Preside, desde el año 2011 la Comisión Episcopal de Migraciones, a la que está unida desde 1993. Unos años en los que Mons. Ciriaco Benavente Mateos, obispo de Albacete, ha conocido de primera mano el trabajo diario de instituciones religiosas y diocesanas en favor de los inmigrantes que llegan a nuestro país y la atención que la Iglesia Española dedica a los emigrantes españoles en numerosos puntos del mapa.

Este año, con motivo del Centenario de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado y la presentación de la Campaña “Ha100do un mundo mejor” impulsada desde la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, Agencia SIC ha realizado una entrevista a Mons. Benavente en la que no han faltado las alusiones a temas tan actuales como las políticas migratorias o el peligro de ‘guetización’ de la población inmigrante. 

 

P.- Este año se cumple el primer centenario de la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado. El fenómeno migratorio está siempre de plena actualidad, en los últimos meses hemos visto escenas trágicas en las fronteras españolas o las costas italianas. El viaje del papa Francisco a Lampedusa fue todo un signo y una llamada de atención a la sociedad europea ¿Cómo valora estas actuaciones del Papa? ¿Nos habíamos “acostumbrado” a ver como espectadores lo que ya se conoce como “el drama de la inmigración”?

R.- Lampedusa es seguramente el icono más significativo de la suerte  que corre la vida  de tantos emigrantes, que, buscando una situación mejor, dejan su vida en el mar o en los caminos. Es una vergüenza que nuestras sociedades del bienestar, sus gobiernos y sus ciudadanos, acabemos acostumbrándonos a esas tragedias, permitiendo que sigan repitiéndose. El Papa Francisco, que predica con palabras y, sobre todo, con hechos, fue a Lampedusa a orar por los ahogados y a sacudir a Europa y al mundo. Su gesto me pareció admirable. A esta sociedad nuestra hay que hablarle, como hacían, a veces, los profetas de Israel ante el endurecimiento del pueblo, con gestos proféticos provocativos, porque, efectivamente, podemos acabar  acostumbrándonos a ver “el drama de la inmigración” como simples espectadores,  o a sucumbir ante lo que el Papa calificó en Lampedusa como la “globalización de la indiferencia”.

P.- En el Mensaje de los Obispos españoles con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado se alude a las políticas migratorias  que ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas, como las concertinas de la valla de Melilla ¿cuál es la postura cristiana ante el fenómeno migratorio? ¿Cómo se aborda desde la conciencia moral y la doctrina social de la Iglesia este tipo de realidades contrarias a la dignidad humana?

R.- Yo comprendo que las concertinas de Melilla, que fueron puestas, antes y ahora, con una finalidad disuasoria, acaparen la atención. Lo comprendo porque es triste que quienes llegan a nuestras fronteras acuciados por el hambre o huyendo de la violencia encuentren ese tipo de elementos disuasorios.  Nunca hemos abogado por una inmigración sin control, pero hay que ponerse en el lugar del otro para poder entender que hay razones que  van más allá de lo meramente razonable. Parece, además, que las puras medidas de control no son suficientemente eficaces. Pero el problema es más profundo que las concertinas.

El Papa invita afrontar el fenómeno migratorio de una manera “nueva y equitativa”. Creo que da en el clavo.  Hay que afrontar los problemas de la violencia, de la pobreza, del hambre, de una globalización sin reglas. En un mundo en que todos somos interdependientes, es necesario que una buena sinergia anime a los gobernantes a afrontar los desequilibrios económicos de los que tantas personas son víctimas. “Ningún país, dice el Papa, puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómenos migratorio, que afecta a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y de emigración”. Claro, para eso sería necesario estructurar nuestro mundo en claves de solidaridad y de bien común. La lógica  de la búsqueda exclusiva del propio interés tendría que ir  dejando paso a la lógica de la solidaridad y de la comunión. Creo que éste es el problema de fondo.

¿Cómo se aborda desde la conciencia moral y la doctrina social de la Iglesia este tipo de realidades contrarias a la dignidad humana? Atendiendo a la dignidad de todo ser humano, que es imagen de Dios, “porque en el rostro  de cada persona está impreso  el rostro de Cristo”, dice el Papa.

P.- España es un país que ha vivido, y vive actualmente el fenómeno migratorio en su doble vertiente: como emigrante y como receptora de inmigrantes ¿Cómo trabaja la Iglesia española en estos dos ámbitos? ¿Cuáles son los retos de la Iglesia Española, de los católicos españoles en este contexto?

R.- En los años 60, cuando éramos país de emigración, salieron de las diócesis españolas cientos de sacerdotes para acompañar a nuestros emigrantes. Hacían, en muchos caso, además de capellanes, de mediadores sociales, consejeros, psicólogos, intérpretes. En algunos lugares surgió una realidad asociativa familiar admirable. Todavía mantenemos misiones católicas españolas en casi todos los países europeos. En ellas siguen buscando acogida y apoyo no pocos de los actuales emigrantes españoles a Europa.

Cuando dejamos de ser país de emigración y empezamos a serlo de inmigración hay que reconocer que nuestra Iglesia fue pionera.  Hace unos días recordaba yo  cómo en casi todas las diócesis surgieron los centro “Acoge”. Si se exceptúan los  servicios sociales públicos de atención general, los “Acoge” eran los únicos servicios de acogida y atención específicos parta inmigrantes. Hoy abundan las organizaciones de  este tipo; muchas de ellas son eclesiales.

Además del trabajo que realizan  nuestras Cáritas y nuestras parroquias, es admirable la labor tan eficaz  y de tanta calidad que realizan las congregaciones religiosas con inmigrantes: centros y  pisos de acogida, atención a las necesidades primarias, asistencia social y jurídica, bolsas de trabajo, medidas de integración…Aunque los logros se nos queden siempre más cortos que  los deseos, hay que reconocer que es admirable el trabajo que se viene haciendo.

P.- En estas Jornadas la Iglesia nos recuerda el peligro de la “guetización” es decir, de aislar psicológicamente al inmigrante, llegando incluso al aislamiento físico dentro de la sociedad. ¿Cómo ha de actuar el  cristiano “de a pie” ante este fenómeno? ¿Cómo evitar esta guettización?

R.- Viendo al inmigrante no como un enemigo o un peligro, sino como un hermano que se ha visto obligado, en muchos casos, a abandonar su tierra y su casa, quizás su familia, y que comparte  los mismos legítimos deseos que nosotros, tan bien expresados por el Papa Pablo VI en la Populorum progressio: “Verse libres de la miseria , hallar con más seguridad  la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad  de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer , conocer y tener más para ser más”  “(PP.6)

Cuando al inmigrante se le ve así, no se le aísla, se colabora en su integración, se le abre la puerta de cada corazón y la de nuestra Iglesia a la comunión.

(Mª José Atienza  - Agencia SIC)