21.05.14

Respuesta a Alejandro Bermúdez: El castigo no es un mal

A las 5:27 AM, por José Miguel Arráiz
Categorías : General

Continúo con el debate entre Alejandro Bermúdez y mi persona, sobre el tema de si Dios castiga o no. Esta es la primera parte de un análisis de los dos siguientes programas de Alejandro en este tema, que puede escuchar en tu totalidad aquí:

Cómo no se hace apologética II – Alejandro Bermúdez

Por qué Dios no castiga I

Pero antes de comenzar quiero puntualizar dos cosas:

Primero: Lamento que todavía la audiencia de Alejandro siga sin poder tener acceso de primera mano a mis argumentos, ya que él no les menciona el sitio en donde están publicados. Es de justicia y un ineludible deber de honestidad intelectual permitir a la audiencia escuchar a la parte contraria, de manera que pueda juzgar objetivamente los argumentos de ambos. Como todavía le quedan varias respuestas por publicar, pienso que está a tiempo de darles esa oportunidad.

Segundo: A los lectores que me han escrito reflejando cierta preocupación respecto a que este debate de alguna manera puede escandalizar, dar la impresión de que los católicos estamos desunidos, causar división, etc. etc. les aclaro: la apologética es la rama de la teología que explica y defiende las verdades de la fe. Mala apologética haría si por un equivocado respeto humano, y unos excesivos escrúpulos que colocan en primer lugar el guardar las apariencias, no buscara combatir el error encuéntrese donde se encuentre (se combate el error no la persona). Ya lo dijo bien claro el Papa Francisco: Confrontándonos, discutiendo y rezando se resuelven los problemas en la Iglesia

Tercero: Quiero agradecer a los lectores que han contribuido con sus conocimientos comentando y aportando. Algunos han sido tan valiosos que los he rescatado y me he servido de ellos en esta nueva entrega. Mil gracias.

Argumentos de Alejandro Bermúdez

En esta ocasión no voy a detenerme a comentar los argumentos periféricos de Alejandro, donde repite insistentemente que en mis artículos me limito solo a citar de manera abundantísima la Biblia, los padres de la Iglesia, los Papas y el Magisterio, como si yo fuera una biblioteca ambulante de citas que no razona ni aplica la “razón teológica”. Ya para responder a ese argumento puede consultar mi artículo anterior, y juzgar por usted mismo y de primera mano si es cierto que cito de manera incorrecta o fuera de contexto. Me dedicaré por lo tanto, a los dos argumentos principales por los cuales Alejandro sostiene que Dios no castiga.

Objeción 1: Dios es amor, por lo tanto, Dios no castiga

Para sustentar su punto Alejandro pide leer el Catecismo de la Iglesia Católica a partir del número 212 hasta el 217 donde se describe cómo es Dios, y allí se dice que Dios es rico de amor y fidelidad, benevolente, bondadoso, misericordioso, etc. y nos dice que si usamos la razón teológica eso de alguna manera demuestra que Dios no castiga. Si hemos de resumir su argumento gráficamente quedaría así:

Dios es amor por tanto no castiga

Pido disculpas si parece que simplifico demasiado el argumento de Alejandro, pero la verdad es que básicamente es ese, y realmente no hacía falta mandar a leer el Catecismo para demostrar que Dios es misericordioso, como si alguien en el pleno uso de sus sentidos lo negara.

Ahora bien, a estas alturas del debate no debiera existir ninguna dificultad para entender que si hemos dicho que Dios es amor, también hemos dicho que porque ama es que castiga, que es precisamente lo que dice la Biblia:el Señor castiga a los que ama, y en los cuales tiene puesto su afecto, como lo tiene un padre en sus hijos.” (Hebreos 12,6). Para fundamentar esto además de la Biblia he venido citando padres de la Iglesia, el Magisterio y los Papas[1] que dicen expresamente que el castigo es un acto de amor. Por lo tanto, no me detendré a repetir lo que ya he dicho en entregas anteriores, pero si aprovecharé de dejar algunas interrogantes en el aire.

