16.05.14

Ofrezco el sacrificio de mi vida por la salvación de España


Dos mártires de la guerra civil española nacieron un 16 de mayo: un laico profeso agustino de Palencia y un trinitario toledano.

Ubaldo Revilla Rodríguez, laico profeso agustino de 51 años y natural de Buenavista de Valdavia (Palencia), fue asesinado en Fuente la Higuera (Valencia) el 5 de agosto de 1936. Es uno de los 10 beatos de los 14 agustinos de Caudete asesinados (ver artículo del 21 de enero).

Los trinitarios de Belmonte

Juan Francisco Joya Corralero (fray Juan de La Virgen de Castellar), de 38 años y natural de Villarrubia de Santiago (Toledo), fue asesinado en Cuenca el 24 de septiembre de 1936 y beatificado en 2007.

La comunidad trinitaria de Belmonte (Cuenca) estaba compuesta por 17 religiosos. El 28 de julio, hacia las 17 horas, llegaron milicianos procedentes de Vallecas, y el padre Santiago de Jesús, maestro, ordenó la salida de los coristas. Varios salieron por las tapias, siendo acogidos por vecinos del pueblo. Solo quedaron el superior local, padre Melchor (del Espíritu Santo) Rodríguez Villastrigo (37 años), el padre Luis (de San Miguel de los Santos) de Erdoiza y Zamallora, de 45 años, que estaba enfermo, y fray Juan de La Virgen de Castellar, que no quiso abandonarlos. El día 29, amaneció el ayuntamiento con banderas rojas y a mediodía fueron los milicianos a registrar el convento, deteniendo a los tres religiosos. El padre Santiago (de Jesús) Arriaga y Arríen, de 32 años, fue detenido el día 30, cuando buscaba alojamiento para dos estudiantes que aún quedaban con él, y que contarían como “al ver que los milicianos se dirigían a él, nos ha hecho señas para que huyamos”. Pedro Aliaga relata el final de la historia:

“El día 31 de julio, los cuatro religiosos encarcelados fueron llevados en un camión a la cárcel provincial de Cuenca, donde permanecieron hasta el 20 de septiembre,en que fueron puestos en libertad. Esta libertad era en realidad un engaño; bajo apariencia de legalidad, se liberaba a los presos, teniendo todo preparado para que fueran capturados por milicianos armados que podían asesinarlos a su antojo. Los cuatro fueron de nuevo detenidos y llevados al cuartelillo de la Hacienda Vieja. El 24 de septiembre fueron fusilados a las puertas del cementerio de Cuenca”.

Santiago Arriaga se había ido con los trinitarios cuando contaba 13 años -bailó un aurresku para despedirse de sus padres-, terminando sus estudios en Roma, donde hizo la profesión solemne (1924) y fue ordenado sacerdote (1927). A su vuelta, dio clases en Algorta y Belmonte (Cuenca) y, según un testimonio, “lo mismo guisaba un plato de macarrones que predicaba en el púlpito, lo mismo explicaba una lección de teología que preparaba una magnífica excursión a los jóvenes estudiantes o participaba en varias fiestas religiosas en Sisante y en otros lugares donde le solicitaban”.

Durante la revolución, fue detenido al llevar a dos alumnos a lugar seguro. “Cuando avisaron a los frailes de que habían llegado los revolucionarios de Vallecas, el Padre Santiago, con sus estudiantes fue a postrarse a los pies del Santísimo Sacramento, para “despedirse de él y ofrendarle sus vidas si preciso fuera”. Hablando con uno de sus estudiantes de la posibilidad de la muerte, tomó en sus manos un crucifijo que llevaba siempre consigo, y dijo: “Si a mí me matan, moriré besando este crucifijo”. Al despedirse de una familia conocida, llamó a uno de los hijos, y le dio un reloj, una carta, una moneda de oro y una pluma estilográfica: “me dijo que, si lo mataban, que se lo entregase a su padre, y si no lo mataban, que él vendría a recogerlo; pero nos van a matar”. Desde la cárcel, tras saber que habían tenido éxito sus gestiones con un carcelero para salvar la Eucaristía que había quedado en el sagrario de la iglesia, dijo: “¡Ya muero tranquilo! Es el único peso que tenía encima”.

En la última carta que escribió a su padre y hermanos, decia “Amado padre y hermanos todos: que se cumpla en mí y en vosotros siempre la voluntad de Dios. Si oís algo desagradable, resignaos, que yo muero por la religión y por Dios, y os acompañaré desde el cielo; allí, al lado de nuestra amatxu lastana [madrecita querida], os espero a todos. Yo seguramente moriré, pero sin delito alguno. Adiós, padre y hermanos míos, hasta el cielo”.

Por su parte, el padre Melchor había hecho la profesión solemne en Córdoba en 1921 y fue ordenado en 1924; le nombraron superior de los conventos de Alcázar de San Juan (1933) y Belmonte (1936). Rafael Ripollés, un laico preso con él en Cuenca, contó que “el Padre Melchor se dedicó continuamente a exhortarnos y confortarnos, no sólo con su conducta ejemplar, sino con oraciones continuas durante el día y parte de la noche”.

El padre Luis Erdoiza, que había hecho los votos solemnes en 1910 y se ordenó en 1916. Postrado en cama por sus problemas en las piernas, fue particularmente maltratado de camino al ayuntamiento, donde los milicianos de Vallecas propusieron, según recuerda Aliaga, “fusilarle, desnudo, junto a la farola de la Plaza. Mientras duraban las deliberaciones, le golpeaban con las pistolas en la cara y en el cuerpo; el P. Luis permaneció todo el tiempo con los ojos cerrados, sin hacer un guiño ni quejarse lo más mínimo. Lo llamaban el fraile gordo. Uno de los milicianos se encaró con él y le dijo: ¿Con que tú eras el que hace unos días nos perseguías a todos en Vallecas con una pistola? (otros afirman que decía en Somosierra); el P. Luis quedó callado. El miliciano insistió: ¿Con que no contestas? Señal que tú fuiste; al final, el P. Luis respondió: No fui yo, con voz sumisa, humilde, sin violentarse. Varios hombres del pueblo salieron en su defensa”. De su puño y letra llevaba escritas unas oraciones que quedaron en su cadáver: “Virgen del Carmen, acógeme; Jesús mío, en tus manos encomiendo mi espíritu; Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbranos, Señor,de todo mal; Dios mío, apiádate de mí, ten misericordia de mí; veo muy poco, pero te veo a tí, Dios mío; Corazón Sagrado de Jesús, en Tí confío; Dulce Corazón de María, sed mi salvación; ofrezco el sacrificio de mi vida por la salvación de España, de mi familia; ¡qué providente es Dios!¡Ah, cómo ampara a los que en él confían!”.

El cuarteto de trinitarios de Belmonte termina este día con fray Juan de la Virgen de Castellar, que tomó el hábito como cooperador en 1916, emitió la profesión solemne en Santiago de Chile en 1923, trabajó también en Buenos Aires -donde ejerció de catequista- y Roma, y que era en Belmonte sacristán, portero y sastre. Al salir hacia Cuenca, dijo a la mujer del carcelero del pueblo: “Lo que más siento son los niños de la Cofradía de la Santísima Trinidad, que los dejo para siempre ahora que tanta falta les hace la educación cristiana”. Su certeza de que lo matarían era tal que en un bolsillo del pantalón del cadáver encontraron un papel que decía: “Soy Juan Joya Corralero, de Villarrubia de Santiago (Toledo)”.

Más sobre los 1.523 mártires beatificados, en “Holocausto católico”.