25.01.14

 

Mañanita de un sábado cualquiera. El señor cura, servidor por ejemplo, aprovecha la extraña circunstancia de unas horas de tranquilidad para ponerse con la casa como tantas familias en similares horarios.

Como pueden imaginar, para esos menesteres el señor cura no suele ponerse la sotana, ni siquiera una camisa negra. Al menos yo. Así que unos vaqueros viejos, una camiseta cualquiera y a por ello. Lo normal: pasar la aspiradora, trapito del polvo, fregona, especial entusiasmo en cocina y baño… Y la perspectiva, si es posible, de ir a la comprar al final de la mañana. Iluso.

Porque no había pasado media hora de faena cuando suena el teléfono por primera vez. ¿Don Jorge? Sí, dígame. Soy la hermana Recesvinda, que estamos aquí en la puerta de la parroquia cuatro hermanas que han venido de fuera y querían ver la parroquia. ¿Podría bajar? Claro, hermana, un momento. Primer cambio de ropa. Porque no vas a bajar a enseñar el templo a las hermanas con la camiseta de la cusqueña, la mejor cerveza del Perú. Media horita que se va. En fin, ya que han venido…

De vuelta a casa, con la fregona en medio del pasillo, y el bote de “limpiabaños” con lejía atomizada, tornas a la alcohólica camiseta para seguir jornada. Vana pretensión. Porque el teléfono tiene el día tonto. ¿D. Jorge? Sí, diga. Mire, que estoy en la capilla de la adoración perpetua, que son las once, me tengo que marchar y no llega el relevo. ¿Podría bajar? Claro, deme cinco minutos. Ya saben. Fuera cusqueña, viva el negro y raudo a la capilla para encontrarte, al llegar, con que hay dos personas rezando, una de ellas la del turno de las once que se había despistado cinco minutos.

Hale, a casita, que está la casa como para llorar dos tardes. Qué les voy a contar a estas alturas. Vuelta al cambio de ropa, a la camiseta esa de la cusqueña, a retomar el limpiatodo, la bayeta ultrasónica, el trapo mega ecológico y la lejía de siempre. El caso es que empiezas a no fiarte ni de tu padre. Pero bueno, la cosa no fue mal. Hasta que… Sí, hasta que volvió a reclamar el teléfono. ¿Oiga? Mande! Somos los del bautizo de esta tarde, que traemos unas flores, y de paso querían ver la iglesia mis padres. ¿Podría abrirnos? A estas alturas ya no sabes si esnifar el limpiahornos, hacerte una infusión de limpiacristales o bailar Paquito el chocolatero marcando la gracia y el remeneo con un trapo del polvo y dos bayetas.

Por tercera vez cambio de look, bajada al templo y sonrisa de no pasa nada. Sobre todo cuando te dicen ¿no le estaremos entreteniendo, verdad? Que es justo cuando te entran ganas de decir: no, para nada, los curas nos pasamos las 24 horas en el despacho o en casa, sin hacer nada, leyendo libros piadosos por si alguien quiere ver la iglesia o traer flores. No tenemos nada más que hacer.

¿Piensan que exagero? Estoy seguro que a más de un compañero le pasan cosas así,. Y lo divertido es cuando te dicen: ¿qué, estaba en casita? Pues sí. Je, qué tranquilidad la suya. Quién pudiera.