1.05.14

El trabajo, según San Josemaría

A las 12:38 AM, por Eleuterio
Categorías : Defender la fe

El taller de José

Hoy celebramos un día muy especial porque traemos al ahora mismo a una persona que desempeñó una labor muy importante en la historia de la salvación de la humanidad.

José era carpintero. Trabajador, pues, que desempeñaba su labor manual en Nazaret. Con aquel empleo pudo sostener a su familia, Sagrada Familia. También es, por eso, un maestro en la labor diaria que cada cual realizamos y llevamos a cabo.

Pera un día como hoy, pensamos que es importante traer parte de una homilía pronunciada por San Josemaría el 19 de marzo de 1963 y recogida en su libro “Es Cristo que pasa”. Es bien cierto que en tal día celebramos a San José, digamos, con carácter general y que hoy lo recordamos como trabajador. Pero, en realidad, todo es lo mismo y todo lo que dice el Santo de lo ordinario (en lo que aquí traemos y en lo que cada cual puede acabar de completar leyendo la homilía completa) nos viene la mar de bien. Es más, hemos procurado traer aquello que se refiere (al menos lo más posible) propiamente al trabajo.

Dice, en tal homilía, lo siguiente:

45. Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar con el trabajo

La vocación divina nos da una misión, nos invita a participar en la tarea única de la Iglesia, para ser así testimonio de Cristo ante nuestros iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios.

La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena. Nuestra vida, la presente, la pasada y la que vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos adónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía.

47. El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. Con él aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio: manifestaciones del dolor y de la lucha que forman parte de nuestra existencia humana actual, y que son signos de la realidad del pecado y de la necesidad de la redención. Pero el trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa.

Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad.

48. Conviene no olvidar, por tanto, que esta dignidad del trabajo está fundada en el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio.

Por eso el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas. Es justo que se nos diga: ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios.

49. El trabajo profesional es también apostolado, ocasión de entrega a los demás hombres, para revelarles a Cristo y llevarles hacia Dios Padre, consecuencia de la caridad que el Espíritu Santo derrama en las almas. Entre las indicaciones, que San Pablo hace a los de Efeso, sobre cómo debe manifestarse el cambio que ha supuesto en ellos su conversión, su llamada al cristianismo, encontramos ésta: el que hurtaba, no hurte ya, antes bien trabaje, ocupándose con sus manos en alguna tarea honesta, para tener con qué ayudar a quien tiene necesidad.

Si trabajamos con este espíritu, nuestra vida, en medio de las limitaciones propias de la condición terrena, será un anticipo de la gloria del cielo, de esa comunidad con Dios y con los santos, en la que sólo reinará el amor, la entrega, la fidelidad, la amistad, la alegría. En vuestra ocupación profesional, ordinaria y corriente, encontraréis la materia —real, consistente, valiosa— para realizar toda la vida cristiana, para actualizar la gracia que nos viene de Cristo.

50. Para servir, servir

Para comportarse así, para santificar la profesión, hace falta ante todo trabajar bien, con seriedad humana y sobrenatural.

./…

Por eso, como lema para vuestro trabajo, os puedo indicar éste: para servir, servir. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas. No creo en la rectitud de intención de quien no se esfuerza en lograr la competencia necesaria, con el fin de cumplir debidamente las tareas que tiene encomendadas. No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño por poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección.

En un momento de esta homilía dice San Josemaría, que

“Era José, decíamos, un artesano de Galilea, un hombre como tantos otros. Y ¿qué puede esperar de la vida un habitante de una aldea perdida, como era Nazaret? Sólo trabajo, todos los días, siempre con el mismo esfuerzo. Y, al acabar la jornada, una casa pobre y pequeña, para reponer las fuerzas y recomenzar al día siguiente la tarea”.

Vemos, por tanto, que José, aquel carpintero humilde y modesto, desempeña su labor diaria con la misma fidelidad con la que se había sometido a la voluntad de Dios. Trabajo, pues, que dignificaba una vida creyente y entregada a la familia que le había dado el Creador para que la guardase y tuviese cuidado de ella.

El trabajo, pues, en manos espirituales de San José, nos ha de decir mucho a los que nos consideramos hijos de un tal Padre en la fe.

Así, por ejemplo, sabemos que el trabajo nos santifica y que podemos santificarnos a través del trabajo. No vaya, sin embargo, a creerse que quien no desempeñe un trabajo “profesional” no debe santificarse en tal sentido pues por tal actividad debemos entender aquello que hacemos en nuestra vida ordinaria al aplicar, a esto, un sentido amplio pues tal actividad también es “Obra, resultado de la actividad humana” y no podemos negar que hay mucho de lo que hacemos que entra en esta acepción del término aquí traído. Por eso entiende San Josemaría que “todo trabajo” muestra la dignidad del ser humano y que tiene mucho que ver, el mismo, con lo que Dios quiere de nosotros. Por eso, además, entregó el mundo creado al cuidado de su creatura (cf. Gn 1, 48).

Hay otra realidad que destaca San Josemaría referida al trabajo, ahora profesional (como era, por ejemplo, el de San José, al que hoy celebramos, y por eso): es apostolado. Esto ha de querer decir que puede servir, la forma de realizarlo y llevarlo a cabo, al prójimo que contemple lo que, a tal respecto, hacemos.

¿Es esto posible? Es decir, ¿en qué sentido el trabajo puede ser, es, apostolado?

El propio San Josemaría, en el número 61 de “Amigos de Dios”, dice que

“Hemos de evitar el error de considerar que el apostolado se reduce al testimonio de unas prácticas piadosas. Tú y yo somos cristianos, pero a la vez, y sin solución de continuidad, ciudadanos y trabajadores, con unas obligacioines claras que hemos de cumplir de un modo ejemplar, si de veras queremos santificarnos”

También, pues, nos sirve el trabajo (cualquier trabajo, nuestra propia vida como labor) para llevar a cabo un apostolado, el apostolado del hacer, el apostolado de ser hijos que se toman muy en serio serlo y no olvidan que Dios, que es perfecto, quiere que nosotros tambien lo seamos (cf. Mt 5, 48) Así, además honramos a San José y damos gloria al Creador.

Por otra parte, solemos imaginar a José en su taller. Allí trabajaría, también, Jesús, antes de empezar su vida pública, allí aprendería que es muy conveniente terminar lo mejor posible aquello que se ha empezado y allí supo, sin duda lo supo allí, que el Padre mira cada uno de nuestros quehaceres (todo lo que hacemos podemos considerarlo trabajo) con Amor pero, también, con exigencia y que no podemos defraudar a Quien todo nos lo ha dado para que lo hagamos rendir.

Obrero José, Padre también del trabajo, de nuestro trabajo,
ayúdanos a ser fieles en el hacer como tú lo fuiste,
entregados en cumplir la misión que Dios nos ha encomendado
como hijos suyos y,también,
humildes como lo poco que somos ante Quien lo es todo.
Amén.

Eleuterio Fernández Guzmán