Los profesores, estudiantes y personal no docente de la Pontificia Universidad Gregoriana, del Pontificio Instituto Bíblico y del Pontificio Instituto Oriental han sido recibidos en audiencia por el Papa Francisco, ayer jueves día 10 de abril. Todas las instituciones -reunidas en un consorcio por el Papa Pío XI en 1923- están confiadas a la Compañía de Jesús y el Santo Padre les ha recordado la importancia de la colaboración entre ellas, “custodiando la memoria histórica y, al mismo tiempo, haciéndose cargo del presente y mirando al futuro… con creatividad e imaginación”.

Francisco ha señalado dos aspectos que deben caracterizar la tarea de los que pertenecen, tanto como profesores que como estudiantes, a ese consorcio. El primero es valorizar el lugar en que se encuentran y sobre todo la Iglesia de Roma. ‘Hay un pasado y un presente. Están las raíces de la fe: las memorias de los apóstoles y de los mártires; y está el ‘hoy’ eclesial, el camino actual de esta Iglesia que preside en la caridad, en el servicio de la unidad y de la universalidad. No hay que darlo por descontado… Pero al mismo tiempo existe el aporte de la variedad de vuestras Iglesias de procedencia y de vuestras culturas’ que ‘ofrecen una ocasión inapreciable de crecimiento en la fe y de apertura de la mente y del corazón al horizonte de la catolicidad. En este horizonte la dialéctica entre centro y periferias asume una forma propia, la forma evangélica, según la lógica de un Dios que llega al centro partiendo de la periferia y para volver a la periferia’.

El segundo ha sido la relación entre estudio y vida que constituye ‘uno de los retos de nuestro tiempo: transmitir el saber y ofrecer una clave de comprensión vital, no un cúmulo de nociones desligadas entre sí. Hace falta una verdadera hermenéutica evangélica para entender mejor la vida, el mundo, a los seres humanos, no una síntesis, sino una atmósfera espiritual de búsqueda y certeza basada en la verdad de razón y de fe. La filosofía y la teología permiten conseguir las convicciones que estructuran y fortifican la inteligencia e iluminan la voluntad…pero todo esto es fecundo sólo si se hace con la mente abierta y de rodillas. El teólogo que se complace de su pensamiento concluido es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento abierto, es decir incompleto siempre abierto al ‘maius’ de Dios y de la verdad, siempre en desarrollo’. … Y el teólogo que no reza y que no adora a Dios acaba hundido en el narcisismo más disgustoso. Y esta es una enfermedad eclesiástica, hace mucho daño el narcisismo de los teólogos y de los pensadores.

El Santo Padre ha recalcado que ‘el fin de los estudios en toda universidad pontificia es eclesial’ `por eso ‘la investigación y el estudio deben integrarse con la vida personal y comunitaria, el compromiso misionero, la caridad fraternal y el compartir con los pobres, la atención por la vida interior y la relación con el Señor. Vuestros institutos no son máquinas para producir teólogos y filósofos: son comunidad en las que se crece y el crecimiento tiene lugar en la familia’. La familia universitaria es ‘indispensable para crear una actitud de humanidad y sabiduría concretas…que hará de los estudiantes personas capaces de ‘transmitir la verdad en dimensión humana, de saber que si faltan la bondad y la belleza de pertenecer a una familia de trabajo se termina por ser un intelectual sin talento, un cultor de la ética sin bondad, un pensador carente del esplendor de la belleza y solo ‘maquillado’ de formalismos. El contacto respetuoso y cotidiano con la laboriosidad y el testimonio de los hombres y mujeres que trabajan en vuestras instituciones os dará esa cuota de realismo tan necesaria para que vuestra ciencia sea una ciencia humana y no de laboratorio”.