21.04.14

Orar

No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud.

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso.

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador.

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Serie Oraciones – Invocaciones: Oración de acción de gracias en la Resurrección, de Javier Leoz.

Resurrección

Has gritado, con tu escandalosa muerte,

en medio de tanto ruido y, tu final,

ha podido más que la misma muerte

¡GRACIAS, SEÑOR! ¡ALELUYA!

Has muerto, pero al morir,

nos has enseñado a mirar hacia el Padre

a cumplir la voluntad de Dios y no la nuestra

a buscar el bien de los demás y no el propio

¡HAS RESUCITADO, SEÑOR!

Se ha cumplido lo anunciado por los profetas

hemos pasado de la tiniebla a la luz

del pecado a la gracia

de la falsedad a la gran Verdad

de la tierra al mismo cielo

de los interrogantes a tu VIDA como respuesta

¡HAS RESUCITADO, SEÑOR!

Lo eterno, en esta noche santa y divina,

se impone a lo efímero.

El sepulcro se convierte en simple y vago recuerdo

la losa de la muerte se fragmenta en mil pedazos

y tú, Cristo, sales caminando y victorioso

¡HAS RESUCITADO, SEÑOR!

En esta noche, oh Señor, no existe ya el fracaso

ya no observaremos con temor al último día

ni, mucho menos, teñiremos de negro

los suelos por los que nuestros pies avanzan

¡HAS RESUCITADO, SEÑOR!

Has resucitado, y con tu resurrección,

nos das alas para soñar y volar en el cielo eterno

para combatir dudas y soledades

Nos das ojos grandes para ver el mañana

frente al hoy que se nos impone

Colocas nuestros pies en el camino de la fe

para esperar ante la desesperanza

para gozar con la gloria que nos aguarda

para no alejarnos de ese surco que Dios

traza entre esta tierra y el cielo en el que habita

¡HAS RESUCITADO, SEÑOR!

Y, porque has resucitado, te damos las gracias.

Contigo, seremos invencibles.

Contigo, llamados a la vida.

Contigo, empujados al Padre.

Contigo, sin temor ni temblor, hasta el final.

Movidos por la fe, con la fe y en la fe.

¡HAS RESUCITADO, SEÑOR..Y NOS BASTA!

Si todo se había perdido, todo se ha recuperado. De repente el ser del mundo ha venido a ser algo más que esperanzado. Por eso cuando los discípulos vieron a Jesús y comprendieron que no se trataba de un fantasma, una catarata de recuerdos se agolpó en su corazón. Si todo había sido como dijo Jesús que sería, todo había sido verdad y todo, por lo tanto, estaba por comenzar. El Reino de Dios era cierto que lo había traído Jesús y entregarse en su comunicación no sería más que la respuesta lógica a un hecho tan extraordinario como fue la Resurrección.

Si eso podía estar pasando por el corazón de aquellos que veían a Jesús aparecerse donde estaban escondidos (por miedo a los judíos) ¡qué no decir de nosotros que sabemos lo que luego pasó!

Todo, pues, lo que digamos en agradecimiento a Dios, por habernos devuelto a Su Hijo para que se quede con nosotros hasta el final de los tiempos, será poco, bien pensado y mejor razonado. Jesús vino, volvió a venir espiritualizado tras haber subido a la Casa del Padre, de Su Padre y de nuestro Padre Creador y Todopodeoro.

Damos gracias por habernos hecho comprender, con aquella muerte, que la voluntad de Dios es más importante que cualquier expresión de la nuestra y que entregarse a ella no es, sólo, una obligación sino que debe ser, también y sobre todo, una devoción. Propio, pues, tal cumplimiento, de quien se sabe hijo de un tal Padre.

Agradezcamos, también, que con aquella muerte lo que habían escrito, por inspiración divina, aquellos que Dios quería que eso hicieran, se estaba cumpliendo. Palabra por palabra, hecho por hecho, cada momento establecido, así, por el Creador, se estaba llevando a cabo. Así, todo lo que era tiniebla se ha tornado luz (luz divina) porque el Creador aceptó la muerte de Jesús para que la humanidad quedar limpia con la sangre de aquel Cordero que, siendo Pascual, era, por tanto, propio de un pasar de Dios, de nuevo, por la vida de la humanidad.

Y, no siendo poco eso que tenemos que agradecer según lo dicho, en un momento tan importante, espiritual y humanamente hablando, no nos podemos olvidar de lo que supone cambiar nuestro punto de vista de muchas realidades. Así, por ejemplo, aquello que nos puede causar desazón espiritual ha quedado mutado en alegría y gozo. Todo es posible porque Cristo ha resucitado y, para nosotros, no supone, que no es poco, solo la salvación eterna sino que nos hace otros, hijos de Dios que han alcanzado el bien eterno de la vida eterna.

Y eso, es más que cierto, nos basta.

Eleuterio Fernández Guzmán