HOMILÍA DEL OBISPO

Homilía de D. Vicente Jiménez Zamora el el Funeral institucional por el eterno descanso de D. Adolfo Suárez González

Rom 6, 3-9; Ps 26; Jn 6, 37-40

 

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SANTANDER | 02.04.2014


“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).

            Hemos venido a esta S. I. Catedral de nuestra Diócesis de Santander para celebrar la santa Misa por el eterno descanso de nuestro querido hermano D. Adolfo Suárez González, exPresidente del Gobierno de  España, a quien el Señor llamaba a su presencia el pasado día 23 de marzo,  domingo III de Cuaresma, camino hacia la Pascua. Agradezco como Obispo y Pastor el encargo de nuestro Gobierno y Parlamento de Cantabria de celebrar este funeral institucional, que nos une a todos en la mesa común de la Eucaristía.

            Es un signo de fe y una ofrenda de oración, atravesada por el dolor, por el recuerdo agradecido y por el consuelo de la esperanza. “La gratitud es el perfume de la memoria el corazón” (R. Guardini). No podemos caer en la herejía del olvido ni en la amnesia de “la ingratitud, que es hija de la soberbia” (M. de Cervantes).

            Nos hemos reunido para rezar por D. Adolfo Suárez. No debéis esperar en mi homilía ni un juicio de valor, que dejamos a Dios y a la historia, ni tampoco un elogio fúnebre, que ya han realizado las Instituciones de la Nación, el pueblo llano a través de innumerables muestras de gratitud y los Medios de Comunicación Social.

            D. Adolfo no se ha presentado desnudo ante Dios. El Bautismo ha sido su vestido, las buenas obras su equipaje, el único que tiene valor en la hora de la muerte, porque nuestras obras nos acompañan. Como dice San Juan de la Cruz, insigne abulense y su paisano: “Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor”. Y este amor, fruto de su fe cristiana, hecho entrega sacrificada al servicio de España en la noble y difícil tarea de la política, en momentos de graves dificultades históricas, es el que sí puedo elogiar en esta hora de su muerte.

     Él fue artífice principal de la reconciliación entre los españoles. Así queda plasmado para siempre en su epitafio en el Claustro de la Catedral de Ávila: “La concordia fue posible”, porque D. Adolfo Suárez fue el presidente de la concordia para construir juntos el proyecto común de España.

            Su legado histórico y moral nos enriquece, nos alecciona y nos interpela. Nos recuerda que la obligación de entregar la vida por la Patria, virtud religiosa, no solo es deber de los gobernantes, sino de todos los ciudadanos. Todos somos responsables de construir la casa común  y la indisoluble unidad de la Nación  española.

            La muerte y el dolor, con la progresiva disolución del cuerpo, es el “máximo enigma de la vida humana”, afirma el Concilio Vaticano II, GS, n. 18. “Mientras toda imaginación humana fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre […]

     Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera” (GS 18).

Por el Bautismo, hemos escuchado en la primera lectura de San Pablo en la carta a los Romanos, fuimos sepultados con Cristo en su muerte, para que lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.

            La vida nueva caracterizó la rica biografía de nuestro hermano D. Adolfo Suárez desde su Bautismo y niñez en el seno de una familia cristiana castellana. Vida educada en ambientes eclesiales de la Acción Católica, que desembocó en una clara vocación política de servicio al bien común. La vivencia de su fe sencilla tuvo su expresión en la formación de una familia cristiana, en la educación católica de sus hijos y en la forma de enfrentarse al dolor y a la muerte de sus seres queridos, su esposa Amparo y su hija Mariam.

            ¿Cómo no vamos a esperar, con confianza, que nuestra oración perseverante por D. Adolfo Suárez haya encontrado el eco gozoso de las palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan, que acabamos de proclamar? Dijo Jesús a la gente: “Todo lo que me da el Padre vendrá a mí y el que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 37-40).

            En esta Eucaristía, fármaco de inmortalidad y prenda de resurrección, elevamos al Señor nuestra oración por su eterno descanso y pedimos a la Virgen María en la advocación para él tan querida de Ntra. Sra. de Sonsoles que conforte a su familia, que ha dado ejemplo de entereza humana y fortaleza cristiana.

            Concédele, Señor, el descanso eterno y brille para él la luz eterna. Descanse en paz y que en el cielo lo veamos. Amén.

 

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander