas de miles de delincuentes, año tras año violan el orden civil de nuestras ciudades, y cuando lo hacen:

- los medios de comunicación masivos no comunican; los poderes públicos no oyen ni ven nada de lo que toda una ciudad padece,

- y al año siguiente, esos mismos poderes vuelven a ceder sus instalaciones para ser violentadas, y todavía hay incluso algunos que declaran estos actos delictivos como “de interés cultural”, como ya hemos dicho;

- ¿Y los católicos? Porque hemos dicho que uno de los “objetivos” más codiciados de estos enemigos es la Iglesia, sus templos y sus hijos, piedras vivas…

¿Qué hacen los católicos (o mejor dicho, qué pretenden que hagamos) en la Argentina, frente a este repetido ultraje, año tras año?…:

- Ignorar el hecho (no es error de redacción; no)“¡Aquí no ha pasado nada!” Es curioso: un Obispo cita en este país textualmente el Evangelio para amonestar a un Ministro que provoca escándalos, y el mundo católico habla de ello durante meses haciéndose eco de las ridiculeces de la prensa mundana, pero anualmente se producen horrores sacrílegos ante miles de personas, y hay todavía quienes no se enteran. Miramos con pena, rezamos por la conversión de las degeneradas (¿a qué “género” pertenecen?..), entonamos la loa al estoicismo semibudista de los jóvenes que son vejados a la puerta de los templos (como si esto fuese lo único digno de hacerse)…y empezamos a preparar el año siguiente, pasito a paso, tratando de reclutar a otros que repitan diariamente a fin de convencerse un mantra de dudoso signo: “soy bueno y católico, en nombre de Cristo, escúpame por favor”.

- Esporádicamente, asoman algunas declaraciones episcopales repudiando los hechos acaecidos. Revisando en aica (agencia informativa católica argentina), logré hallar desde el 2002, solamente CINCO notas sobre el tema, convocando a rezar por la vida, repudiando el hecho, y convocando a las católicas “a participar para aportar la visión cristiana de los temas que se debatirán”…

Pero es un hecho que el 90 % de la población católica argentina, permanece al margen de estos sucesos: se sigue tapando (una avenida llena de elefantes!), hay sacerdotes que no tienen ni la más remota idea del tema; ha habido obispos que se negaban a creer lo que sucedería en sus catedrales, días antes del Encuentro, y hasta los ha habido que en un primer momento ofrecieron colegios católicos como sede de los “talleres”. ¿Puede hablarse aquí de “inocencia”? ¿Puede digerirse con buena conciencia que estos hechos sean perpetrados premeditadamente, sabiendo que se suceden, como sucedió este año, el día mismo de la fiesta de Cristo Rey? ¿Y tolerar que en esta fiesta los templos deban ser cerrados, para que en sus puertas se blasfeme a voz en cuello? ¡¿Es realmente “tranquilizador” que los responsables de los templos procuren calmar los ánimos diciendo que ya está comprada la pintura para pintar las blasfemias de las paredes?!…

Perdón, pero no me convence suficientemente. Y a muchos argentinos este tipo de situaciones hace años que nos quitan la paz y el sueño, como viviendo en una olla a presión.

No se trata de un hecho vandálico aislado, sino de un programa sostenido internacionalmente, de acción terrorista, sobre poblaciones civiles desconcertadas por semejante impunidad.

No creemos justificable que nuestros pastores miren para otro lado, o se permitan ignorar la gravedad de estos hechos. Es acción terrorista, sí. Porque con todas las letras, lo que se siembra es el terror. ¿Y qué provoca el terror? Dos respuestas: o la parálisis, o la reacción.

Por ahora, muchos parecen orgullosos de la parálisis “heroica” y pacifista -perversa- que se ha venido pregonando, ignorándose completamente las condiciones para la legítima defensa. Y el buenismo no tiene nada que ver con la fe católica, y esto es lo que indigna: que nos quieran “vender gato por liebre”, y encima, que haya cada vez más incautos que los compren, con moño y todo.

