6.02.14

Pederastia: a ver si aprendemos

A las 10:19 AM, por Jorge
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En plural: aprendemos, en plural, porque uno es miembro de la Iglesia y además sacerdote. Como tal, lo que le pasa a la Iglesia, lo bueno, lo malo, entra en la comunión de los santos y me afecta. Y ahora pasamos al asunto.

Lo que ayer ha dicho la ONU por encima de matices y reconociendo que en los últimos años, gracias especialmente al papa Benedicto XVI y ahora al papa Francisco, se ha hecho mucha limpieza, es algo que todos vemos como real. Alguna vez ya he dicho que en pederastia un solo caso ya es una barbaridad, pero también hay que decir que allá donde hay niños hay abusadores, sean sacerdotes, entrenadores deportivos, monitores o maestros, aunque en el caso de un sacerdote, a quien se supone una especial fuerza moral, la gravedad llega al límite.

Los sacerdotes somos pecadores como todo mortal. Para ir venciendo esa condición de pecadores están los sacramentos, especialmente el de la reconciliación, la oración, la penitencia personal y los auxilios de la gracia. Hasta ahí nada más que decir, y el resto es cosa entre el propio sacerdote, su confesor y Dios.

Pero atención, porque una cosa es el pecado y otra muy distinta el delito. Si un sacerdote coge unos eurillos del cepillo de las velas, es un pecador y debe restituir. Si se dedica al blanqueo de dinero es un delincuente y debe ser entregado a la justicia. Un sacerdote que caiga en el sexto mandamiento es un pecador, pero si abusa de un niño es un delincuente. Ese es un límite que nadie ha de traspasar. Ahí está el asunto. Mientras sea pecado, es cosa de la confesión y si hace falta se aplican las penas canónicas que sean necesarias. Si pasa a delito, es cosa de los tribunales.

El gran error de todos estos años ha sido que, por la cosa del temor al escándalo, conductas aberrantes y delictivas se han encubierto de mala manera, en algunos casos con un simple traslado de parroquia, ciudad o país, propiciando que el abusador, pasados quizás unos primeros momentos de arrepentimiento, encontrara nuevas víctimas. Al final, la cosa se iba complicando hasta hacerse una enorme bola de nieve imposible de parar.

¿Se ha parado el escándalo? No. Es evangélico: “nada hay oculto que no llegue a descubrirse”. El escándalo ha sido enterarnos de encubrimientos, silencios, traslados de tapadillo, tapadas de boca con dinero y aquí no ha pasado nada.

Todos sabemos que con más de cuatrocientos mil sacerdotes en el mundo, la inmensa mayoría irreprochables, desgraciadamente nos encontraremos con conductas inapropiadas y aberrantes. Ahí es donde no hay que temblar: ante el delito, la justicia. El escándalo no es tanto un sacerdote abusador, cuanto unos superiores que lo tapan y aquí no pasa nada.

Seamos claros. Se hizo mal. Afortunadamente se ha puesto remedio a esa situación con las claras y estrictas normas dadas por los últimos papas. Pero hay que aprender para el futuro y darnos cuenta de que tapar jamás dio buen resultado, como tampoco acceder al chantaje. Cuando hay un delito de esta especie, como el abuso de niños, inmediata reducción al estado laical y entrega al brazo secular. Y no hay otra.