17.05.14

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Vayamos al principio del principio: la culpa de las culpas

Adán y Eva

Esto está escrito (Gn 2, 16-17):

”16 Y Dios impuso al hombre este mandamiento: ‘De cualquier árbol del jardín puedes comer, 17 mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.’”

Y esto otro (Gn 3, 1-24)

”1 La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ‘¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?’ 2 Respondió la mujer a la serpiente: ‘Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. 3 Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.’ 4 Replicó la serpiente a la mujer: ‘De ninguna manera moriréis. 5 Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.’ 6 Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió.
7 Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores. 8 Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín. 9 Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: ‘¿Dónde estás?’ 10 Este contestó: ‘Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.’

11 El replicó: ‘¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?’ 12 Dijo el hombre: ‘La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.’ 13 Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: ‘¿Por qué lo has hecho?’ Y contestó la mujer: ‘La serpiente me sedujo, y comí.’

14 Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: ‘Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. 15 Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.’ 16 A la mujer le dijo: ‘Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará’.

17 Al hombre le dijo: ‘Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. 18 Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. 19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.’ 20 El hombre llamó a su mujer ‘Eva’, por ser ella la madre de todos los vivientes. 21 Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió.

22 Y dijo Yahveh Dios: ‘¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.’ 23 Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado.

24 Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol
de la vida.

El hombre y la mujer, Adán y Eva, supieron lo que era el Bien y el Mal, lo que suponía obrar bien y obrar mal. Pero era, ya, demasiado, tarde. No necesitaban saberlo y les hubiera bastado con confiar en Dios, que los había creado y mantenía en un estado de felicidad que, desde entonces, no se ha vuelto a conocer y que sólo tendremos al alcance cuando nos sea franqueada la entrada de la puerta de la vida eterna.

Eso era en el principio del principio.

Aquí hay muchos que tienen mucha culpa de lo que pasó entonces y que las Sagradas Escrituras ponen por escrito dándonos una idea para que la misma sea entendida. En realidad, poco ha de importarnos que la serpiente dijera que debían comer de un árbol o del otro sino lo que quería decir Dios cuando estableció que no se podía comer de determinado alimento. Lo que, ciertamente es lo importante es la voluntad de Dios. Y la misma fue la que se violentó.

Seguramente, el estado espiritual de Adán y Eva era el propio de niños que no han conocido el pecado (vamos, que no han caído en ninguno). Por eso el Maligno se aprovechó del mismo para engañarlos y defraudarlos y actuó, por tanto, de forma dolosa. Poco fue que Dios condenara al animal a arrastrarse.

El caso es que, desde aquel mismo momento, como Dios había dicho a aquellos seres humanos dubitativos acerca de lo que debía ser importante para ellos, iba a entrar la muerte en el mundo. Suponemos, por tanto, que hasta aquel momento sobre el ser humano no recaía la espada de Damocles del morir sino que, de la forma que fuera siempre estaría en aquel estado de plenitud y gozo.

Pero no sólo entró eso. Mejor dicho, eso entró por causa de lo primero: el pecado.

Adán y Eva, como hemos dicho arriba, no habían tenido que conocer qué era traicionar a Dios que es lo que significa, al fin de cuentas, decir no a Quien los había creado a través de ciertos haceres o, incluso, pensares. Y ellos hicieron por no pensar.

Entrar el pecado en el mundo (que, por ser el primero, se llama original, por ser origen de tanto mal posterior) supuso que todo ser humano, nacido después, iba a hacerlo con el mismo como un baldón, como un aviso de parte de Dios acerca de lo que nos caracteriza a su descendencia. Somos, por tanto, pecadores sin nada haber hecho o, que no es poco, por tener unos ascendientes tan poco fieles al Padre. Es bien cierto que el Todopoderoso, en su misericordia, estableció el bautismo para que fuéramos sanados de tan gran carga y que Juan, llamado Bautista por eso mismo, hacía lo que podía en tal sentido bautizando con agua a la espera de Quien iba a hacerlo con fuego.

Pero Adán y Eva apreciaron que, en efecto, sabían que era, ahora, el Mal y el Bien. Comer de aquello era lo malo y hacer caso a Dios, lo bueno. Eso, que es simple y sencillo, se abrió paso tras el pecado cometido por ellos. Antes sólo conocían cómo adorar al Creador y cómo tenerlo contento con una vida cumplidora de Su voluntad.

Nosotros podemos preguntarnos si somos, muchas veces, como aquellos seres humanos salidos de las manos y el corazón de Dios. Limpios de corazón en un primer momento pero, poco a poco, dándonos cuenta de que, ¡triste descubrimiento para nuestro bien!, somos capaces de mirar para otro lado cuando nos pregunta que porqué nos escondemos cuando pecamos. Poco, pues, ha evolucionado la cosa desde que aquel hombre y aquella mujer quisieron ser como Dios sin darse cuenta que no eran nada sino polvo y humo o, mejor dicho, dándose cuenta de lo que en verdad eran en el mismo momento de caer en la cuenta de que eran culpables de la peor de las culpas que era la de pretender ser lo imposible y de condenar a toda la humanidad a nacer pecadora. ¡No está mal por comer algo prohibido!

Y todo eso sucedió en el principio del principio de la historia de una humanidad que esperó, desde entonces, que su Salvador la salvara de tanta miseria y tanto egoísmo vacío.

Eleuterio Fernández Guzmán