Homilía de Mons. Julián Barrio en la Ordenación Episcopal 8 de febrero 2014

Esta Iglesia compostelana se alegra en el Señor al ser ordenado D. Jesús como Obispo Auxiliar, según la tradición apostólica, mediante la oración y la imposición de las manos como signo de protección y de total propiedad de Dios que le dice: “Te he llamado por tu nombre, tu eres mío”.  Mi cordial felicitación para ti, querido hermano, para tus padres, familiares, amigos y conocidos.

Saludo con fraternal afecto al Sr. Nuncio, a los Sres. Arzobispos y Obispos, al Sr. Secretario General de la Conferencia Episcopal, a los miembros del Cabildo, sacerdotes, consagrados, diáconos, seminaristas y fieles diocesanos de Santiago, de la diócesis de León y de otras diócesis hermanas, a las autoridades, a los radioyentes y televidentes. Mi filial agradecimiento al papa Francisco.

El profeta Isaías nos dice que el enviado del Señor trae la liberación y la curación proclamando la obra liberadora de la gracia que concierne a todo hombre necesitado de perdón y sin capacidad de  curarse a si mismo. Por eso Dios ha derramado su espíritu en nuestros corazones para transformarnos desde dentro, “como el suelo que echa sus brotes y como un jardín que hace brotar las semillas”. El enviado debe acercarse al hombre herido en cualquier circunstancia, y sentirse partícipe de la alegría del Espíritu de Dios que llama y envía para dar la buena noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad. No puede describirse mejor una misión, ni más claramente en medio de tensiones culturales, sociales, y religiosas que afligen también a los hombres de nuestros días. En el sucesor de los apóstoles, “más allá de todas las preocupaciones y las dificultades inevitablemente asociadas con el fiel trabajo cotidiano en la viña del Señor, debe prevalecer sobre todo la esperanza”. El ministerio episcopal ha de alentar la esperanza de quienes, amenazados por mitos ilusorios y por el pesimismo de sueños que se desvanecen, y afligidos por las múltiples formas de pobreza, “contemplan a la Iglesia como monte de las Bienaventuranzas”.

Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes, para pastorear la Iglesia de Dios” (Hch 20, 28), escribe san Pablo. Valorar el significado de estas palabras, exige asumir responsablemente la tarea que Dios nos encomienda, y tener en gran aprecio a la comunidad eclesial que es propiedad de Cristo pues la adquirió con su sangre y la ama infinitamente.  

No faltan las dificultades fuera y dentro de la comunidad cristiana que buscar diluir nuestra fe: “Incluso de entre vosotros mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos en pos de sí” (Hech 20, 30). Si la fe no es una, no es fe. “Como servicio a la unidad de la fe y a su transmisión íntegra, el Señor ha dado a la Iglesia el don de la sucesión apostólica”. Por eso, hemos de fiarnos de Dios y de su palabra de gracia “que tiene poder para construirnos y hacernos partícipes de la herencia con todos los santificados” (Hech 20, 32).

Presidir la comunidad cristiana en la caridad exige servir en vigilancia y fidelidad, sin cálculos ni condescendencias con uno mismo. “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo” (Mt 20,26-27). “Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos”. La lógica del Evangelio no es la del poder ni la de la ambición sino la del servicio y de la gratuidad, camino elegido por Jesús para hacer presente el amor de Dios en el mundo.

La lógica del Evangelio no es la del poder ni la de la ambición sino la del servicio y de la gratuidad,

“¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”. “Podemos” (Mt 20,22). Beber el cáliz es abajarse para ser levantado; ser último para ser el primero; hacerse pequeño para ser grande y acoger siempre la voluntad del Señor, sabiendo que el amor es lo que da valor y dignidad a la actitud de servir a quienes no cuentan en nuestra sociedad, heridos por tantas dolencias. El cáliz amargo de los demás no nos puede ser ajeno. El testimonio de Santiago y Juan nos compromete a ser “fieles custodios de la Buena Noticia que los Apóstoles transmitieron, sin ceder a la tentación de alterarla, disminuirla o plegarla a otros intereses, y nos transforma a cada uno de nosotros en anunciadores incansables de la fe en Cristo”. El nos llama a beber su cáliz que se convierte siempre en cáliz de bendición (cf. Is 51, 17-22).

Llamados a ser en verdad ministros de la comunión y de la esperanza para el pueblo santo de Dios hemos de considerar que “

no se puede estar al servicio de los hombres sin ser antes siervo de Dios. Y no se puede ser siervo de Dios si antes no se es hombre de Dios”. Sólo así, el obispo puede vigorizar la vida religiosa

asumiendo los sufrimientos apostólicos por la difusión del Evangelio, la defensa de los débiles y la constante atención al pueblo de Dios, sin olvidar a los alejados, confiando en la acción interior del Espíritu y estando siempre cercano a todos, desde el más grande al más pequeño (Pastores gregis, 11).

‘No se puede estar al servicio de los hombres sin ser antes siervo de Dios. Y no se puede ser siervo de Dios si antes no se es hombre de Dios’. Sólo así, el obispo puede vigorizar la vida religiosa

Toda iniciativa episcopal servirá á verdadeira renovación da Igrexa en tanto contribúa a mostrar o fascinante esplendor da verdade e da auténtica luz que é Cristo mesmo. A proposta evanxelizadora ha de facerse sempre dende o corazón do Evanxeo, proclamando que Deus nos ama infinitamente en Xesús Cristo e fai posible a nosa plenitude, abrindo o noso corazón aos outros. Tendo como referente o exemplo dos santos pastores, habemos de transmitir a fe “non con palabras sabias para non desvirtuar a cruz de Cristo”, nin por consenso humano, senón como unha revelación divina, para uns, mensaxe de salvación, para outros, pedra de tropezo e escándalo. Pero a verdade cristiá é atraente e persuasiva precisamente porque responde á necesidade profunda da existencia humana. Como “administradores dos misterios de Deus” (1Cor 4, 1s), a nosa inquietude é conducir aos homes cara a Xesús Cristo quen máis alá dá estratexia, pídenos a prudencia que significa buscar e actuar conforme á verdade e que esixe a razón humilde, disciplinada e vixiante, que non se deixa levar por prexuízos. Quen non serve á verdade, non serve á unidade.

Cristo dinos: “Tede confianza”. Querido irmán Jesús, ves a unha comunidade diocesana en que sentirás a necesidade de querela porque te sentirás fondamente querido por ela. Todos che desexamos un ministerio episcopal longo e cheo de froitos. Deus preocúpase por ti, mira pola forza da túa vocación e da túa misión. Na comuñón co Papa Francisco recibe gozoso o don do ministerio episcopal. Encomendámosche á intercesión do Apóstolo Santiago e da Virxe Santa María. Vivamos a nosa existencia menos expostos aos medos, pois somos discípulos de quen venceu ou mundo. Amén.