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Servicio diario - 23 de febrero de 2014

El papa Francisco

Francisco en el ángelus: "La unidad es más importante que los conflictos"
Texto completo. El Papa Francisco pide sostener con la oración a los nuevos cardenales. Recuerda que por el bautismo todos tenemos la misma dignidad, en Jesucristo, somos hijos de Dios

El Papa recuerda que el cardenal entra en la Iglesia de Roma, no en una corte
En la Basí­lica Vaticana el Santo Padre ha concelebrado la eucaristía con el colegio cardenalicio, que desde ayer cuenta con 19 nuevos miembros

Francisco: Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo
Texto completo de la homilí­a del Santo Padre en la eucaristí­a concelebrada con los nuevos cardenales

Espiritualidad

Beata Rafaela Ybarra Villalonga
«Esta protectora de la infancia y de la juventud, fundadora del Instituto de las Hermanas de los Ángeles Custodios, siempre contó con el decisivo y generoso apoyo de su esposo que no puso impedimento a su profesión religiosa»


El papa Francisco


Francisco en el ángelus: "La unidad es más importante que los conflictos"
Texto completo. El Papa Francisco pide sostener con la oración a los nuevos cardenales. Recuerda que por el bautismo todos tenemos la misma dignidad, en Jesucristo, somos hijos de Dios

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 23 de febrero de 2014 (Zenit.org) - Ante una plaza de San Pedro repleta de fieles, el Santo Padre, desde la ventana del Estudio del Palacio Apostólico ha rezado el ángelus y ha dirigido antes a los presentes las siguientes palabras:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

en el segunda Lectura de este domingo, san Pablo afirma: "Ninguno ponga su orgullo en los hombres, porque todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefa (es decir Pedro), el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro: ¡todo es vuestro! Pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios". ¿Por qué dice esto el apóstol? El problema que el Apóstol se encuentra de frente es el de las divisiones en la comunidad de Corinto, donde se habían formado grupos que se referían a varios predicadores considerándoles sus jefes; decían: "Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefa...". San Pablo explica que este modo de pensar es equivocado, porque la comunidad no pertenece a los apóstoles, pero son ellos, los apóstoles, los que pertenecen a la comunidad; ¡pero la comunidad, toda entera, pertenece a Cristo!

De esta pertenencia deriva que en las comunidades cristianas - diócesis, parroquias, asociaciones, movimientos - las diferencias no pueden contradecir el hecho que todos, por el bautismo, tenemos la misma dignidad: todos, en Jesucristo, somos hijos de Dios. Y esta es nuestra dignidad. En Cristo somos hijos de Dios.

Aquellos que han recibido un ministerio de guía, de predicación, de administrar los Sacramentos, no deben considerarse propietarios de poderes especiales, sino ponerse al servicio de la comunidad, ayudándola a recorrer con alegría el camino de la santidad.

La Iglesia hoy confía el testimonio de este estilo de vida pastoral a los nuevos cardenales, con los cuales he celebrado esta mañana la santa Misa. ¿Podemos saludar todos a los nuevos cardenales con un aplauso? ¡Saludamos a todos! El Consistorio ayer y la celebración eucarística hoy, nos han ofrecido una ocasión preciosa para experimentar la catolicidad, la universalidad de la Iglesia, bien representada por la variada procedencia de los miembros del colegio cardenalicio, recogidos en estrecha comunión entorno al sucesor de Pedro. Y que el Señor nos dé la gracia de trabajar para la unidad de la Iglesia. De construir esta unidad, porque la unidad es más importante que los conflictos. La unidad de la Iglesia es en Cristo. Los conflictos son problemas que no siempre son de Cristo.