Si de verdad el hecho de que Dios es amor implica de alguna manera que Dios no castiga, ¿Por qué ningún santo, padre de la Iglesia, Papa en 2000 años ha llegado a esta conclusión? ¿Es que acaso nadie ha hecho uso de la “razón teológica” al punto de que no haya quedado expresado que Dios no castiga en ni un solo texto magisterial? ¿Por qué en cambio si es posible encontrar de manera abundantísima la afirmación contraria, al punto que el reproche de Alejandro es que yo cito en demasía?

Inclusive la propia Enciclopedia Católica, que es una de las Webs pertenecientes al Grupo ACI, del cual Alejandro es director, le contradice de manera diáfana cuando sostiene exactamente lo contrario a lo que él afirma:

“El segundo efecto del pecado está en transmitir el dolor del sufrimiento padecido. (reatus paenae). El pecado (reatus culpae) es la causa de esta obligación (reatus paenae). El sufrimiento puede estar inflingido en esta vida a través del medio de castigos medicinales, calamidades, enfermedades, males temporales, los cuales tienen a alejarnos del pecado, o pueden ser inflingidos en la vida por venir por la justicia de Dios como castigo vindicativo;. Los castigos en la vida futura son proporcionados al pecado cometido y es obligación padecer este castigo por pecados no arrepentidos, que es lo que significa la “reatus poenae” de los teólogos.“
Enciclopedia Católica – Pecado

Sí, en su propia Web, su propia Enciclopedia Católica no dice nada distinto por ejemplo al Concilio Dogmático de Trento[2] citado en mis primeras entregas , donde definía que Dios enviaba castigos temporales, y no vamos a pretender que sus autores tampoco utilizaban la “razón teológica”.

Objeción 2: El castigo es malo, Dios es bueno, Dios no quiere lo malo

Respecto a esto, Alejandro se sumerge en el misterio del mal, y como el hecho de que Dios castiga tiene que entenderse a la luz de este misterio. Así, parte del principio de que Dios no es autor, ni agente ni la causa directa del mal, y como tal esa en su opinión contradice el hecho de que Dios castigue.

Si hemos de resumir nuevamente de manera gráfica este argumento sería así:

El castigo es malo

Pero este tampoco es un tema que no haya sido extensamente estudiado por la teología y la filosofía, y no han llegado ni de cerca a las conclusiones que llega Alejandro. Pero antes de abordar el tema debemos hacer dos distinciones cuando hablamos del mal. Podemos hablar del mal físico, como por ejemplo, el dolor, la enfermedad, la muerte, y el mal moral que es el pecado, que es esencialmente una negación de Dios.

En lo que respecta al mal moral, hay que decir que como es una negación de Dios, ese sí no lo puede querer Dios ni per se ni per accidens, esto es: ni como fin ni como medio. Pero en lo que respecta al mal físico, este si bien no lo pretende Dios per se, es decir, por afecto al mal o en cuanto fin, si lo puede pretender per accidens, es decir, los permite como medios para conseguir un fin superior de orden físico (como la conservación de una vida superior) o de orden moral (como castigo o purificación moral).

Por lo tanto, aunque Dios no puede ser causa directa del mal (el mal no tiene causa directa sino indirecta, ya que es la ausencia de bien, véase Santo Tomás, Suma Teológica - Parte Ia - Cuestión 49), si puede pretender el mal físico como un medio para lograr un fin superior. Una explicación completa de esto la da el Cardenal Zeferino Gonzales en su obra Filosofía Elemental cuya cita reproduzco en las notas al final de este post como referencia[3].

