Quienes trabajamos de un modo especial en el ámbito de la misión, compartimos, como no podía ser menos, la alegría de toda la Iglesia por la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Pero, además, desde la Dirección Nacional de Obras Misionales Pontificias, entendemos que este gran acontecimiento se convierte para nosotros en un desafío y una satisfacción extra. El desafío es seguir la estela misionera que ambos trazaron con su Magisterio y su vida; y la satisfacción es el convencimiento de que en tos dos enamorados de la Iglesia misionera, abierta a la humanidad, contaremos con dos grandes intercesores.
La coincidencia del día de la canonización con una de las grandes fechas misioneras para la Iglesia en España, la Jornada de Vocaciones Nativas, nos da pie para ofrecer dos breves pinceladas sobre estos dos nuevos santos que fueron “Misioneros por vocación”.
Con sus viajes y sus documentos, especialmente la encíclica Redemptoris missio (1990), Juan Pablo II consiguió hacer visible para todos, creyentes y no creyentes, que el Papa es “el primer misionero”. De él recordaremos solo la sencillez con que supo mostrar el lazo que une a los misioneros con las vocaciones sacerdotales y religiosas de los territorios de misión. En su Mensaje para el DOMUND de 1980, tras recordar cómo, incluso “donde se ponen trabas a la predicación de la Palabra, la simple presencia del misionero, con su testimonio de pobreza, de caridad, de santidad, constituye por sí misma una eficaz forma de evangelización”, expresaba así su agradecimiento a los misioneros y misioneras: “Con inmensos sacrificios y entre dificultades de todo tipo, esparcen la semilla de la Palabra de la que procede después el desarrollo de la Iglesia y su arraigo en el mundo. Y el fruto más consolador de esta obra heroica e infatigable de los misioneros es el maravilloso florecimiento de jóvenes y fervientes comunidades cristianas, de cuyo humus brotan vocaciones sacerdotales y religiosas, que son la esperanza para el futuro de la Iglesia”.
En el caso de Juan XXIII, nuestro
recuerdo roza casi lo íntimo del hogar misionero que es esta
Dirección Nacional. El Papa del Vaticano II, que trabajó siendo
aún sacerdote en Roma en las Obras Misionales Pontificias de 1921
a 1925, fue consagrado obispo el 19 de marzo de este último
año. Es emocionante saber que el recordatorio de su consagración
episcopal llevaba como imagen la de la Reina de las Misiones. Tan
en el corazón llevaba esta advocación de la Virgen que su
encíclica Princeps Pastorum (1959) -donde, por cierto, se ocupa de
modo muy especial de las vocaciones nativas- es el primer
documento misionero pontificio donde se invoca a la Virgen con
este título. Pues bien: esa imagen de la Virgen de las Misiones
del recordatorio del arzobispo Roncalli, que él mismo rogó que le
pintaran las hermanas Franciscanas Misioneras de María de Roma, es
la que hoy, ampliada en una estampa antigua, sigue acompañándonos
con su presencia maternal en la capilla de la Dirección Nacional
de las Obras Misionales Pontificias.
Que nuestros nuevos santos intercesores, junto a la Reina de
las Misiones, sigan iluminando el trabajo de los misioneros; el de
los sacerdotes, religiosos y religiosas cuya vocación surge en
los territorios de misión; y, en definitiva, el de toda la
Iglesia, misionera por naturaleza, como afirmó el decreto Ad
gentes (1965; cf. n 2), emanado del Concilio que convocó el Papa
Juan.
(OMP)