Los momentos litúrgicos y de fiesta, que hemos tenido la oportunidad de vivir en el curso de las últimas jornadas, refuercen en todos nosotros la fe, el amor por Cristo y ¡por su Iglesia! Os invito a sostener estos pastores y asistirles con la oración, para que guíen siempre con celo el pueblo que se les ha confiado, mostrando a todos la ternura y el amor del Señor. Pero, ¿cuánto necesitan de oraciones un obispo, un cardenal, un Papa para que pueda ayudar a llevar adelante el pueblo de Dios? Digo ayudar, es decir, servir al pueblo de Dios. Porque la vocación de la Iglesia o de los cardenales o del Papa es precisamente esta. Ser servidores, servir en nombre de Cristo. Rezad por nosotros, para que todos seamos buenos servidores. Buenos servidores, no buenos propietarios.

Todos juntos, obispos, presbíteros, personas consagradas y fieles laicos debemos ofrecer el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo, animada por el deseo de servir a los hermanos y lista para ir al encuentro con valor profético a la espera y a las exigencias espirituales de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. La Virgen nos acompaña y nos proteja en este camino.

A continuación, el Papa ha rezado el ángelus.

Para concluir ha saludado a los presentes con estas palabras:

Saludo a todos los peregrinos presentes, en particular a los venidos con ocasión del Consistorio para acompañar a los nuevos cardenales; y agradezco mucho a los países que han querido estar presentes en este evento con delegaciones oficiales.

Saludos a los estudiantes de Tolosa y la comunidad de los venezolanos residentes en Italia.

Saludo a los fieles de Caltanissetta, Reggio Calabria, Sortino, Altamura, Ruvo y Lido degli Estensi; los jóvenes de Reggio Emilia y los de la diócesis de Lodi; la Asociación ciclista de Agrigento y los voluntarios de la Protección Civil de la Bassa Padovana.

A todos os deseo un feliz domingo y buena comida. ¡Hasta pronto!

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El Papa recuerda que el cardenal entra en la Iglesia de Roma, no en una corte
En la Basí­lica Vaticana el Santo Padre ha concelebrado la eucaristía con el colegio cardenalicio, que desde ayer cuenta con 19 nuevos miembros

Por Rocío Lancho García

CIUDAD DEL VATICANO, 23 de febrero de 2014 (Zenit.org) - El Santo Padre, acompañado del colegio cardenalicio y sus nuevos purpurados, ha celebrado la solemne eucaristía esta mañana en la Basílica Vaticana a las 10,00. Una gran multitud de fieles han sido partícipes de la celebración en la que han estado presentes los cardenales creados ayer por Francisco y un numerosos grupo de obispos.

Desde Haití, pasando por Brasil, Costa de Marfil, Filipinas y Corea, los 18 nuevos cardenales - fueron creados 19 pero Loris Capovilla no ha podido acudir por razones de edad - procedentes de 15 países diferentes, han celebrado hoy su primera eucaristía como cardenales de la Igesia católica.

Durante la homilía, el Santo Padre ha reflexionado sobre las lecturas del día de hoy, la santidad y ha dado algunas indicaciones a los nuevos cardenales sobre cómo debe ser su servicio.

Francisco ha afirmado que el llamamiento de la primera lectura a la santidad nos interpelan a todos y "especialmente a mí y a vosotros, queridos hermanos cardenales, sobre todo a los que ayer habéis entrado a formar parte del Colegio Cardenalicio". Y ha señalado que "imitar la santidad y la perfección de Dios puede parecer una meta inalcanzable" pero recuerda que la primera lectura "sugieren ejemplos concretos de cómo el comportamiento de Dios puede convertirse en la regla de nuestras acciones". Y advierte que "la santidad cristiana no es en primer término un logro nuestro, sino fruto de la docilidad ―querida y cultivada― al Espíritu".

Del mismo modo, el Santo Padre ha subrayado Jesús nos pide " amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades, en el mundo". Y dirigiéndose en especial a sus "hermanos cardenales" les ha recordado que Jesús no ha venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía". Y ha añadido que "ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo".