Pero el terror tiene otra respuesta, y ella es la reacción. Reacción justa, proporcionada, prudente y legítima, que se comprenda. Pero la reacción no puede ser desechada de plano. La mayoría de nosotros lo piensa, y no se atreve a decirlo. Es vergonzoso que nos hayan acallado la conciencia natural, haciéndonos creer que esto es virtuoso. El orden natural es razonable, y la peor violencia puede ser la violencia psicológica, cuando se pretende sostener que un círculo es cuadrado.

 

¿Y si alguno de los allí presentes, ante el caos reinante, creyera en conciencia que es testimonio y deber también -y no menos heroico- reprimir con los modestos medios que se tengan al alcance, las injurias y agresiones sufridas en legítima defensa? Por parte de los agresores, seguramente se pondrán algún trapo blanco para reclamar derechos, pero del lado católico, sabemos que lamentablemente se produciría también la reprobación de los propios católicos de a pie, tachándolos de “violentos”, “intolerantes” o faltos de fortaleza y templanza.

Y esto nos parece una verdadera y tremenda injusticia, y un escándalo, en la más pura acepción del término, de “tropiezo para la fe”, y nos parece de un reduccionismo inadmisible plantear “LA” actitud católica ejemplar, un modelo de moral heterodoxa. Porque tal vez sin darnos cuenta, mientras por una parte aplaudimos entusiastamente la película Cristíada, pretendemos por otra parte, formar a los jóvenes en el estoicismo o en el budismo, pero no en la sana doctrina, que tan claramente expone el Catecismo. En última instancia, si nuestras obras dan testimonio de la fe profesada… ¿no cercenaremos la Fe, sosteniendo una moral reduccionista y falsa, que confunde a muchos de nuestros hermanos? Teniendo en cuenta, pues, que (2286) El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión, hay un gran escándalo que están dando muchos sacerdotes y “agentes pastorales” que desmovilizan y repudian a sus propios fieles.

Es el caso de algunos jóvenes que por ejemplo, viajaron miles de km. esta vez a la provincia de San Juan, para dar testimonio público de defensa de los templos, y a quienes se encerró dentro de ellos, impidiéndoles salir. Un grupo logró no obstante, a desgano, el “permiso”, pero inmediatamente se los dejó solos, cerrando la puerta a sus espaldas como para su escarmiento, enterándose en seguida de que se había dejado un flanco de la Catedral desprotegido ex profeso para ser ensuciada…como “para que se conformen, total ya se había comprado la pintura”(¡¡!!).

Uno de los allí presentes (Juan Pablo W.) lo relata de este modo, sin ocultar el sentimiento de orfandad, que a nadie hace bien: “Se nos decía que nos iban a tirar con todo, y que peligraba nuestra seguridad ¿Y a qué se pensaba que fuimos allá? ¿A pasear por el Valle de la Luna? Finalmente, nos abrió por un lateral y en seguida cerró con llave y se fue hacia adentro. Nos dejó ahí, solos. Y bancamos con la ayuda y la protección de la Santísima Virgen, rezándole el Rosario a viva voz por casi dos horas seguidas. Y no me arrepiento en absoluto de haber ido. Para mí, es un deber: primero defender al Santísimo; después viene lo demás (…) Cuando en el fragor de la defensa había cuatro hileras de hombres, un espacio, y contra el campanario un grupo de chicas de apoyo, empezamos a retroceder por las embestidas contra la columna de las gays y los golpes de las cañas donde sostenían las banderas rojas, llovían los proyectiles, bombas de humo, aerosoles, inmundicias, etc. Comenzamos con las primeras bajas: a nadie le importaba ya las vallas o que llegaran al atrio, nosotros estábamos cara a cara contra el enemigo. Volviendo al combate, cuando más difícil se puso y nos hicieron retroceder, y ya temíamos por los más chicos. Le pedimos a la Policía que actuara, pues no sabíamos si podríamos aguantar mucho más. Ellos nos dijeron que no tenían la orden.

