16.01.14

Gozosos en el dolor

A las 12:26 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Jesús nos sostiene

Resulta, humanamente entendible, que cuando sufrimos algún tipo de padecimiento físico, suframos. En eso no puede haber nada de extraño pues tanto podemos sufrir física como espiritualmente ni tampoco podemos pretender ser unos superhéroes que no sientan ni padezcan. Es más, la verdad es, justamente, lo contrario: padecemos porque somos seres humanos y, por eso mismo, es posible, seguro, que en un momento y otro de nuestra vida, sobre nuestro cuerpo o sobre nuestra alma caerá alguna espada de Damocles.

Por eso, para el ser humano común el dolor es expresión de un mal momento. Así, cuando una persona se ve sometida por los influjos de la enfermedad no parece que pase por el mejor momento de su vida pues lo físico, en el hombre, es componente esencial de su existencia.

Pero hay muchas formas de ver la enfermedad y de enfrentarse a ella. No todo es decaimiento y pensamiento negativo al respecto del momento por el que se está pasando. Y así lo han entendido muchos creyentes que han sabido obtener, para su vida, lo que parecía imposible pues también es más que cierto que el ser humano religioso o, lo que es lo mismo, que tiene de su existencia una visión trascendente, no puede tener la misma visión de lo que le pasa que quien no cree en el Creador Padre Todopoderoso. Y pruebas de eso las hay de todas las formas y medidas espirituales.

Dice san Josemaría en el número 208 de “Camino” “Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor… ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende que no es, sólo, fuente de perjuicio físico sino que del mismo puede ser causa de santificación del hijo de Dios.

Pero en “Surco” dice el Fundador del Opus Dei algo que es muy importante:

“Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”

Por lo tanto, no vale la pena deshacerse en maledicencias contra lo que padecemos. Espiritualmente, el dolor puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para nuestro corazón si, además, no olvidamos que lo que debemos hacer es acumular la vida eterna y no, precisamente, para la que ahora vivimos y en la que sólo estamos de peregrinación hacia ¡la Casa del Padre!

Esto se puede decir de muchas formas pues los espíritus humanos son, a veces, sensibles y, a veces, rudos. Pero, por ejemplo, en el Ángelus de fecha 5 de febrero de 2012 el entonces Santo Padre Benedicto XVI (ahora emérito y que Dios guarde muchos años) dijo que

“Sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la cual experimentamos realmente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la atención de los otros y ¡prestar atención a los otros! Sin embargo, esta será siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil.”

Sin embargo, en determinados momentos y enfermedades, el hecho mismo de salir bien parado de la misma no es cosa fácil y se nos pone a prueba para algo más que para soportar lo que nos está pasando.

Entonces, abundaba el Papa alemán,

“Cuando la curación no llega y el sufrimiento se alarga, podemos permanecer como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del mal? Por supuesto que con la cura apropiada –la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y estamos agradecidos–, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,34.36). Incluso de frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera, que derrota radicalmente al mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios.”

Fe en Dios y en su Santa Providencia. Recomienda el Santo Padre que no olvidemos lo único que nos puede sustentar en los momentos difíciles de nuestra vida y, siendo la enfermedad uno de los más destacados, no podemos dejar de lado lo que nos une con nuestro Creador.

En realidad, lo que nos viene muy bien a la hora de poder soportar con gozo (¡con gozo!) el dolor es el hecho de que nos sirva para comprender que somos muy limitados y que, en cuanto a la naturaleza, con poco podemos venirnos abajo físicamente; más aún cuando es mucho lo que padecemos. Nuestra perfección corporal (creación de la inteligencia superior de Dios) tiene, también, sus límites que no debemos olvidar.

Pero también el dolor puede servirnos para humanizarnos y alcanzar un grado de solidaridad social que antes no teníamos. Así, ver la situación en la que nos encontramos puede resultar crucial para, por ejemplo, pedir el oración por el resto de personas enfermas que el mundo padecen diversos males físicos o espirituales.

Es bien cierto que la humanidad sufre y que, cada uno de nosotros, en determinados momentos, vamos a pasar por enfermedades o simples dolores que es posible disminuyan nuestra capacidad material. Sin embargo, no deberíamos dejar de pasar la oportunidad que se nos brinda para, en primer lugar, revisar nuestra vida por si acaso actuamos llevados por nuestro egoísmo y, en segundo lugar, tener en cuenta a los que también sufren.

Y si, acaso, no comprendemos lo aquí se quiere decir, bastará con conocer al Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo como para darse cuenta de lo que en verdad hacemos negando, si así lo hacemos, el bien que podemos hacernos al gozar del dolor o hacer, del mismo, algo gozoso. E, incluso, será suficiente con mirarnos a nosotros mismos y, dando gracias a Dios por la vida, saber que, al fin y al cabo, a Él se la debemos entregar.

Eleuterio Fernández Guzmán