A los cardenales, el Pontífice les ha dicho que en la entrega gratuita consiste la santidad de un cardenal. Por tanto,  les ha invitado a que "amemos a quienes nos contrarían; bendigamos a quien habla mal de nosotros; saludemos con una sonrisa al que tal vez no lo merece; no pretendamos hacernos valer, contrapongamos más bien la mansedumbre a la prepotencia; olvidemos las humillaciones recibidas". Y así, les ha advertido que "el cardenal entra en la Iglesia de Roma, hermanos, no en una corte" y les ha pedido que eviten "hábitos y comportamientos cortesanos". Otras dos advertencias a los cardenales: "Este templo nuestro resulta como profanado si descuidamos los deberes para con el prójimo" así como que "un corazón vacío de amor es como una iglesia desconsagrada, sustraída al servicio divino y destinada a otra cosa".

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Francisco: Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo
Texto completo de la homilí­a del Santo Padre en la eucaristí­a concelebrada con los nuevos cardenales

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 23 de febrero de 2014 (Zenit.org) - El Santo Padre ha presidido esta mañana, a las 10.00, en la Basílica Vaticana la concelebración eucarística con los cardenales creados en el Consistorio de ayer y con todos los purpurados reunidos en Roma para el Consistorio.

Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre:

«Que tu ayuda, Padre misericordioso, nos haga siempre atentos a la voz del Espíritu». Esta oración del principio de la Misa indica una actitud fundamental: la escucha del Espíritu Santo, que vivifica la Iglesia y el alma. Con su fuerza creadora y renovadora, el Espíritu sostiene siempre la esperanza del Pueblo de Dios en camino a lo largo de la historia, y sostiene siempre, como Paráclito, el testimonio de los cristianos. En este momento, junto con los nuevos cardenales, queremos escuchar la voz del Espíritu, que habla a través de las Escrituras que han sido proclamadas.

En la Primera Lectura ha resonado el llamamiento del Señor a su pueblo: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo». Y Jesús, en el Evangelio, replica: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». Estas palabras nos interpelan a todos nosotros, discípulos del Señor; y hoy se dirigen especialmente a mí y a vosotros, queridos hermanos cardenales, sobre todo a los que ayer habéis entrado a formar parte del Colegio Cardenalicio. Imitar la santidad y la perfección de Dios puede parecer una meta inalcanzable. Sin embargo, la Primera Lectura y el Evangelio sugieren ejemplos concretos de cómo el comportamiento de Dios puede convertirse en la regla de nuestras acciones. Pero recordemos, todos nosotros, que, sin el Espíritu Santo, nuestro esfuerzo sería vano. La santidad cristiana no es en primer término un logro nuestro, sino fruto de la docilidad ―querida y cultivada― al Espíritu del Dios tres veces Santo.

El Levítico dice: «No odiarás de corazón a tu hermano... No te vengarás, ni guardarás rencor... sino que amarás a tu prójimo...». Estas actitudes nacen de la santidad de Dios. Nosotros, sin embargo, a veces somos tan diferentes, tan egoístas y orgullosos...; pero la bondad y la belleza de Dios nos atraen, y el Espíritu Santo nos puede purificar, nos puede transformar, nos puede modelar día a día. Hacer este trabajo de conversión, conversión del corazón, conversión a la que todos nosotros, vosotros cardenales y yo, debemos hacer, esta conversión.

También Jesús nos habla en el Evangelio de la santidad, y nos explica la nueva ley, la suya. Lo hace mediante algunas antítesis entre la justicia imperfecta de los escribas y los fariseos y la más alta justicia del Reino de Dios. La primera antítesis del pasaje de hoy se refiere a la venganza. «Habéis oído que se os dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo: ...si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra». No sólo no se ha devolver al otro el mal que nos ha hecho, sino que debemos de esforzarnos por hacer el bien con largueza.

La segunda antítesis se refiere a los enemigos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”. A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades, en el mundo. Hermanos cardenales, Jesús no ha venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía. Para esto no era necesario que bajara del cielo y muriera en la cruz. Cristo vino para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad, es la misericordia. La que Él nos ha dado y cada día tiene con nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Y esto es lo que el Señor nos pide a nosotros.