Nos dejaron solos, no lo digo por cobardía, para que el enemigo nos diera un escarmiento por desobedecer las indicaciones del Obispo. Gracias a Cristo Rey pudimos recuperarnos en el terreno y soportar los 60 el paso de miles de demonios. Mientras todo esto sucedía, viene la otra traición: cuando los que estaban dentro del templo comenzaron a pedir que les permitieran salir a defendernos, o salir al atrio, pues no: se ordenó el cierre con llave del único acceso permitido y habilitado..”.

Hace unos años, fue también el mismo párroco quien pidió que se retirasen los efectivos policiales, mirando desde la vereda de en frente el agravio, y negando incluso el templo para que dentro se rezara durante el ataque.

No indaguemos el daño que a los fieles le hacen este tipo de actitudes, más quizá que las de los agresores, y por el bien de toda la Iglesia, suplicamos que se reviertan.

Hay escándalo para la fe, porque se oye también a otros católicos sencillos, más admirados por la reacción “contundente”, de miembros de otras religiones cuando se agravia a su fe (por otra parte, falsa), y esta sensación los lleva en ocasiones a hacerles sentir la “incoherencia” de la propia, cuando se pregona demasiado el imperativo absoluto del pacifismo como doctrina “oficial”. Estos “pequeños” a quienes se escandaliza se preguntan: “¿entonces se puede justificar si defiendo mi casa y mis bienes, pero no puedo reaccionar para defender lo que para mí es más sagrado que eso, como lo es mi fe, mis templos, y hasta mi cuerpo-templo del Espíritu Santo?…”

La presencia “real” de Cristo más relevante para los progresistas, dicen que está “en los hermanos”, pero ¿y si alguien pretende defender a un “hermano” al que manosean, escupen e intentan desnudar, no hay deber de caridad en la reacción?¿en qué quedamos, por favor??…

Como muy bien señala una de las cartas de las participantes que ha circulado por Internet “No les bastaba con los gritos frenéticos frente al templo, querían personalizar su odio en los hijos de la Iglesia. Por su parte, los nuestros, así como las mujeres habíamos dado nuestro testimonio público en los talleres, querían y debían dar su testimonio público defendiendo el Templo (…) ¡Era la Fiesta de Cristo Rey! Cristo nos pidió estar allí para testimoniar que su presencia social no es cosa del pasado medieval, que Cristo reina en nuestros corazones pero que Cristo también debe reinar en nuestras calles, escuelas, instituciones y que tiene decididos obreros dispuestos a trabajar por su Reino.”

Otro joven, Rodrigo A., en otra carta que ha circulado estos días, declara:

“Ante el eterno y episcopal argumento de que estaba todo controlado, organizado y dispuesto para evitar que entraran al templo y pintaran sus paredes, nos surge por dentro la pregunta: ¿El amor por nuestra Iglesia lo es tan sólo hacia sus edificios? ¿La ofensa y el ataque feminista se reducían, únicamente, al daño material de tener que repintar las paredes de la Catedral? ¿Nuestra defensa se resume a un mero impedir que la horda entrara al templo? Si nuestra intención era ésta y sólo esta, en vano salimos a rezar frente a las puertas del templo, pues bien podría haber cumplido este papel la policía.

Ahora bien, le pregunto a usted, lector: ¿dónde ha quedado nuestro sentido del honor? ¿dónde ha quedado nuestro sentido de la dignidad de lo sacro? Si tanto pacifismo, predicado a diestra y siniestra, nos ha exacerbado la sensibilidad ante cualquier hecho de violencia, quitándonos la auténtica sensibilidad de percibir de manera profunda las ofensas que se hacen a Nuestro Señor Jesucristo y a su verdadera y única Iglesia, estamos en un verdadero problema. Porque esa es la grande y única violencia que clama al cielo: la de la ofensa pública y sin tapujos que se hace contra el Crucificado, la de la ofensa pública que se emprende contra su Iglesia, la de la ofensa pública que se despliega contra su Santa Madre. Íbamos, sí, a defender las paredes del templo que habían quedado indefensas y sin vallado. Íbamos, sí, a proteger estatuas y puertas, que son símbolo de lo sagrado. Pero sobretodo, íbamos a defender y guardar el honor y la dignidad del recinto sacro, agraviado y ofendido públicamente. Y tal ofensa pública sólo puede contrarrestarse y combatirse con una defensa pública. He ahí el sentido de nuestro testimonio. He ahí el sentido del testimonio de cientos de mujeres que se jugaron adentro de los talleres, boca del lobo. Nuestro deber y obligación como católicos es el testimonio patente, rotundo, de que con lo sagrado no se juega.
Y por eso también – por la altura gigantesca de lo que representábamos – hubo de ser nuestra respuesta alta e inconmovible. Ante la danza macabra y lujuriosa del feminismo en su estado puro, nuestras cabezas en alto. Ante los gritos y cantos de injuria, el tronante avemaría enarbolado en los labios como una bandera. Ante los escupitajos y las burlas, los vivas a Cristo Rey lanzados al aire con la alegría y la firmeza de los hijos de Dios. Y jamás perdimos la altura moral. Ni siquiera cuando, en reacción justa, nos defendimos a puñetazos. Entre nosotros retumbaba la vieja consigna del Ángel del Alcázar: «Tirad, pero tirad sin odio».

Dirán algunos que no es más que vanidad de vanidades. Dirán también que queremos robar cámaras, ganar los aplausos y jugar a los mártires. Dirán que no era necesaria nuestra presencia. Dirán que provocábamos. Pues que digan lo que quieran. Nosotros, varones y mujeres, en lo profundo sabremos que nuestro gesto tiene el valor espiritual e invisible de querer salvar el honor de Cristo. Sean para Él los méritos y para nosotros las calumnias. No importa. No queremos felicitaciones ni aplausos. Nos basta con saber que en San Juan la Catolicidad estuvo de pie y con firmeza rezando el rosario. Nos basta con saber que en San Juan Cristo fue agredido públicamente y defendido públicamente….”

Hay jóvenes heroicos, sí. Hay quienes han tomado en serio las palabras del Beato Juan Pablo II cuando los instaba a “no tener miedo”, y no son imprudentes ni altaneros. Pero no hay derecho a que se acallen sus corazones predicando a diestra y siniestra la pusilanimidad como virtud, porque es hacerles traición a ellos, y al mismo Cristo Rey. En esto, pienso que la primera evangelización debe apuntar también ad intra, y cuidarnos mejor mutuamente…como refiere el texto evangélico que elegimos como acápite.

No propiciamos aquí, por supuesto, asistir a estos eventos con cañones, desde ya, pero tomar con firmeza el brazo de una de esas “damas” cuando pretenden ensuciar a los católicos, y “disuadirlas” virilmente de que lo hagan, creemos que puede ser eficaz, e incluso caritativo, porque se impide que sigan cometiendo ofensas mayores, y siga avanzando el pecado y el agravio a Nuestro Señor, en su Templo de piedra y en sus templos vivos. Cuando no hay más lugar para el debate, puede ser que haya llegado la hora del combate, para que sólo El defina la Victoria, nunca sin Cruz.

Catecismo, nro. 2263: “Nada impide que un solo acto tenga dos efectos, de los que uno sólo es querido, sin embargo el otro está más allá de la intención” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7). En el nro. 2264: El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. «Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita […] y no es necesario para la salvación, que se omita este acto de protección mesurada, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).

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Busco en vidas de santos, en el Catecismo, en el Derecho Canónico, en Royo Marín…y no encuentro todavía una explicación suficientemente satisfactoria a la “anti-reacción” que se pregona, así que quise compartir con los lectores, luego de lo expuesto, unos interrogantes que creo que deberían encontrar una respuesta entre quienes dicen tener alguna autoridad -civil y espiritual- en nuestra pobre patria. Humildemente, creo que tenemos todo el derecho a ella.

- Necesito que me digan en qué parte de la doctrina católica dice que “todo”, absolutamente todo debe ser tolerado y soportado.

- Que me aclaren dónde se establece que el apetito irascible per se debe ser apagado. No quepa duda, de que si no se lo trata de encauzar legítimamente para defender los valores más altos, muchos seguirán dejando hasta la vida en las canchas de fútbol, creyendo que es incluso meritorio dar la vida por una remera…

- Que me aclaren cuándo ha sido abolida la legitimidad de la justa ira, cuando que yo sepa, las pasiones no son buenas ni malas, sino que reciben su calificación moral del objeto al que se aplican, pudiendo ser un amor pecaminoso, o un odio santo, referidos ambos al pecado, por ej..

