27.02.14

El respetable

A las 11:03 AM, por Jorge
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Los toreros, y en general lo que se llama la gente del toro, tienen la muy buena costumbre de referirse a la gente que asiste al espectáculo como público con el adjetivo de “respetable”, hasta el punto de que en muchas ocasiones “respetable” se convierte en substantivo de forma que la gente que está en los tendidos es directamente, el respetable.

No está nada mal estar convencidos de que la gente que acude a la corrida de toros es digna de respeto y que con ella no se juega. Podrán salir las cosas mejor o peor, pero faltar al respeto jamás. Que se le ocurra a un torero hacer el paseíllo de forma incorrecta, permitirse la más mínima licencia frente al reglamento o no digamos un gesto de desprecio al público. Le puede caer una que le cueste no volver a aparecer por esa plaza en los días de su vida.

Dicho esto, quizá los curas tendríamos que aprender a considerar a los fieles como el respetable. Sí, hermanos, amigos, fieles, feligreses… pero respetables, muy respetables.

Y ahí creo que fallamos estrepitosamente. No sé en razón de qué los curas nos creemos, tenemos la tendencia a creernos, los dueños del cortijo. Ya saben: “La paroisse, c’est moi”. Y como es moi, pues moi hace y deshace, pone, quita, remienda, suprime, añade, celebra, predica, manda, prohíbe… xactamente como le parece más oportuno.

Tenemos unos feligreses de dulce que no se inquietan ni molestan por nada y que, incluso ante los casos más escandalosos, lo más que hacen es salirse del templo, actitud inequívocamente fascista, y largarse a otra parroquia. Es verdad que algunos incluso llegan a poner una denuncia ante el obispo, en prueba una vez más de talante cavernícola y evidente falta de espíritu primaveral.

Alguna vez tendremos que comprender, y mira que nos cuesta, que los respetables feligreses tienen sus derechos, el primero y origen de todos los demás, el de ser atendidos como manda la Iglesia. Don Veremundo, católico viejo y taurófilo para más INRI, lo que dice mucho de su talante profundamente reaccionario, aún recuerda la que se organizó en el coso taurino de la muy noble villa de Salamora cuando Torerito de Villamayor salió a hacer el paseíllo en mangas de camisa. Fue tal la que se lió que aún le andan buscando. Por eso se le llevan los demonios cada vez que su párroco celebra sin casulla, omite o añade ritos o se carcajea del último documento episcopal. Lo que más le sorprende es que los fieles tan tranquilos… Tragando con todo.

Don Veremundo, la señora Rafaela, Joaquinito, sor Iluminada, Manolo y Juani no son unos mindundis sin voz ni voto a merced de los caprichos del cura párroco y de su equipo de cercanos colaboradores, más atentos a veces a la creatividad que a la santificación de los fieles. Son hijos de Dios e hijos de la Iglesia que tienen derecho a ser tratados como tales y no como menores de edad que no saben de qué va la vaina.

Aquella mañana el P. Paco inició la procesión de entrada de la misa de una sin llevar la obligada casulla. Desde todos los rincones de la iglesia se desató una impresionante pitada acompañada por los gritos de fuera, fuera mientras eran arrojados en dirección al sacerdote folletos, papeles, la prensa dominical y la barra de pan recién comprada. Don Veremundo feliz decía: por fin, ya era hora, ya era hora… cuando sintió una impresionante sacudida que le hizo reencontrarse en su butaca favorita del salón. Veremundo, Veremundo… ¿estás bien? ¿Te pasa algo? Nada mujer, que estaba disfrutando por una vez de la misa de una…