23.02.14

Reflexiones sobre la teología académica y la cultura popular

A las 12:48 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Teología dogmática, Teología pastoral

Recientemente publiqué en InfoCatólica un artículo titulado Dos ideas sobre la catequesis kerygmática, donde sostuve las siguientes tesis: a) si bien la catequesis actual debe incluir el kerygma o primer anuncio del Evangelio, éste no debe reducirse a la resurrección de Cristo; b) la catequesis actual, además de kerygmática, debe ser apologética, tanto que incluso convendría elaborar un “Catecismo Apologético”.

Comentando ese artículo, el Padre José María Iraburu me escribió que convendría aplicar estas propuestas no sólo a la catequesis, sino también a la formación en los seminarios y a la predicación pastoral de los sacerdotes. Estimulado por ese lúcido comentario, me decidí a escribir otros dos artículos (éste y otro más que está en preparación).

1. Brecha entre la teología académica y la cultura popular

Lamentablemente, hoy parece existir en la Iglesia Católica una gran brecha entre la teología académica y la cultura popular. Muchos teólogos, encerrados en una “torre de marfil intelectual”, se ocupan mayormente de cuestiones muy especializadas que sólo muy indirectamente se relacionan con las preocupaciones vitales de la gran mayoría de los fieles cristianos. Así la carrera académica de los teólogos a menudo tiende a perjudicar su servicio pastoral a todo el Pueblo de Dios. Una señal clara (pero no única) de este fenómeno es la escasa presencia de los teólogos católicos en Internet, ese formidable “nuevo areópago” que permite establecer un diálogo evangelizador en ámbitos amplísimos, con interlocutores muy diversos en todo sentido.

En la vida cristiana, todo (también la cultura) debe tener como objetivo la gloria de Dios y el bien de los hombres. Superando la tendencia a un academicismo estéril, la cultura católica debe tener siempre muy presentes los interrogantes, dudas, carencias, objeciones, necesidades e intereses de las mayorías, tendiendo muchos puentes entre la vida intelectual y las actividades prácticas (pastorales, caritativas, políticas, etc.) de los católicos.

2. La controversia de la “teología kerygmática”

En este contexto resulta interesante recordar la controversia ocurrida a mediados del siglo XX sobre la “teología kerygmática”. Lo haré mediante dos citas.

“(En 1936) J. A. Jungmann denuncia una separación entre la teología escolástica y la predicación. A este prestigioso historiador de la liturgia se unieron otros profesores de la Facultad teológica de Innsbruck. Algunos (de ellos) querían añadir, a la teología “científica” o escolástica, otra teología de carácter vital o catequético, centrada en el anuncio (kerigma) de Cristo. La propuesta no fue plenamente aceptada porque se llegó a la conclusión de que la teología tiene intrínsecamente dimensión Cristológica y misionera. Pero dejó su huella en la conciencia teológica e influyó notablemente en la renovación catequética.” (http://www.clerus.org/clerus/dati/2005-03/22-13/Tpasto.htm)

“Los teólogos llamados kerigmáticos (de kerigma = proclamar) han propuesto también una sistematización cristocéntrica, e incluso una doble Teología con un doble objeto. El contexto histórico en que apareció esta Teología kerigmática es el siguiente: Conmovidos por las quejas de los pastores de almas sobre la ignorancia y la mediocridad de vida de sus feligreses, cierto número de teólogos creyeron que la razón de ello estaba en una presentación deficiente del cristianismo y en una enseñanza poco adecuada de la Teología.

Para corregir este problema, los kerigmáticos propusieron que se diese prioridad a la proclamación del mensaje cristiano sobre la Teología científica, y que se procurase que la predicación se inspirara en Cristo y en la historia de la salvación. Algunos de sus teólogos exageraron aún más las necesidades del apostolado, al proponer construir al lado de la Teología tradicional otra llamada Teología kerigmática. La primera de las dos sería científica, sistemática, estaría preocupada por la investigación y se impartiría en las universidades; la segunda tendría por objeto a Cristo y se encaminaría a la predicación, se preocuparía de la Psicología y de la Pedagogía en la presentación del mensaje cristiano, y sería la Teología de los seminarios. La primera de estas dos Teologías se ocuparía de comprobar la veracidad del dato revelado, mientras que la segunda lo estudiaría bajo los aspectos del bien y del valor; la primera se expresaría en lenguaje técnico, pero la segunda lo haría en términos sencillos; la primera sería una Teología del intelecto mientras que la segunda estaría destinada a ser acogida en el corazón.

La proposición kerigmática de una doble Teología fue atacada desde su presentación, y finalmente rechazada por la Iglesia al considerar que no podría ser fiel a su objeto una ciencia teológica que en lugar de ocuparse de la comprensión del mensaje revelado se dedicara a promover la piedad de sus partidarios; y no porque esto último fuera indeseable, sino porque no es la materia que corresponde a la Teología.” (René Latourelle, La Teología, Ciencia de la Salvación, texto condensado, Cap. 2; véase en: https://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=564&capitulo=7292)

3. Una reflexión sobre esa controversia

En mi opinión, el mismo cariz que tomó la controversia de la “teología kerygmática” es un reflejo del problema que preocupaba a sus propulsores (y no sólo a ellos). Se teorizó demasiado sobre un problema esencialmente práctico, cuya solución no está en cambiar el objeto de la teología sino, como insinuábamos antes, en tender puentes (teológicamente bien fundados y construidos) entre la teología científica y académica y la predicación (en las homilías, la catequesis, etc.).

