14.03.14

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

Iniciamos, con este primer artículo, una serie dedicada, digamos, al sucesor de San Pedro. Comentaremos, de la mejor forma que Dios nos dé a entender, aquello que el Santo Padre haya dicho en momentos determinados y que tan importante es para todos aquellos que nos consideramos católicos. Amor por el Papa y consideración para quien ha sido elegido como Vicario de Cristo en la Tierra.

Esta semana, para empezar, y reciente como está el inicio de la Cuaresma y de lo que supone para los fieles católicos que consideramos crucial una buena preparación para la Pascua, nada mejor que traer aquí las palabras que, en la Audiencia General del pasado 5 de marzo (Miércoles de Ceniza) pronunció en la Plaza de San Pedro.

Queridos hermanos y hermanas:

Inicia hoy, el miércoles de Ceniza, el itinerario cuaresmal que nos conduce a la celebración de la Pascua, centro de nuestra salvación. La Cuaresma es un tiempo “fuerte”, un tiempo de conversión, para vivir más auténticamente el bautismo.

En este tiempo somos invitados a tomar mayor conciencia de las maravillas que el Señor realiza por nuestra salvación. Vivir plenamente el bautismo nos ayudará a no acostumbrarnos a las difíciles situaciones de miseria, violencia, pobreza o indiferencia de Dios. Son comportamientos no cristianos y son comportamientos cómodos, que narcotizan el corazón.

La cuaresma es un tiempo para recobrar la capacidad de reaccionar ante la realidad del mal; para la renovación personal y comunitaria que nos acerca a Dios; para adherirnos confiadamente a su Evangelio, para mirar con ojos nuevos a los hermanos y a los necesitados; es un tiempo propicio para convertirnos al amor del prójimo; un amor que genera una actitud de gratitud y de misericordia con el Señor, que “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.

Si hay una idea-fuerza que identifica el pontificado del Papa Francisco es, sin duda alguna, la de la pobreza, la preocupación eral y efectiva por tal lacra mundial.

Eso lo ha reflejado, por ejemplo, en la cita bíblica que apoya el Mensaje par la Cuaresma de este año 2014 y que publicara en diciembre del año pasado 2013 y que no es otra que la que dice, tomada de la Segunda Epístola a los Corintios (8,9) que “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.

Claro está que se refiere, la misma, al Hijo de Dios y su contenido es este:


“Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza.”

¿Por qué tiene tanta importancia este texto?

En realidad, nos muestra que Jesús, Maestro a quien debemos imitar en virtudes y hechos, quiso ser pobre (siendo Dios) y lo quiso ser porque comprendía que aquellos excluidos de la sociedad por su especial situación, merecían la especial atención del Creador. Y por eso nació pobre y pobre vivió (no tenía, como dijo Él mismo, ni un lugar donde recostar la cabeza, en Mt 8, 20) y en tal pobreza se fija, desde el inicio de su pontificado quien quiso adoptar, por nombre, el de un santo tan amante del pobre como fue San Francisco de Asís.

Por eso el Papa Francisco dedica un espacio importante a la pobreza en tanto en las palabras que pronunció al respecto del Miércoles de Ceniza como en el Mensaje para la Cuaresma citado arriba.

El Papa sabe que el tiempo que recién hemos empezado es uno que tiene un sentido purificatorio pues se nos pide conversión. Y conversión significa limpiar de manchas nuestra alma pues no es posible recibir la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo poco dispuestos a que llene nuestro corazón de nueva savia de salvación.

Por eso no entiende, pues es difícil entenderlo, que podamos hacer poco hincapié, en nuestro diario existir, a todo aquello que violenta el corazón de Dios. Por eso la miseria, la violencia, la misma pobreza y la gran indiferencia hacia el Creador que manifiestan, incluso, muchos hijos suyos, son realidades que no deberían ocupar, nunca, los pensamientos y comportamientos de los hijos de Dios (y todos los somos) Además, no es poco decir que lo que esto hace es adormilar nuestro ser cristianos y, por tanto, que el mismo no influencie en la sociedad en la que vivimos y en la nos movemos y existimos.

Por otra parte, este tiempo de conversión lo es porque ha de verse reflejado en aquello que pensamos y en aquello que hacemos. Por eso el Papa Francisco nos propone una renovación. Hacer nuevo lo que ha podido quedar anquilosado y hacerlo nuevo con los ojos de Cristo, pobre entre los pobres pues, siendo el más poderoso se abajó a la altura del ser humano y se hizo en todo igual a nosotros excepto en el pecado.

Todo ha de quedar renovado: cómo miramos al prójimo, cómo tenemos en cuenta a los necesitados (de materia y de espíritu) y cómo, en nuestra vida (diaria, ordinaria, de andar por casa y fuera de ella) danos importancia a la Palabra de Dios (pues, como se dice en el Magnificat, el Creador, Lc 1, 53, tiene muy en cuenta a los necesitados) pues es la única forma de aplicar, a lo que somos, quienes somos.

En realidad, todo esto apenas dicho aquí tiene todo que ver con el arriba citado texto de la Epístola a los de Corinto y es que Jesús se empobreció porque sabía que los pobres son los preferidos de Dios. No a los que Dios sólo ama pero sí sus preferidos. Y dentro de los preferidos está Cristo, en quien se complace (Mc 1, 11; Mt 3, 17). De aquí que el Papa Francisco, en el marco del Bautismo del Señor, nos convoque a tener en cuenta que, desde que somos bautizados somos hijos de la Iglesia y, por tanto, tal realidad espiritual ha de procurarnos un no acostumbramiento a lo que nunca debe acostumbrarse un hijo de Dios y tanto reclama, para su corrección, el Vicario de Cristo.

Que el Papa Francisco siga iluminando nuestras oscuridades.

Eleuterio Fernández Guzmán