3.02.14

La luz de la Candelaria

A las 2:10 AM, por Mª Virginia
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En el templo entra María
más que nunca, pura y blanca
luces del mármol arranca,
reflejos al oro envía.
Va el Cordero entre la nieve,
la Virgen nevando al Niño,
nevando a puro cariño
este blanco vellón leve.

Las dos tórtolas que ofrece
ya vuelan y ya se posan.
Ana y Simeón rebosan
gozo del tiempo qeu crece,
que estalla, que está. No hubo
quien viendo al blanco alhelí
dijera -por tí, por mí-
que al hielo esta noche estuvo.

La Pureza -oh maravilla-
quiere tornarse aún más pura.
Y Jesús de su blancura
le baña frente y mejilla.

…………………………

Ya ha cesado la nevada,
y el Niño tan blanco, blanco,
oye que va a ser el blanco
de contradicción, la espada,
ay, para su Madre, y mueve
hacia ella sus ojuelos,
regalando desconsuelos
como si El no fuera nieve.

(Gerardo Diego:"Glosa de la Purificación", en Versos Divinos)

En esta preciosa fiesta, la Fidelidad se reviste de Luz.

Luz de fuego, pero fuego de candelas que acogen e iluminan, porque el incendio espanta…

Para un mundo en penumbras que todo lo confunde, los consagrados fieles son antorchas que recuerdan el rumbo a todo bautizado: la humildad de María Santísima, el silencio obediente y fecundo de José, la entrega anticipada del Niño Dios, la espera de Simón y Ana.

Y la pequeñez preciosa y pobre de las tórtolas, como precio de Quien no cabe en los cielos.

adoracion

¡Qué fiesta de paradojas, Señor, qué regalo tan bello, el que sigas derramando sobre nuestras llagas, el bálsamo precioso de vocaciones puras, para consuelo y alegría!

Todo halago es pequeño en este día, en que quisiéramos pasar agradeciendo a tantos luceros – escudos – estandartes que engalanan a la Esposa con la perla de su fidelidad.

¡La luz sigue siendo imán para las almas!

El anciano Simeón siempre me ha arrebatado el corazón. No permitió que se consuma el aceite de su lámpara en la espera confiada, y Dios le concedió tomar al Mesías en sus brazos.

Hoy, en cambio, nadie quiere esperar. Y mucho menos ya, embellecer la espera.

¿No es acaso la alegría a que nos insta San Pablo (Flp.4,4) el regocijo de una espera siempre renovada, porque nos basta la certeza de en Quien hemos puesto la confianza?

¡Danos, Señor, la gracia de una esperanza luminosa, radiante, fecunda para el Reino, sin temor a ninguna profecía, ni a la espada! María conservaba estas cosas en su corazón…

Ella no es presa del miedo, no: es la Reina de la Esperanza.