1.02.14

 

La secularizada Holanda, la liberal Holanda, la paganizada Holanda, la Holanda del “Catecismo” heterodoxo, ha “parido” un cardenal de esos que no se arrodillan ante el ídolo de lo político y eclesialmente correcto. Se trata de S.E.R Willem Jacobus Eijk, arzobispo de Utrech.

En plena Semana de Oración por la unidad de los cristianos, el prelado ha concedido una entrevista a una revista calvinista de su país. ¿Y qué creen que ha dicho? Pues que Trento, con sus dogmas y anatemas, sigue plenamente vigente. Y que eso de rehabilitar al heresiarca Lutero es implanteable.

Estamos ante unas declaraciones que indican dos cosas:

1- Que hay gente que cree que Trento es una rémora del pasado y conviene que sepan que sigue siendo un concilio ecuménico fundamental para la Iglesia Católica.

2- Que hay gente que opina que lo de Lutero tiene solución. Y como bien dice el arzobispo de Utrech, “él se desvió de la doctrina de la Iglesia. Y esa doctrina permanece tal cual. Por esta razón, las diferencias permanecen sin cambio y la rehabilitación es imposible“.

Yo diría algo más. No tiene el menor sentido pedir rehabilitar a quien se negó a ser rehabilitado porque tenía un concepto de la Revelación y del papel del magisterio de la Iglesia radicalmente opuesto a lo que significa el catolicismo. La rehabilitación de Lutero no sería una concesión simbólica a la galería del ecumenismo, sino la postración idolátrica a un falso irenismo, que implicaría una señal más de que estaríamos en plena apostasía previa a la Parousía.

El protestantismo evangélico es hoy tan solafideísta como Lutero y Calvino. Rechaza los mismos dogmas católicos que ellos y los que llegaron después. Mantiene exactamente las mismas diferencias doctrinales que había en el siglo XVI. Y entre sus principios, especialmente el del “libre examen", sigue anidando el germen de anticatolicidad y división doctrinal y eclesial que lo ha caracterizado en estos cinco siglos de su existencia. Es más, cuando un sector del protestantismo -casi siempre el infectado por la teología liberal- llega a algún tipo de acuerdo doctrinal con la Iglesia Católica, como fue el caso de la declaración conjunta católico-luterana sobre la justificación, recibe el rechazo casi unánime del resto de protestantes. No creo equivocarme si afirmo que los protestantes ecuménicos tienen muy poco de protestantes auténticos, dado que tienen un concepto de su fe muy similar a la de los “católicos” modernistas. Obviamente hay excepciones que confirman la regla.

Aunque pueda parecer lo contrario, se presta un genuino servicio al verdadero ecumenismo cuando se recuerda que la Iglesia Católica no tiene la menor intención de dar marcha atrás en sus dogmas de fe. El bautismo nos hace hermanos de los protestantes. Separados por diferencias doctrinales irreconciliables, pero hermanos. Y el común martirio de sangre, presente en muchos países del mundo donde los cristianos son una minoría perseguida, es un elemento unitivo de primer orden. Podemos ir también juntos de la mano en la defensa de una serie de valores fundamentales, como son el derecho a la vida y la ley natural. Y poco más, aunque eso no es poco.

Aquellos que plantean que puede producirse tal unión que un día podamos todos compartir la misma mesa eucarística, solo demuestran una ignorancia proverbial, por decirlo suavemente. Primero, porque no existe un solo protestante que crea en el carácter de sacrificio de la Misa. Ya me dirán ustedes como van a participar en algo en lo que no creen. Y ya me dirán ustedes como la Iglesia va a renunciar a que la Misa sea lo que siempre ha sido, y que dejaría de ser si se le quitara esa paste cosustancial a la misma.

Trento, como afirma el cardenal Eijk, es la prueba de que la Iglesia no necesita cismáticos y herejes para reformarse bajo la guía del Espíritu Santo. Trento puso fin a estructuras de pecado que se habían enquistado en el seno del catolicismo. Trento abrió las puertas a la mejora ostensible de la preparación de sacerdotes y religiosos, y por tanto, de obispos y Papas. Eso le convirtió en el concilio ecuménico más pastoral -con frutos magníficos- de la historia de la Iglesia hasta entonces. Sin por ello dejar de ser el gran concilio dogmático del segundo milenio. Quien lo dude, que vea la legión de santos coetáneos de aquel magno acontecimiento.

Ni que decir tiene que la Iglesia Católica no empieza ni acaba en Trento. Pero pretender aparcar ese concilio en el desván de la historia o en las hojas de manuales teológicos que solo leen unos cuantos, es robar al pueblo de Dios uno de sus mejores tesoros. Y no estamos como para desaprovechar semejante torrente de gracia. Más bien lo contrario.

Luis Fernando Pérez Bustamante