- Necesito que me informen por qué no se buscan, en vez de más voluntarios para ser escupidos y manoseados, los medios lícitos y legítimos para que la próxima vez, no se siga avanzando en la escalada de inmundicia y sacrilegio. Un grupo de sanjuaninos difundió días antes del Encuentro un video ilustrativo, que debería haberse difundido más ampliamente. Esto me parece de elemental y urgente necesidad civil y política, y es tarea de los laicos el trabajar firmemente en ello. Porque la violencia tarde o temprano, engendra más violencia, no sólo exterior sino interior: no es “sano” para las almas de los católicos, ser sometidas a algo que podría ser evitado.

- Quisiera que alguien me explique por qué se busca, por omisión (quien calla, otorga), que “nos acostumbremos” a este tipo de públicos espectáculos diabólicos, en que incluso no se ha vacilado esta vez en quemar un muñeco del Santo Padre.

-¿Quién mira por el bien espiritual de los fieles, que son desedificados con ejemplos y directivas tibias, acomodaticias con el mundo y con los enemigos de Cristo?…No es de extrañar que también en San Juan hace unos años se prohibiera a un grupo de sus laicos que ingrese a su provincia para un curso el padre Alfredo Sáenz, el Dr. Caturelli y Mónica del Río, por considerar que “no son lo que necesita la Iglesia”.

Hace unos meses sosteníamos que también los obispos pueden tener mala formación doctrinal, e incluso pésima. Y es que se puede obrar el mal con la mejor conciencia –haciéndolo inculpable-, pero que no está, sin embargo, bien formada. Por eso se advierte:

1783 Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por preferir su juicio propio y de rechazar las enseñanzas autorizadas.

1784 La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. (las reglas se dan en el punto 1789)

 

A quienes se rasguen las vestiduras, pregonando la mansedumbre de Nuestro Señor y su rechazo a Pedro al desenvainar la espada, respondemos siguiendo esa cita:“Tu eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.…. (Mt 16,21ss.) El obstáculo que Pedro significaba entonces era para la Pasión, por cuyo medio seríamos rescatados; su condición de “necesaria” es afirmada por El mismo tras la Resurrección: “..era necesario que el Cristo padeciese estas cosas…”(Lc.24,26), pero podemos ver entonces que no es este el mismo caso, sino más bien al contrario. ¿O alguien puede afirmar la “necesidad” de las blasfemias y sacrilegios? Por otro lado, sistemáticamente eluden el pasaje en que Nuestro Señor expulsa a los mercaderes del templo, “haciendo de cuerdas un azote” (Jn 2,13-22; Mt 21,12-17; Mc 11,15-19; Le 19,45-46); ¿qué podemos suponer que haría si los mercaderes se hubiesen puesto a blasfemar en las puertas del Templo?…

 

Sosteniendo como única vía la mansedumbre, y toda ira desdeñable, seguimos respondiendo con el Catecismo: 2287 (…) La ira es un deseo de venganza. “Desear la venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito”; pero es loable imponer una reparación “para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q.158, a. 1, ad 3).

 

El mal exige una respuesta

En efecto, a veces hay que resistirlo y otras veces hay que soportarlo. ¿Pero podemos afirmar que siempre haya que soportarlo sin oponer resistencia? Si pretendiéramos sugerir que todo católico “debe” exponerse al martirio, nos reprocharían con justicia que no podemos exigirlo, pues se trata de una gracia. Acá tampoco sugerimos que todo católico “deba” reaccionar ante estas situaciones procurando neutralizar al agresor, pero tampoco parece justo, ni ético, ni caritativo, ni “pastoral” (¡!) exigir a cada católico que esté presente, que soporte impasiblemente estas situaciones, incurriendo en la temeridad de estar convirtiendo a muchas almas en “ollas a presión”, cuando su conciencia y la gracia les sugiere otras actitudes más “naturales”, por así decirlo.

