17.03.14

 

El secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el sacerdote José María Gil Tamayo, ha dicho este lunes que el aborto por malformación “no es negociable”. Ante la posibilidad de que el Gobierno esté estudiando flexibilizar los requisitos para acceder a un aborto legal en aquellos casos en el que el feto presente malformaciones, el portavoz de los obispos recordó que “el sí a la vida es un sí con todas sus consecuencias, sabiendo que detrás de esas situaciones hay un drama“.

Sin duda, el P. Gil Tamayo tiene razón. Pero usando sus mismos argumentos, cabe decir que lo realmente innegociable es cualquier tipo de aborto. Es decir, lo mismo da que el feto venga con malformaciones que sano. Matarlo es un crimen siempre y en toda circunstancia. Por tanto, el verdadro sí a la vida con todas sus consecuencias es incompatible con la reforma del aborto que propone el gobierno del Partido Popular.

Sabemos que detrás de muchos embarazos hay un drama, cuando la madre se ve sola, sin recursos y presionada para abortar. Pero para drama, el del ser humano a quien se le siega la vida antes de nacer. Ese sí que es el verdadero drama. Al contrario, el drama de la mujer abandonada se convierte en una bendición una vez nace esa nueva vida. Si, por las circunstancias que sean, la madre no puede o no quiere hacerse cargo de su hijo, siempre lo puede entregar en adopción, de manera que una familia podrá ser feliz con la llegada de un nuevo miembro.

Como cabía esperar, el PSOE ha salido al paso de las declaraciones del P. Gil Tamayo. Para los socialistas -y de paso para gran parte del PP- lo que no se puede negociar es el “derecho” de la mujer a no seguir adelante con su embarazo. O sea, el “derecho” a matar al hijo que está en su seno. Al PSOE y al PP les importa un pimiento la vida del no nacido. El PSOE es más consecuente con su postura, ya que cree que siempre ha de prevalecer el supuesto derecho de la mujer. El PP cree que dicho “derecho” -y lo es, en cuanto que lo financia con el dinero público- solo es superior al derecho a la vida en determinadas circunstancias. El problema es que dichas circunstancias, bien lo sabemos, convierten ese falso derecho en prácticamente absoluto.

En España, salvo un sector muy minoritario de la opinión pública, se ha pasado de debatir sobre si puede abortarse en algunos supuestos (ley del 85) o en ningún caso, a si se puede abortar en esos supuestos o en cualquier caso. La Iglesia, desde los obispos hasta los fieles, deberíamos ser la voz del “no al aborto” en ningún caso. O, planteado desde un punto de vista positivo, la voz del “sí a la vida” en todo momento. No podemos caer en la trampa que esta reforma de la ley del aborto ha puesto encima de la mesa. Tenemos que ser la voz que no negocia con la vida de los no nacidos. La única ley del aborto buena es la que impide que se aborte.

Dice la Secretaria de Igualdad del PSOE, como prueba evidente del totalitarismo que domina ese partido, que “la Conferencia Episcopal no es quién para decir lo que se negocia o no se negocia en el Parlamento". Y yo digo que el PSOE no es quién para decir lo que la Conferencia Episcopal puede o no puede decir en torno a este tema. Solo faltaba que no pudiéramos defender el derecho a la vida.

Luis Fernando Pérez Bustamante