24.01.14

 

Mons. Vitus Huonder, obispo de Chur (Suiza), ha tenido a bien escribir una carta pastoral en la que afirma que aquellos fieles que se encuentren en una situación irregular, sea porque se han vuelto a casar tras divorciarse, sea porque son homosexuales y viven con una persona de su mismo sexo, deben abstenerse de comulgar pero pueden acercarse al sacerdote con los brazos cruzados para que les dé una bendición. No es la primera vez que trata este asunto, pero sí la primera durante este papado.

Dada la secularización presente entre los católicos del país centroeuropeo, no muy diferente a la de otros países del entorno, un grupo de “fieles” lanzaron una alerta en internet para protestar contra las palabras del obispo. Lo que piden, como se pueden imaginar, no es que los que viven en pecado se abstengan de ponerse en la fila de los comulgantes para recibir una bendición sacerdotal, sino que se les permita cometer el sacrilegio de comulgar. Se alude al hecho -que debería de cambiarse, dicho sea de paso- de que no pocas personas que viven en esa situación desempeñan actividades eclesiales, tales como dar catequesis, ser parte del consejo parroquial, etc. Llevan ya recogidas varios miles de firmas.

En cualquier otro momento de la historia de la Iglesia, lo que se discutiría no es si pueden comulgar o no, sino si tiene sentido que un sacerdote bendiga en una Misa a quien vive en pecado mortal. No me imagino yo a San Pablo o San Pedro bendiciendo adúlteros o sodomistas, sinceramente. Quien diga que la situación de nuestra sociedad hoy en día es moralmente muy diferente de la que se vivía entonces, no sabe de qué habla. Y la respuesta pastoral de los apóstoles no fue una comprensión falsamente misericordiosa que se convirtiera en complicidad con el pecado. En todo caso, Mons. Huonder busca dar un trato pastoral a los fieles que están en esa situación, supongo que para que no se sientan del todo excluidos. Precisamente porque tiene interés en cuidar la salud de esas almas, les impide que añadan a su pecado público otro pecado igualmente mortal: comulgar indignamente. No en vano, San Pablo advirtió que “quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor” (1ª Cor 11,27) y se “come y bebe su propia condenación” (1ª Cor 11,29).

De hecho, en todo el debate sobre la comunión a divorciados vueltos a casar, se tiende a ignorar la gravedad de lo que supone comulgar en estado de pecado mortal. Siendo la Eucaristía un sacramento de salvación, en esos casos se usa para lo contrario. Por más que se empeñen algunos, la Iglesia no ejerce de madrastra inquisidora al negar la comunión a quienes viven en una situación irregular. En realidad les está haciendo un inmenso favor al impedirles pecar más. Y quien realmente anhela poder comulgar, debería de anhelar dejar de vivir en pecado.

Es bueno, muy bueno, que un pecador quiera acercarse a recibir la comunión. Es más bueno, y absolutamente necesario, que se acerque previamente al confesionario para arrepentirse de verdad de sus peores pecados. Y en dicho arrepentimiento ha de ir el propósito de enmienda. Que en el caso de los pecados “públicos” ha de ir acompañado de un cambio igualmente público de su situación de pecado.

Por más vueltas pastorales que se le quiera dar a esa noria, la fe católica no puede ni alterarse ni aguarse. La Iglesia no está para facilitar a los pecadores que sigan viviendo en pecado y a la vez comulgando. Está para predicar y administrar la gracia que nos libera del pecado y la condenación. Y quien así no obre, no sirve a Dios sino al Padre de la mentira.

Luis Fernando Pérez Bustamante