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Servicio diario - 01 de enero de 2014

El papa Francisco

El Santo Padre celebra la primer misa del 2014 en honor de la Virgen
Indicó que María Madre de Dios es también madre nuestra y hace fructificar nuestro anuncio del evangelio

El Papa en el ángelus: a la Virgen le confiamos las poblaciones oprimidas
Abatir las murallas que impiden a los enemigos reconocerse como hermanos

El mensaje del Santo Padre por la Jornada Mundial de la Paz
Se titula "Fraternidad, fundamento y vía hacia la paz". Pobreza, derecho a la vida, tráfico de seres, guerra, medio ambiente y criminalidad entre los temas abordados


El papa Francisco


El Santo Padre celebra la primer misa del 2014 en honor de la Virgen
Indicó que María Madre de Dios es también madre nuestra y hace fructificar nuestro anuncio del evangelio

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 01 de enero de 2014 (Zenit.org) - En la mañana el primer día del año 2014 el santo padre Francisco celebró la santa misa en la basílica de San Pedro, vistiendo paramentos blancos y azules en la solemne festividad de María Santísima Madre de Dios. 

La homilia del papa Francisco se ha centrado en María, desde la bendición de Arón que se realiza enteramente en Ella, en el título de Madre de Dios, y en su pesencia en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano.  Nuestro camino de fe está --precisó el Papa-- está "unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre". Y que María con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras" volviendo fecunda nuesta misión. El Santo Padre concluyó la homilía invitando a la asamblea a repetir tre veces: 'Madre de Dios'

La solemne ceremonia concluyó con el canto Alma Redemptoris Mater, que la Iglesia canta desde hace 13 siglos y con la adoración del papa Francisco al Niño Jesús, ante el altar con una imagen del 'bambinello'.

A continuación presentamos la homilía del Santo Padre 

La primera lectura que hemos escuchado nos propone una vez más las antiguas palabras de bendición que Dios sugirió a Moisés para que las enseñara a Aarón y a sus hijos: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). Es muy significativo escuchar de nuevo esta bendición precisamente al comienzo del nuevo año: ella acompañará nuestro camino durante el tiempo que ahora nos espera. Son palabras de fuerza, de valor, de esperanza. No de una esperanza ilusoria, basada en frágiles promesas humanas; ni tampoco de una esperanza ingenua, que imagina un futuro mejor sólo porque es futuro. Esta esperanza tiene su razón de ser precisamente en la bendición de Dios, una bendición que contiene el mejor de los deseos, el deseo de la Iglesia para todos nosotros, impregnado de la protección amorosa del Señor, de su ayuda providente.

El deseo contenido en esta bendición se ha realizado plenamente en una mujer, María, por haber sido destinada a ser la Madre de Dios, y se ha cumplido en ella antes que en ninguna otra criatura.

Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un cometido, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial.

Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. La verdad sobre la divina maternidad de María encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María «la Mayor», primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios —la Theotokos—con el título de Salus populi romani. Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura. (...)

María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano. «La Iglesia… camina en el tiempo… Pero en este camino —deseo destacarlo enseguida— procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (Juan Pablo II, Enc. Redentoris Mater, 2). Nuestro itinerario de fe es igual al de María, y por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros. Por lo que respecta a la fe, que es el quicio de la vida cristiana, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha debido caminar por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros, ha debido avanzar en «la peregrinación de la fe» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58).

Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,27). Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la «mujer» se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, y los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.

La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María. A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz; y la invocamos todos juntos: ¡Santa Madre de Dios! (...)

El Santo Padre concluyó la homilía invitando a la asamblea a repetir tre veces: 'Madre de Dios'

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El Papa en el ángelus: a la Virgen le confiamos las poblaciones oprimidas
Abatir las murallas que impiden a los enemigos reconocerse como hermanos

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 01 de enero de 2014 (Zenit.org) -  Al concluir la santa misa en el día de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios y en la 47° Jornada Mundial de la Paz, el santo padre Francisco desde la ventana del estudio pontificio en el Palacio Apostólico Vaticano,con motivo de la oración del ángelus dirigió la siguientes palabras a los miles de personas que abarrotaban la Plaza de San Pedro.

Queridos hermanos y hermanas, '¡buen día y buen año!'

Al inicio de este nuevo año les dirijo a todos ustedes los deseos más cordiales de paz y de todo tipo de bien. ¡El mio es el deseo de la Iglesia y un deseo cristiano! No está relacionado a la sensación un poco mágica o un poco fatalista de un nuevo ciclo que inicia. Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor.

Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo. Y él nos empuja a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios.

Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre y una mujer constructor de paz, es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda y lo empuja a hacer la paz.

Dos caminos que se cruzan hoy: la fiesta de María Santísima Madre de Dios y la Jornada Mundial de la Paz. Ocho días atrás resonó el anuncio angélico: “Gloria a Dios y paz a los hombres”. Hoy lo acogemos nuevamente de la madre de Jesús que “custodiaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, para hacer de esto nuestro empeño en el curso del año que se abre.

El tema de esta Jornada Mundial de la Paz es “Fraternidad, fundamento y vía de la paz”. ¡Fraternidad! Siguiendo las huellas de mis predecesores, a partir de Pablo VI, he desarrollado el tema en un Mensaje, ya difundido y que hoy idealmente entrego a todos. En su raíz está la convicción de que somos todos hijos del único Padre celeste, somos parte de la misma familia humana y compartimos un destino común.

De aquí deriva para cada uno la responsabilidad de obrar para que el mundo se vuelva una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan con sus diversidades y se acuden los unos a los otros.

Estamos también llamados a darnos cuenta de las violencias y de las injusticias presentes en tantas partes del mundo y que no nos pueden dejar indiferentes e inmóviles: es necesario el empeño de todos para construir una sociedad verdaderamente más justa y solidaria.

Ayer he recibido la carta de un señor, quizás uno de ustedes, que me ponía en conocimiento de una tragedia familiar y sucesivamente me ponía una lista con tantas tragedias y guerras del mundo de hoy. Y me preguntaba: '¿Qué está pasando en el corazón del hombre para que le haya llevado a hacer todo esto?' Y decía: ¡Es la hora de detenerse! También yo creo que nos hará bien detenernos en este camino de violencia y buscar la paz. Queridos hermanos y hermanas, hago mías las palabras de este hombre: ¿Qué está sucediendo en el corazón del hombre? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es la hora de detenerse!

Desde todos los rincones de la tierra hoy los creyentes elevan la oración para pedirle al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a todos los ambientes. En este primer día del año, el Señor nos ayude a encaminar a todos con más decisión en las vías de la justicia y de la paz.

Iniciemos en nuestra casa, justicia y paz entre nosotros. Se comienza en casa y después se va hacia adelante, hacia toda la humanidad, pero tenemos que comenzar en casa.

El Espíritu Santo actue en los coraziones, derrita lo que está cerrado y las durezas y nos conceda volvernos tiernos delante de la debiliad del Niño Jesús. La paz de hecho, necesita de la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor. En las manos de María, Madre del Redentor, ponemos con confianza filial todas nuestras esperanzas.

A ella que extiende su maternidad a todos los hombres, le confiamos el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la güera y la violencia, para que el coraje del diálogo y de la reconciliación prevalga sobre las tentaciones de la venganza, de la prepotencia, y de la corrupción. A ella le pedimos que el evangelio de la fraternidad, anunciado y testimoniado por la Iglesia, pueda hablar a cada conciencia y abatir las murallas que impiden a los enemigos reconocerse como hermanos.  

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El mensaje del Santo Padre por la Jornada Mundial de la Paz
Se titula "Fraternidad, fundamento y vía hacia la paz". Pobreza, derecho a la vida, tráfico de seres, guerra, medio ambiente y criminalidad entre los temas abordados

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 01 de enero de 2014 (Zenit.org) - La fraternidad es el fundamento y la vía para la paz

El corazón de cada hombre y mujer alberga el deseo de una vida plena, al cual pertenece un anhelo profundo:  la fraternidad. Esto impulsa hacia la comunión con los otros, en lo cuales encontramos no enemigos o competidores, sino hermanos para acoger y abrazar. Esta la idea con la que el papa Francisco inicia el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el próximo 1 de enero.

Asimismo recuerda que la fraternidad se comienza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a los roles responsables y complementarios de todos sus miembros, en particular del padre y de la madre. "La familia es la fuente de toda fraternidad", ha afirmado el santo padre.

De este modo explica que "el número siempre creciente de interconexiones y de comunicaciones que envuelven nuestro planeta hace más palpable la conciencia de la unidad y del compartir de un destino común entre las naciones de la tierra".

El papa Francisco advierte que en tantas parte del mundo parecen no tener conciencia de los graves daños a los derechos humanos fundamentales, sobre todo del derecho a la vida y del de la libertad religiosa y pone como "inquietante ejemplo" el tráfico de seres humanos. Así, se explica, indica el pontífice, que "a las guerras hechas por enfrentamiento armados se añaden guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en campo económico y financiero".  El santo padre afirma que las situaciones de desigualdad, de pobreza e injusticia señalan la ausencia de una cultura de la solidariedad.

