26.03.14

El día después

A las 12:10 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

María

“Venid a oír y os contaré, vosotros todos los que teméis a Dios, lo que él ha hecho por mí” (Sal 66,16)

Gabriel se fue.

Después de haber escuchado que aquella joven a la que se había presentado le dijera que era la esclava del Señor y que debía cumplirse la voluntad del Creador nos dice san Lucas que el ángel, dejándola, se fue (Lc 1, 38). Había cumplido con la misión que se le había encomendado y partió hacia donde no sabemos. Pero, el caso, es que se fue.

Se quedó María más acompañada que nunca por Dios mismo que se había encarnado y ya vivía en su seno pues, en efecto, como le dijo el Ángel del Señor, el Espíritu la cubrió con su sombra y de forma misteriosa y maravillosa, el Hijo de Dios era ya su hijo.

El caso es que, aunque no sepamos nada al respecto, podemos imaginar que Joaquín y Ana aún vivían en aquella misma casa pues María era muy joven cuando aquel enviado de Dios le comunicó todo aquello que le comunicó a lo que ella, como era de esperar en persona piadosa y fiel, sólo pudo decir “sea”. Seguramente con temor y temblor pero asintió a todo lo que se le proponía.

No hace falta tener dones muy especiales para poder estar en la situación de aquella mujer judía. Ella, que espera la salvación de Israel y la tenemos por ser de oración y de meditación de la Palabra de Dios (seguramente, además, entregada a Dios con algún voto particular de virginidad y castidad) debe pasar por momentos de turbación. ¿Ella, había sido escogida ella entre las otras vírgenes del pueblo elegido por Dios? ¿Qué honor tan grande le tenía reservado Adonai?

Casi la podemos ver en su estancia orando al Señor y pidiendo que pasase lo que pasase (no podría dejar de pensar qué sería de ella si había conocimiento de estar embarazada estando desposada con José pero no habiendo mantenido relaciones apropiadas para el caso) la voluntad de su Creador se cumpliese. Oración llena de esperanza y esperanza llena de futuro que, aún ignorando el mismo, sólo podía ser dichoso si todo había estado dispuesto por Quien es Todopoderoso y es Dios de los Ejércitos.

“El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos”. (Sal 137,8)

Debía pedir a Dios algo así como quien confía plenamente en Quien lo ha creado y se sabe en manos de su Santa Providencia. María Theotokos da al mundo la salvación porque anhela el Amor del Padre y en su hijo, al que pondrá por nombre Jesús, encuentra a Quien todo lo hará nuevo.

Y es que tuvo que haber, hubo, un día después de la Anunciación y de la posterior Encarnación. María, llena de gracia, tuvo que mirar muchas veces su vientre. Y nosotros, a una distancia temporal digna de ser tenida en cuenta pero a una distancia espiritual escasa, sólo podemos creer que todo aquello estuvo muy bien hecho por parte de Dios pues, en realidad, todo esto estaba previsto desde la misma eternidad por el Creador. Sólo fue necesario que escogiese a una mujer digna de ser llamada hija suya. Y lo hizo.

¡Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi oración ni su amor me ha retirado! (Sal 66, 20).

Eleuterio Fernández Guzmán