30.04.14

La m.

A las 12:01 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

San Cayo y San Sotero, Papas mártires

El domingo pasado 27 de abril fue un momento muy especial para la Iglesia católica. Además de celebrar el Día de la Misericordia y el II Domingo de Pascua, se llevó a cabo la Canonización de los Papas (ya beatos) Juan XXIII y Juan Pablo II.

Con tal motivo, el P. Iraburu, editor de InfoCatólica (y tantas cosas más) publicó un artículo dedicado a los Papas que han sido canonizados a lo largo de la historia de Iglesia católica.

El caso es que empezando a leer la relación de Santos Padres pude observar que existía una gran cantidad de ella (sobre todo hasta el principio del siglo IV por razones que cualquiera sabe) en la que, a continuación del nombre se apuntada una letra y un punto: m.

Es bien cierto que todo el mundo sabe (y si alguien podría no saberlo el propio autor del artículo lo dice arriba) que eso significa que tal Papa (el que sea) se había ganado ser considerado mártir de Cristo.

Es bien cierto que cualquiera que lea esto podrá pensar, al fin y al cabo, eso es muy sabido pues hasta que no se aprobó el Edicto de Milán por parte de Constantino la Esposa de Cristo no era muy vista por el poder establecido. Por eso, no es de extrañar que muchos Santos Padres (como otros muchos creyentes) murieran y, además, que lo hicieran de tal forma que hayan sido considerados mártires.

Reconozco, por tanto, la falta de originalidad por parte de quien esto escribe al mencionar eso. Sin embargo, me parece que es más importante de lo que pudiera parecer la tal letra “m” y el tal punto.

El mártir es aquel que, siendo creyente en Dios Todopoderoso, es capaz de no guardarse nada para sí y ejerce de cristiano, aquí católico, en las circunstancias más terribles que puedan imaginarse. Y estar a punto de morir por odium fidei es una de ellas. Es más, es la más grave y, a la vez, la más gozosa para quien cree en lo que cree y confía en Quien confía.

Quien, en tales momentos, sabe que todo se lo debe a Dios y que es discípulo de Cristo, no duda, primero, en saber que va a morir por lo que vale la pena y, entonces, al igual que los apóstoles que dejaron de tener miedo cuando vieron a Jesús resucitado, saben que deben perdonar a los que va a provocarle una muerte injusta. Y lo hacen porque es el ejemplo que dio el Maestro que fundó, precisamente, la Iglesia luego llamada católica.

Por eso, que sea el primus inter pares, el primero entre iguales (todos somos hijos de Dios y hermanos de Cristo pero uno es el Papa) quien dé su vida y que, además, lo haga perdonando de la manera que los mártires lo hacen, es algo que debemos tener por bueno y mejor y, en segundo lugar, una actitud a imitar en caso de vernos en tamañas circunstancias.

Que el listado de Santos Padres que el P. Iraburu trae al artículo aquí citado muestre lo que muestra es muy importante. Y lo es no por el hecho de que murieran muchos Papas siendo mártires en una época de mártires (eso, podría decirse, tiene poco de común) sino porque nos ponen un espejo ante nuestras vidas para que nos miremos. Si ellos fueron así… ¿por qué no nosotros?

Alguno dirá que hoy día no se dan tales circunstancias. Sin embargo, teniendo en cuenta que en muchos lugares del mundo sí se dan y que hay otras formas de ser mártires, testigos, no es poco cierto que las cosas no son como pudieran parecer a simple vista.

De todas formas, es bueno reconocernos en aquellos cristianos que supieron dar su vida de modo ejemplar. Es bien cierto que muchos, ajenos a la fe que no acaban de entender lo que significa tenerla, pueden afearles la conducta que, en su día, mostraron, pero nosotros, aquellos que, muchos siglos despues, sabemos lo que pasó (ahí están las Actas de los Mártires, por ejemplo) es bien cierto, más que cierto incluso, que no vemos en ellos a unos locos de atar. En todo caso, estaban locos pero lo estaban por el amor de Cristo.

Esa “m” y el punto que determina su significado es un aviso a todo aquel que se manifiesta, en cuanto a su fe, de una forma tibia. Lo es porque quien se entrega al mundo haciendo ver que es cristiano pero transige con todas las propuestas que la mundanidad le ofrece, hace caso omiso a los que, a lo largo de los siglos, han dado su vida sin hacer eso y comprendiendo, además, que el premio a obtener era mucho más importante que satisfacer los gustos del siglo. Y es que el premio es la vida eterna y la vida eterna es, justamente, lo contrario, a la condenación eterna. Y una realidad y otra tienen caminos para llegar a ellas y es más que verdad que somos libres para escoger el que queramos.

Eso, mirando la “m” y el punto que sigue, no deberíamos olvidarlo nunca.

Eleuterio Fernández Guzmán