Para ejemplificarlo, utilicemos el mismo ejemplo de la entrega anterior tomado del Nuevo Testamento. Había recordado que cuando el ángel Gabriel se aparece a Zacarías para anunciarle que su anciana esposa quedaría en cinta de Juan el Bautista, él duda de sus palabras y Dios le castiga dejándole mudo hasta el nacimiento de su hijo (Lucas 1,19-20). Analicemos ahora este acontecimiento desde otra perspectiva: Zacarías ha cometido una falta y es castigado con un mal físico. Alguien dirá de forma acertada: eso es un mal para Zacarías, y es cierto, pero ¿quiere decir que Dios al ordenar que le sea quitada su voz le ha causado un mal? No, Dios le ha hecho un bien, ya que al privarle de su voz logrará un acto de justicia vindicativa que le ayudará a expiar su falta, y a la vez un acto de justicia correctiva, ya que este mal físico será un medio para que él obtenga un bien mayor, al moverlo al arrepentimiento sobre su pecado y hacerlo crecer espiritualmente. Alguien podrá pensar que Dios le hizo un mal, a lo que hay que responder que Dios como soberano universal no hace mal a nadie cuando dispone de los dones que él mismo ha dado gratuitamente y que no tiene obligación de mantener.

Otro problema con este argumento de Alejandro es que también se contradice con lo que él mismo ha venido defendiendo, ya que él había reconocido que en el Antiguo Testamento Dios si castigaba, y citó un sin número de ejemplos. Pero si bajo la forma de pensar de Alejandro en donde el castigo es malo, ¿Quiere decir entonces que en el Antiguo Testamento Dios era causa directa del mal? Alejandro seguramente alegará que Dios había elegido revelarse así dado que el pueblo no podía ni tenía la capacidad de comprender a Dios, pero eso no explica de manera satisfactoria como este hecho puede justificar que Dios actúe en contra de lo que es su naturaleza.

Concluyendo…

Todavía quedan puntos bien importantes que analizar respecto a estos dos podcast de Alejandro, pero el resto quedará para la siguiente entrega, dado que no es conveniente alargar este todavía más. Esperen el siguiente, y Dios les bendiga.

Entregas anteriores a esta serie:

¿Dios castiga o no castiga?

Respuesta a Alejandro Bermúdez: Dios sí castiga.

Dios sí castiga: primeras conclusiones

Respuesta a Alejandro Bermúdez - Como sí hacer apologética

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NOTAS

[1] A este respecto cité al Papa Benedicto XVI en su libro “Luz del mundo”:

“[En la década del 60] Imperaba la conciencia de que la Iglesia no debía ser más Iglesia del derecho, sino Iglesia del amor, que no debía castigar. Así, se perdió la conciencia de que el castigo puede ser un acto de amor.

En ese entonces se dio también entre gente muy buena una peculiar ofuscación del pensamiento. Hoy tenemos que aprender de nuevo que el amor al pecador y al damnificado está en su recto equilibrio mediante un castigo al pecador aplicado de forma posible y adecuada. En tal sentido ha habido en el pasado una transformación de la conciencia a través de la cual se ha producido un oscurecimiento del derecho y de la necesidad de castigo, en última instancia también un estrechamiento del concepto de amor, que no es, precisamente, sólo simpatía y amabilidad, sino que se encuentra en la verdad, y de la verdad forma parte también el tener que castigar a aquel que ha pecado contra el verdadero amor

Benedicto XVI, Luz del mundo, Herder 2010, p. 16-17

[2] La cita del Concilio de Trento:

“Es tan grande la liberalidad de la divina beneficencia, que no sólo podemos satisfacer a Dios Padre, mediante la gracia de Jesucristo, con las penitencias que voluntariamente emprendemos para satisfacer por el pecado, o con las que nos impone a su arbitrio el sacerdote con proporción al delito; sino también, lo que es grandísima prueba de su amor, con los castigos temporales que Dios nos envía, y padecemos con resignación”
Concilio Dogmático de Trento, Cap. IX. De las obras satisfactorias

[3] Así lo explica la obra del cardenal Zeferino González, en su obra Filosofía Elemental:

