22.01.14

Una verdadera y propia herejía: la violencia en nombre de Dios (Serge-Thomas Bonino)

A las 1:19 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Teología dogmática, Anticatolicismo

Quien quiere ahogar a su propio perro, lo acusa de tener rabia, dice un proverbio francés. ¿Las religiones son rabiosas? Cuantos desean excluirlas de la vida pública para relegarlas a la esfera estrictamente privada quisieran hacerlo creer. Así, tomando como pretexto la dimensión en apariencia religiosa de los conflictos que ensangrientan el planeta, fomentan el prejuicio según el cual las religiones, y especialmente las monoteístas, serían por naturaleza factores de división entre los hombres. Para poner fin a la violencia y garantizar la paz universal, habría una sola solución: la secularización a ultranza.

Esta argumentación es una de las formas que asume hoy el pensamiento antirreligioso. Habiéndose difundido el prejuicio de que el relativismo es la única filosofía en sintonía con las exigencias de la democracia liberal, todo comportamiento que se refiere a una verdad trascendente, universal y absoluta es percibido como una amenaza para la paz civil. La fe religiosa es denunciada como una patología social.

Esta estrategia de demonización de todo lo que es religioso no es de ayer. ¿Acaso el Estado moderno, religiosamente neutral y políticamente omnipotente, no se ha impuesto autoproclamándose como único remedio frente a las guerras de religión? La denuncia se concentra luego sobre las fes monoteístas porque se piensa que generan una mentalidad intolerante en sus creyentes en cuanto piensan poseer una verdad universal y absoluta.

En este contexto la Comisión Teológica Internacional se ha ocupado del problema. Una subcomisión, presidida por el Padre Philippe Vallin, ha trabajado durante cinco años sobre el tema, en un intercambio constante con toda la Comisión. El resultado es un texto titulado “Dios Trinidad, unidad de los hombres. El monoteísmo cristiano contra la violencia”, aprobado por la Comisión Teológica Internacional el pasado 6 de diciembre. El documento –publicado como de costumbre en la Civiltà Cattolica y accesible en los sitios de internet de la revista y de la Comisión– se presenta no como un tratado exhaustivo de teología sino como «testimonio argumentado».

Su tesis es inequívoca: en lo que respecta a la fe cristiana, la violencia en nombre de Dios es una herejía pura y simple. Aquí no hay ninguna concesión al espíritu de la época, sino una convicción que nace del corazón mismo del Evangelio. Por lo tanto, la violencia no se justifica ni para reivindicar los derechos de Dios ni para salvar a los hombres en contra de su voluntad, porque «la verdad no se impone sino por la fuerza de la verdad misma» (Dignitatis humanae, n. 1). Y ésta es la paradoja del cristianismo: el respeto escrupuloso de la libertad religiosa no está motivado por una forma de relativismo sino que se deriva de lo que hay de más dogmático en la idea que la fe cristiana ofrece de Dios.

Pretender así que el rechazo de toda violencia en nombre de Dios está inscrito en el corazón mismo de la fe cristiana vuelve necesaria una autocrítica de la praxis histórica de los cristianos. A través de los siglos, de hecho, el pueblo de Dios no siempre ha estado a la altura de esta convicción. El documento se empeña en disolver los lazos ocasionales que se han podido tejer en la historia entre cristianismo y violencia religiosa y en interpretar correctamente las páginas de la Biblia que parecen legitimar la violencia religiosa.

En el debate sobre monoteísmo y violencia, el documento ha querido evitar dos soluciones fáciles.
La primera consistiría en disociar el cristianismo del monoteísmo: sí, concedemos que el monoteísmo es un factor de violencia, pero precisamos enseguida que el cristianismo escapa de esta acusación porque anuncia el misterio de un Dios Trinidad, que en Sí mismo es comunión en la diferencia. Al contrario, el documento subraya que el misterio trinitario no se afirma en absoluto en detrimento del monoteísmo.

Una segunda solución apologética fácil habría sido disociar la fe cristiana de la religión: sí, concedemos que la religión es un factor de violencia, pero precisamos enseguida que el cristianismo no deriva de la religión sino de la fe. Al contrario, el documento insiste sobre el valor intrínseco de la experiencia religiosa en cuanto tal. Así como la gracia no destruye la naturaleza sino que la cura y la lleva a su cumplimiento, así la fe cristiana asume la dimensión religiosa de la condición humana y la purifica reconduciéndola a su esencia auténtica, que une inseparablemente amor de Dios y amor del prójimo. Toda violencia en nombre de Dios es en resumen «una corrupción de la experiencia religiosa».

Este punto es fundamental para el diálogo entre las religiones. Los teólogos católicos que han redactado este documento no han querido hablar en nombre de los creyentes de las otras religiones monoteístas, pero los invitan a emprender un camino análogo de purificación al interior de las propias tradiciones. En la medida en que éstas son expresiones de una religión auténtica, no pueden más que rechazar la violencia religiosa. Lejos de ser un factor de división, las religiones, cuando son fieles a su esencia y sin renegar nada de su sentido de lo absoluto, son fermentos de paz. Por eso sería un suicidio mantenerlas separadas de la vida social y política.

Serge-Thomas Bonino, Dominicano
Secretario General de la Comisión Teológica Internacional
(L’Osservatore Romano, 16 gennaio 2014).

Fuente: http://www.osservatoreromano.va/it/news/uneresia-vera-e-propria#.Ut5ZmOTjHIX (traducción del italiano de Daniel Iglesias Grèzes).