Queridos hermanos cardenales, el Señor Jesús y la Madre Iglesia nos piden testimoniar con mayor celo y ardor estas actitudes de santidad. Precisamente en este suplemento de entrega gratuita consiste la santidad de un cardenal. Por tanto, amemos a quienes nos contrarían; bendigamos a quien habla mal de nosotros; saludemos con una sonrisa al que tal vez no lo merece; no pretendamos hacernos valer, contrapongamos más bien la mansedumbre a la prepotencia; olvidemos las humillaciones recibidas. Dejémonos guiar siempre por el Espíritu de Cristo, que se sacrificó a sí mismo en la cruz, para que podamos ser «cauces» por los que fluye su caridad. Esta es la la actitud, este debe ser el comportamiento de un cardenal. El cardenal entra en la Iglesia de Roma, hermanos, no en una corte. Evitemos todos y ayudémonos unos a otros a evitar hábitos y comportamientos cortesanos: intrigas, habladurías, camarillas, favoritismos, preferencias. Que nuestro lenguaje sea el del Evangelio: «Sí, sí; no, no»; que nuestras actitudes sean las de las Bienaventuranzas, y nuestra senda la de la santidad.

Rezemos nuevamente, tu ayuda Padre misericordioso, nos haga siempre atentos a la voz del Espíritu. El Espíritu Santo nos habla hoy por las palabras de san Pablo: «Sois templo de Dios...; santo es el templo de Dios, que sois vosotros». En este templo, que somos nosotros, se celebra una liturgia existencial: la de la bondad, del perdón, del servicio; en una palabra, la liturgia del amor. Este templo nuestro resulta como profanado si descuidamos los deberes para con el prójimo. Cuando en nuestro corazón hay cabida para el más pequeño de nuestros hermanos, es el mismo Dios quien encuentra puesto. Cuando a ese hermano se le deja fuera, el que no es bien recibido es Dios mismo. Un corazón vacío de amor es como una iglesia desconsagrada, sustraída al servicio divino y destinada a otra cosa.

Queridos hermanos cardenales, permanezcamos unidos en Cristo y entre nosotros. Os pido vuestra cercanía con la oración, el consejo, la colaboración. Y todos vosotros, obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y laicos, uníos en la invocación al Espíritu Santo, para que el Colegio de Cardenales tenga cada vez más ardor pastoral, esté más lleno de santidad, para servir al evangelio y ayudar a la Iglesia a irradiar el amor de Cristo en el mundo.

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Espiritualidad


Beata Rafaela Ybarra Villalonga
«Esta protectora de la infancia y de la juventud, fundadora del Instituto de las Hermanas de los Ángeles Custodios, siempre contó con el decisivo y generoso apoyo de su esposo que no puso impedimento a su profesión religiosa»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 23 de febrero de 2014 (Zenit.org) - No hay confín que se interponga en la vida de un apóstol, ni siquiera cuando el llamamiento de Cristo le sorprende en el estado civil de casado. Además de ejercer admirablemente su responsabilidad atendiendo a su familia, no se escuda en ella para minimizar la entrega debida a Dios le falte o no su respaldo. Si fuese éste el caso, entonces se dispone a vivir una ofrenda martirial, y con ella atrae bendiciones diversas a los más cercanos que son extensivas a todo el que se halla a su alrededor; con tanto sacrificio se labra esa selecta morada en el cielo de la que habla el evangelio.

A Rafaela su esposo nunca le puso impedimentos para ejercer un vibrante apostolado, que secundó generosamente, culminando con su aprobación para que profesase y fundase un Instituto religioso, máxima prueba de un amor humano que se inspira en el divino. Esta excelente esposa y madre de familia nació en Bilbao, España, el 16 de enero de 1843. También en ella se cumple, como en la mayoría de los casos, que su fe nació y quedó profundamente arraigada con el testimonio y aliento de su familia, que le inculcó la base virtuosa sobre la que estuvo erigida su existencia. Pertenecía a la alta sociedad bilbaína. Los signos del amor divino en ella fueron precoces. Vivió la experiencia de su primera comunión gozosamente: «Comulgué con gran fervor. Recuerdo muy bien haber experimentado grandes consuelos espirituales y haber llorado pensando en la Pasión de Jesús». No obstante, en medio de su piedad también hubo un hueco para ciertas vanidades que, por lo general, resultan particularmente atractivas en la juventud. Ella misma confesó sus buenos hábitos y debilidades: «Me gustaba ser vista y obsequiada. El lujo no era exagerado para mi posición. Sin embargo, gastaba bastante en todo. Me gustaban mucho las joyas. Pero conservaba un fondo de piedad natural. Rezaba el Rosario todos los días con los criados; leía mis libros de piedad y era compasiva con los necesitados».