"Una verdadera fraternidad entre hombre supone y exige una paternidad trascendente. A partir del reconocimiento de esta paternidad, se consolida la fraternidad entre los hombres, o ese hacerse 'prójimo' que cuida de los otros", explica.

A continuación, el papa habla de la relación entre Caín y Abel indicando que "en la situación de la familia primigenia leemos la génesis de la sociedad, la evolución de las relaciones entre las personas y los pueblos". El pasaje de los dos hermanos "enseña que la humanidad lleva inscrita en sí una vocación a la fraternidad, pero también la posibilidad dramática de su traición". Y esto, "lo testimonia el egoísmo cotidiano, que está en la base de tantas guerras y tantas injusticias: muchos hombres y mujeres mueren de hecho por la mano de hermanos y de hermanas que no saber reconocerlos como tales, es decir como seres hechos para la reciprocidad, para la comunión y para el don".

Esta fraternidad de la que habla el santo padre, encuentra su sentido el lo que Jesús dijo: "Ya que hay un solo Padre, que es Dios, vosotros sois todos hermanos", es decir, que la "raíz de la fraternidad está contenida en la paternidad de Dios".

"El hombre reconciliado -observa Francisco- ve en Dios al padre de todos y como consecuencia, está llamado a vivir una fraternidad abierta a todos". Por esto "En Cristo, el otro es acogido y amado como hijo o hija de Dios, como hermano y hermana, no como un extranjero, y mucho menos como un antagonista o un enemigo".

Una fraternidad es fundamento y vía para la paz,  y las encíclicas sociales "de mis predecesores ofrecen una ayuda útil en este sentido", matiza Francisco. Pablo VI afirmó que no solamente las personas sino también las naciones deben encontrarse en un espíritu de fraternidad. Juan Pablo II, por su parte, admitió que la paz es un bien indivisible, "o es bien para todos o no lo es para nadie".

También recuerda la Caritas en Veritate de Benedicto XVI subrayando que "la falta de fraternidad entre los pueblos y los hombres es una causa importante de la pobreza". Al respecto, Francisco observa que "es el desapego de quien elege vivir estilos de vida sobrios y esenciales, quien compartiendo las propias riquezas consigue así experimentar la comunión fratera con los otros".

Profundizando en este aspecto, el pontífice llama la atención sobre la grave crisis financiera y económica contemporánea y explica que ésta "ha empujado a muchos a buscar la satisfacción, la felicidad, y la seguridad en el consumo y en la ganancia, más allá de cualquier lógica de una sana economía". Por ello, Francisco advierte que "el sucederse de las crisis económicas debe llevar a pensamientos nuevos y oportunos de modelos de desarrollo económicos y un cambio en los estilos de vida.

Otro aspecto tratado con detalle en el mensaje del santo padre es la guerra y por ello expresa su cercanía a todos aquellos que viven en lugares donde las armas imponen terror y destrucción. Al respecto hace un llamamiento "a los que con las armas  siembran violencia y muerte: ¡Redescubran en aquellos que hoy consideran un enemigo para abatir, a vuestro hermano y detengan la mano! Y retomando el llamamiento de sus predecesores, Francisco pide la no proliferación de las armas y el desarme de todos, comenzando por el desarme nuclear y químico.  Y para que se dé este cambio es necesaria "la conversión de los corazones".

El siguiente aspecto tratado es la corrupción y el crimen organizado y menciona dramas como la droga, explotación laboral, tráfico ilegal, prostitución, esclavitud, etc. El egoísmo que se desarrolla socialmente en estas realidades "atacan el corazón de la gente". Estas organizaciones, explica el papa, "ofenden gravemente a Dios, dañan a los hermanos y a la creación, mucho más cuando tiene connotaciones religiosas". Pero Francisco deja espacio a la esperanza porque el hombre "se puede convertir y no hay que desesperar nunca sobre la posibilidad de cambiar de vida". Asimismo, insiste en que los ciudadanos deben sentirse representado por los poderes públicos en el respeto de su libertad.

Para concluir, el pontífice menciona el regalo recibido del Creador: la naturaleza. "La naturaleza está a nuestra disposición y nosotros estamos llamados a administrarla responsablemente", asegura. Además, "las sociedades actuales deben reflexionar sobre la jerarquía de las prioridades a las que de destina la producción".

Finalmente, Francisco recuerda que "la fraternidad necesita ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero solo el amor donado por Dios nos consiente acoger y vivir plenamente la fraternidad".

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