1ª Por más que Dios no intente el mal físico per se o como fin, en atención a que no se deleita en el mal de sus criaturas como mal, y lejos de aborrecer, ama todo lo que creó, es indudable que puede elegirlo o quererlo, como medio proporcionado para realizar algún fin bueno. La razón es que, en este caso, la volición del mal físico por parte de Dios, tiene por término y como fin el bien que presupone la existencia del mal físico como medio, o hablando con más propiedad, como condición hipotética de la existencia del bien intentado por Dios; y digo hipotética, porque la existencia y realización de determinados bienes, como resultante de tales o cuales males físicos, se halla en relación con el grado de perfección relativa que Dios quiso comunicar a este mundo, y que pudiera ser superior en otro de los posibles.

2ª Por lo que hace al mal moral, Dios no lo intenta o quiere, ni como medio, ni como fin; porque, además de repugnar a la santidad infinita de Dios, el mal moral envuelve la subversión del orden necesario que toda criatura, y más que todas, la criatura inteligente y libre, dice a Dios como último fin de la creación. Empero esto no impide que Dios permita su existencia; porque esta permisión no envuelve una aprobación del mismo, y por otra parte, ninguna obligación tiene Dios de impedir su existencia. Más todavía: dada la existencia de seres inteligentes y libres, puede decirse conveniente y como natural la permisión del mal moral por parte de Dios. Porque la verdad es que a Dios, como gobernador supremo y universal del mundo, le corresponde permitir que cada ser obre en conformidad a las condiciones propias de su naturaleza. La voluntad humana es de su naturaleza defectible, flexible en orden al bien y al mal, y libre y responsable en sus actos. Luego a Dios, como previsor universal del mundo y especial del hombre, sólo le corresponde dar a éste los medios y auxilios necesarios para obrar el bien moral, pero no el matar ni anular su libertad, imponiéndole la necesidad física de obrar bien.
Esto sin contar que la realización del mal moral sirve también: a) para manifestar que el hombre, cuando obra el bien, lo hace libremente, y es acreedor al premio: b) para revelar la paciencia y longanimidad del mismo Dios: c) para manifestar su misericordia perdonando y su justicia castigando.

3ª Infiérese de lo dicho hasta aquí: 1º que ni la existencia del mal físico, ni la del mal moral, envuelven repugnancia o contradicción absoluta con la providencia y la bondad de Dios: 2º que hasta podemos señalar razones plausibles, y fines racionales y justos para su existencia: 3º que Dios, absolutamente hablando, pudiera impedir la existencia del mal físico y moral, bien sea con la producción de otro [357] mundo, bien sea con la diferente disposición de este: 4º que aunque podemos señalar algunos fines probables de la permisión del mal moral, ignoramos la causa final de esta permisión por parte de Dios, en atención a que no sabemos con certeza cuál sea el fin principal y los motivos divinos de esta permisión, debiendo, por lo tanto, decir con la Escritura: ¿Quis cognovit sensum Domini, aut quis consiliarius ejus fuit? Con mayor razón es aplicable esta reflexión a nuestra ignorancia con respecto a los fines particulares, a que se subordina la existencia del mal físico y moral en el ser A o B.

Que la volición del mal físico, en el sentido expuesto, no se opone a la bondad divina, se prueba además porque, en la hipótesis contraria, Dios no podría querer y realizar ciertos bienes y perfecciones de un orden superior. A poco que se reflexione, se reconocerá, sin duda, que la ausencia absoluta y completa del mal físico llevaría consigo la ausencia de la paciencia, la fortaleza, la magnanimidad, la constancia, y para decirlo de una vez, de los rasgos más bellos y sublimes de la virtud en todas sus múltiples manifestaciones. Más todavía: la ausencia de todo mal físico llevaría consigo la muerte [356] o la atonía absoluta de la sociedad humana, con sus artes, ciencias e industria, que vienen a ser la lucha perseverante de la humanidad contra el mal físico.