A los 18 años contrajo matrimonio con José de Villalonga, ingeniero industrial de procedencia catalana, hombre virtuoso, sin cuya generosidad y respeto no hubiera podido llevar a cabo la obra que emprendió. La súplica de Rafaela era esta: «Que sea cada día mejor esposa, mejor madre, mejor hija. Haz, Señor, que yo sea una mansión de paz dentro de la familia». Lo consiguió. Compaginó admirablemente la vida de oración y de caridad con el cuidado de su extensa familia, compuesta por los siete hijos que alumbró más cinco sobrinos que quedaron a su cargo cuando su hermana, y madre de los pequeños, falleció. Ella también tuvo que desprenderse tempranamente de dos de sus hijos, y el benjamín quedó apresado por una terrible y dolorosa parálisis infantil. Aunque san Juan Bosco se lo vaticinó al encontrarla en Barcelona: «Señora, este niño será su crucecita», la madre tuvo que afrontar ese dolor y gozarse de la grandeza del pequeño que un día le dijo: «Mamá, tú eres por lo menos ‘Sierva de Dios’».

Rafaela llevaba ya una vida de oración y tenía tal devoción al Santísimo Sacramento que cada vez se sentía más empujada a la unión con Él, y a realizar el mayor bien que le fuera posible. Ese momento llegó cuando a raíz de la profesión de su marido –promotor de la empresa Altos Hornos, que tenía un capital humano de tres mil personas–, tomó contacto con esa realidad del mundo obrero. Se sentía inclinada a cuidar de las niñas y de las jóvenes expuestas a los riesgos que van unidos a la pobreza y la ignorancia frecuentes en su época. Veía los males que acechaban a las jóvenes obreras y para acogerlas creó la casa Asilo de la Sagrada Familia. Las recogía por las calles y no dudaba en ponerse en aprietos con tal de rescatarlas del peligro. Quería proporcionarles todo lo que precisaban humana y espiritualmente, sembrando sus vidas de esperanza. Además, a los enfermos y pobres nunca les faltó su caridad. «Las personas pasan, pero las obras permanecen», solía decir.

Creó en Bilbao numerosas instituciones de protección a la mujer. La ayudaron en este empeño voluntarias que trabajaban siguiendo la consigna que les dio: «dulzura en los medios y firmeza en los fines». Tenía claro, y así lo transmitió, que «lo que no alcance el amor, no lo conseguirá el temor». Lo decía por experiencia, puesto que un día que fue a buscar a una reclusa, ésta la abofeteó. Y ella, respondiendo con mansedumbre, le dijo: «No me has hecho daño, hija mía; desde hoy te quiero más», palabras tan sentidas y auténticas, quela joven se vino abajo y se arrepintió llorando amargamente. El propósito de toda la obra de Rafaela fue este: vivir «unidas a Dios por la oración y el apostolado» para llevar «el anuncio del amor de Dios, al mundo de la niñez y de la juventud». Así surgieron pisos y talleres con los que pudo dar sustento y formación a estos colectivos. Contó con el consentimiento de su esposo D. José Villalonga para hacer profesión religiosa y fundar el Instituto de las Hermanas de los Ángeles Custodios en 1894. Falleció el 23 de febrero de 1900. Había hecho vida el lema que inculcó a todos: «nunca os canséis de hacer el bien». Fue beatificada el 30 de septiembre de 1984 por Juan Pablo II.

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