Insistimos: no sólo HASTA DONDE ha de tolerarse este basureo de la Iglesia y sus miembros, sino sobre todo, ¿es lícito tolerarlo?

 

Y también, por supuesto, se impone una reacción más firme en el plano espiritual: ¿Hasta cuándo seguir silenciando estos hechos intra-eclesialmente?

¿Cómo es posible que se difundan misas en desagravio por actos sacrílegos aislados, y no se propongan en cambio, en todo el país, con posterioridad a estas fechas, para reparar tanto intento de ultraje? ¿Por qué no se pide que en esos fines de semana, por ejemplo, se ofrezcan Misas y Horas de Adoración en todo el territorio nacional, por la conversión de esas pobres des-graciadas, en vez de tratar que la gente no se entere, en la gran mayoría de las parroquias? ¿No se ve que esto ayudaría incluso, a que vayan menos engañadas por “despiste”?

Y a todo esto, ¿quién “paga” las blasfemias? ¿Qué Código Jurídico lo trata? Y los derechos de Dios, en q parte del Código de Derecho Canónico se contemplan?…Don José de San Martín, cuyo cuerpo descansa en nuestra Catedral Metropolitana, para quien dude de su celo por la fe en nuestra patria, recordemos que en esta materia no se andaba con rodeos, habiendo llegado a decretar que “Todo el que blasfemare contra el santo nombre de Dios, su adorable Madre, o insultare a la Religión, por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días, y por segunda vez, será atravesada su lengua con un hierro ardiendo, y arrojado del cuerpo de Granaderos.” Desde semejante posición, a la que hoy vivimos, parece que media un tramo demasiado vergonzoso.

 

¿Qué se espera de los católicos argentinos? Acabamos de clausurar el Año de la Fe, en que se nos proponía profundizarla, mediante el Catecismo, la Palabra de Dios y la Tradición. ¿Y para qué, si por el contrario algunos pretenden que sigamos en nuestra conducta, a la dictadura del relativismo, el respeto humano, y los principios más opuestos que hoy rigen al mundo en sus leyes y criterios?

Ante la tan urgida defensa de la Familia, nos preguntamos cómo se la puede defender prescindiendo de la denuncia de un sistema que por todas partes conspira contra ella. Vemos así a muchos “pro-vida” que como mansos corderos llevados al matadero, sostienen el mito de la soberanía popular, y celebran el día de elecciones con fervor cuasi religioso.

¿Es que lo único intocable, inalienable, venerable, aunque en ello nos vaya la fe, la paz, la moral, es el Sistema que todo lo comprende -menos la Verdad como absoluto- ?

Un sistema -ya sea bajo el liberalismo como bajo el marxismo- que pretende que las porquerías perpetradas en los Encuentros de Mujeres sean “derecho”, sin presentar siquiera una opción a su corrección, no puede pretender el beneplácito de los católicos.

No hay ya, entonces, hordas sacrílegas: lo sacrílego es este sistema corrupto y corruptor que las promueve, las alienta y alimenta, porque con todas sus huestes, no quiere que Cristo reine.

Y por supuesto que el aborto no es el mayor de los males: el peor de ellos es el non serviam, que es el pan nuestro de cada día en nuestra democracia liberal, en que la degeneración es cada vez más entronizada.

En este marco, la posición actual de tibieza para el repudio contundente -de palabra y obra- de los Encuentros de Mujeres, es comprensible: estamos bajo el efecto de la anestesia, previa al “golpe al paralítico” del que se habla en la doctrina revolucionaria de izquierdas.

Hace ya varios años, en el 2002, M. Carolina A., asistente católica, observaba: “No podemos dejar de ver y comprender lo firme y cerca que se rearma y reorganiza la fuerza marxista, la cual, herida con la caída del muro de Berlín, jamás murió (…) el proceso social que vienen gestando desde hace mucho tiempo, va evidenciándose a pasos acelerados.”

Gramsci impera en demasiadas conciencias que se creen católicas, habiendo cambiado el sentido común, y resulta que también nos están cambiado la fe, sin darnos cuenta.

¿No será hora de despertar?…