27.04.14

 

Quizá a alguno de los lectores de mi libro “De profesión cura” les suene una historia titulada “Os anuncio una gran alegría”. En ella contaba cómo una feligresa nuestra, Susana, acababa de entrar como postulante clarisa en Belorado (Burgos).

Es curioso que cuando en las historias que uno escribe hablo de personas concretas, no faltan los que, al cabo del tiempo, me preguntan qué ha sido de esta gente. Por ejemplo, Susana. ¿Persevera, está bien, contenta, cómo le va todo?

Susana, desde el inicio de su noviciado sor María Sión de la Trinidad, emite sus votos como clarisa esta tarde en su convento de Belorado. Hace unas semanas me lo hizo saber con el ruego de que estuviera ahí acompañándola. Pero… Domingo, canonizaciones en Roma, renovación de las promesas del bautismo de los niños. Imposible. Estaré rezando en la distancia.

Acabo de celebrar la misa de las 9:30 h. En el evangelio Jesús dice a los discípulos: “dichosos los que crean sin haber visto”. Nosotros, yo al menos, tenemos la suerte de ver cada día. Esta mañana, en Roma, la gran explosión de fe y vida que supone la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Millones de peregrinos alabando a Dios y dándole gracias por el testimonio de fe, bondad y entrega de estos dos grandes papas del siglo XX. Esta tarde, en Belorado, en un sencillo convento de clausura, una joven llena de futuro: farmacéutica de carrera, con su trabajo y un brillantísimo porvenir, se encierra en la clausura como respuesta a la llamada de Dios de ser completamente suya como hermana clarisa pobre.

Difícil, los apóstoles. Sí, le habían visto y todo lo que quieran. Pero anda que no es fácil pensar que sufrieron una alucinación colectiva, o que lo de Pentecostés no dejaba de ser otra cosa que un ataque de histeria contagiosa. Su fe sí que era desnuda y sin más apoyo que Cristo mismo.

Nosotros hoy lo tenemos más fácil. Creemos en la fe de los apóstoles, en la de los mártires. Compartimos la misma fe de los monjes, las familias cristianas, los confesores de su fe, los misioneros, religiosos y religiosas, la fe que levantó monasterios y catedrales. La que también dio como fruto errores y abusos. La fe de los niños de catequesis que van a renovar esta mañana su bautismo, la de los jóvenes que anoche rezaban en una vigilia dando gracias por lo que hoy está sucediendo en Roma.

Hoy domingo me siento reconfortado en la fe por la vida y el testimonio de Juan XXIII y Juan Pablo II, a los que desde hoy podemos invocar como santos. Pero, permítanme este desahogo, me siento muy alentado como creyente por el testimonio de mi feligresa Susana, sor María Sión de la Trinidad, por la alegría de sus padres, por el gozo de sus hermanas clarisas.

Sor María Sión de la Trinidad. Hoy no me ha sido posible estar contigo en Belorado. Te debo una visita que además prometo no tardará mucho. Que sepas que hoy en tu parroquia de Tres Olivos, de manera especial en la capilla del Santísimo y en las misas, rezamos por ti y por la comunidad. Os necesitamos. Necesitamos la gracia que es la vida contemplativa como pulmón que permite respirar a toda la Iglesia.

Reza por nosotros. Con permiso de Francisco y Clara, un beso.