Obviamente, esta solución práctica requiere también una formación específica (por ejemplo de los seminaristas) que puede concretarse de diversas maneras (por ejemplo, dentro de la enseñanza de la teología pastoral). También requiere unos recursos específicos: por ejemplo, libros de divulgación teológica, escritos por teólogos competentes en un lenguaje accesible para el gran público, de un nivel cultural medio o bajo. En todas las disciplinas científicas se admite pacíficamente la legitimidad y conveniencia de una literatura de divulgación. No se ve por qué, con las precauciones del caso, la teología debiera ser una excepción a esta regla.

En suma, más allá de las exageraciones y errores señalados en el punto anterior, resulta clara la necesidad actual de algo parecido a lo que se proponía originalmente la “teología kerygmática”: no como disciplina separada de la teología científica, ni (menos aún) como contrapuesta a ella, sino como su necesaria extensión en forma de divulgación.

El problema de la divulgación teológica no debe ser confundido con otro problema práctico importante: el de cuál deba ser el nivel exigible de conocimientos teológicos para los seminaristas de hoy en cada país (o en un determinado país).

4. Algunas ideas prácticas

En lo que respecta a la formación de los catequistas y predicadores en general, creo que hay dos errores importantes a evitar.

Un primer error es el de dar más importancia a las formas de transmisión del contenido que al contenido mismo; por ejemplo, insistir mucho más en la metodología catequética que en la doctrina que el catequista debe enseñar. También este error puede provenir de una especialización excesiva. El experto en pedagogía o en comunicación puede fácilmente sobrevalorar el aporte de su propia disciplina, convirtiendo a la parte auxiliar en el centro del todo.

Un segundo error (que podríamos llamar tal vez “pedagogitis”) es el de sobrestimar la pedagogía y subestimar la didáctica. Lo explicaré con un ejemplo tomado de la formación docente, un tema análogo al analizado aquí: este error se da, por ejemplo, cuando se insiste mucho más en la enseñanza de teorías pedagógicas muy abstractas y complejas que en las formas más didácticas de enseñar a leer y escribir o a realizar las operaciones aritméticas.

En lo que respecta a la formación teológica, pienso que sería muy importante retomar la costumbre escolástica de la disputatio. Ésta era un método de enseñanza y de adiestramiento intelectual ampliamente practicado en las universidades medievales. Consistía en la discusión de una tesis filosófica o teológica, claramente definida, entre los alumnos que afirmaban la tesis y los que la negaban. La discusión debía ceñirse a los principios y al método de la ciencia respectiva (filosofía o teología, según el caso). Al final el maestro decidía la cuestión disputada, dando sus argumentos y rechazando los argumentos contrarios.

Esta forma de enseñanza (que exigía un buen dominio de la lógica) se refleja por ejemplo en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, que tiene una naturaleza profundamente dialogal. La Summa es un conjunto ordenado de discusiones sobre unas tesis relevantes y bien definidas. Una obra así no es el resultado de un rapto de inspiración, sino el producto destilado de muchas lecciones y disputas escolásticas y de la asimilación del contenido de muchos libros de autores de todas las tendencias.

Esto contrasta con el carácter poco dialogal de gran parte de la teología contemporánea, sobre todo en la corriente “progresista”. Paradójicamente, quienes más hablan del diálogo suelen ser los que menos lo practican en serio. Una de las razones de este fenómeno es el temor de los teólogos progresistas a una discusión leal, a fondo y metodológicamente correcta (es decir, acorde a los principios y reglas de la teología católica) de sus tesis principales. Ellos temen que una discusión así ponga claramente de manifiesto el carácter herético (o al menos contrario al Magisterio de la Iglesia) de algunas de sus posturas.

Debido a la escasez de verdadero diálogo teológico, tanto en la etapa de formación como en la etapa de ejercicio del oficio teológico, muchas obras teológicas contemporáneas son largos monólogos que adolecen de un excesivo individualismo. Un ejemplo notable de esto es la obra de Pierre Teilhard de Chardin, un pensador tan original como intelectualmente aislado, ensimismado en sus concepciones personales, expresadas además en un lenguaje propio, inventado por él. ¡Cuánto bien le podría haber hecho la discusión escolástica en regla de sus teorías!

Por último, opino que, por lo general, a los teólogos católicos de hoy fieles al Magisterio, sea cual sea la formación que recibieron, les vendría muy bien una mayor comunicación (también en el nivel intelectual) con gente “común y corriente”. Esto sería muy útil tanto para ellos mismos como para su ministerio teológico, que es un servicio eclesial. Por ejemplo (y esto vale también para los sacerdotes en general), no deberían cometer el error de transmitir en las homilías apenas unas migajas del sabroso pan de su teología, subestimando la inteligencia o los conocimientos de sus oyentes, o su amor a la sabiduría.