22.05.14

Un fundador que se cansó de su fundación

A las 12:50 AM, por Alberto Royo
Categorías : General

LA COMPLEJA HISTORIA DE ROBERTO, PRIMER ABAD DEL CISTER

 

De todos es conocida la historia de la fundación del monasterio de Citeaux, en Francia, que dio origen a la orden cisterciense: En 1098, veintiún monjes del floreciente monasterio de Molesme, bajo la dirección de su abad Roberto y del prior Alberico, se establecieron en la selvática soledad del remoto bosque de Citeaux con el ánimo decidido a practicar la Regla de S. Benito al pie de la letra. Los monjes del que sería llamado “Nuevo Monasterio” renunciaron a todas las costumbres introducidas posteriormente a S. Benito, a la vez que reasumieron el trabajo agrícola, que había caído en desuso entre los monjes. Así, San Roberto de Molesme, junto con sus sucesores San Alberico y San Esteban Harding, son con toda justicia considerados como los fundadores del Cister, los tres “monjes rebeldes” de la famosa novela americana que cuenta los orígenes de dicha orden.

Pero lo historia fue más complejas, como compleja fue la fundación, cuyos primeros años fueron, a todas luces, durísimos, sobre todo el primer invierno. Los fundadores se alojaban, sin ninguna comodidad, en algunas moradas rústicas existentes en la finca, que, probablemente, contaba también con una vieja capilla. Las condiciones de vida eran rudas, había que poner en estado de producción las tierras, que entretanto no rendían nada o producían poco. Los monjes pusieron enseguida manos a la obra. Desde su llegada, empezaron a desbrozar y roturar el terreno y a construir un monasterio provisional de madera, pero esto no les daba para comer. No sólo eran pobres como querían, sino que pasaban verdaderos apuros y, de no recibir ayuda, no hubieran podido sobrevivir. Pero la ayuda llegó: El arzobispo Hugo de Die seguía interesándose por ellos y obtuvo que Otón, el poderoso duque de Borgoña, les favoreciera. El duque se mostró generoso.

La fundación oficial del Novum Monasterium, según la tradición, tuvo lugar el 21 de marzo de 1098, festividad de san Benito, que aquel año coincidió con el domingo de Ramos. Probablemente en la misma fiesta de la erección del monasterio, el obispo de la diócesis, Gualterio de Conches, después de recibir la promesa de acatamiento a la Iglesia de Chalón y de obediencia a su prelado que hizo Roberto, le entregó el báculo pastoral y el cuidado de los monjes. Éstos, a su vez, prometieron obediencia a Roberto y a sus sucesores en la misma fórmula en que renovaron su profesión para incardinarse en el Nuevo Monasterio.

Pero sucedió lo que era de prever. La salida del abad Roberto, del prior Alberico y de un numeroso grupo de monjes de la abadía de Molesme causó un verdadero escándalo. El cisma redundó, evidentemente, en desprestigio del monasterio de Molesme. Las murmuraciones se cebarían sobre todo en un punto concreto: para poder practicar la Regla, los monjes tenían que abandonar el monasterio. Los religiosos de Molesme se quejaban de que eran mal vistos por los nobles y el vecindario. Pero no se limitaron a lamentarse, hicieron gestiones en la curia pontificia, en lo que ya tenían alguna experiencia, y se salieron con la suya.

En todo este lamentable asunto, no cabe la menor duda, que representaba un papel sobresaliente, único, la figura venerable y venerada del abad Roberto. Si unos monjes, por numerosos que fueran, abandonaban el monasterio, siempre se les podía acusar de díscolos, fantasiosos, testarudos, cismáticos, etc., pero que el abad Roberto se marchara con ellos y se constituyera en abad del Nuevo Monasterio era realmente grave, algo que no tenía justificación posible ante la gente. Por eso, había que conseguir que el santo varón regresara a Molesme. Cierto que Molesme tenía ya otro abad, un tal Gaufredo, pero esto no era un obstáculo, pues Gaufredo estaba dispuesto a dimitir si Roberto regresaba.

Probablemente un día de verano de 1099, el arzobispo Hugo de Die, recibió una carta del papa Urbano II que, de no estar al corriente de los manejos de los molesmenses, debió sorprenderle no poco. La carta es un modelo de discreción y suavidad. El papa no ordena nada, solamente explica: “Hemos oído en audiencia el gran clamor de los monjes de Molesme pidiendo vehementemente la vuelta de su abad. Alegaban que la observancia estaba por los suelos y que, desde la marcha del abad, eran mal vistos por los nobles y el vecindario". Urbano II expresa un deseo: “Nos agradaría mucho que, si fuera posible, el abad en cuestión vuelva del desierto al cenobio". Es la misión que encarga al legado, misión difícil, a lo que cree, pues añade: “Si no lo consigues, preocúpate de que los amantes del desierto permanezcan en paz, y que los que están en el cenobio observen la disciplina regular”

Oída, pues, la petición del obispo de Langres y de los monjes molesmenses, oído el parecer de los monjes del Nuevo Monasterio, Hugo tomó esta decisión: El abad Roberto regresaría a Molesme y “También permitimos volver con él a Molesme a todos los hermanos del Nuevo Monasterio que le quieran seguir cuando se retire de él", prosigue el Decretum legati. Y aquí entra en escena la cuestión más controvertida sobre la figura de San Roberto de Molesme, como explica el gran historiador de la orden benedictina, el P. García Mª Colombás, en su libro “La Tradición Benedictina”, pues Hugo de Die más adelante, dirigiéndose al obispo de Langres y refiriéndose al abad Roberto: “Cuando haya concluido estos trámites, le enviaremos a vuestra caridad para que le restituyáis como abad a la Iglesia de Molesme. Si en adelante abandona aquella Iglesia, a causa de su habitual inconstancia, nadie le suceda en vida de Gaufredo sin nuestro consentimiento, el vuestro y el del mismo Gaufredo… Acerca de la capella y demás cosas que llevó consigo el abad Roberto al dejar la Iglesia de Molesme y con las cuales se presentó al obispo de Chalón y al Nuevo Monasterio, establecemos que todo quede para los hermanos del Nuevo Monasterio, excepto el breviario, que con el consentimiento de Molesme pueden retener hasta la festividad de san Juan Bautista para copiarlo”

Solita levitate“: dos vocablos molestos, explica García Colombás. Los autores devotos de san Roberto se indignan al leerlos, o intentan explicarlos ingeniosamente. Sin embargo, es evidente que tales palabras son intencionadas y en modo alguno elogiosas. Hugo de Die debía estar fastidiado de las veleidades del santo varón. Sobre todo, de la última. Roberto aboga con fervor en favor de una fundación, le compromete a él al autorizar su salida de Molesme y de golpe quiere dejar a los suyos en la estacada y regresar. ¿Por pura obediencia? Para nuestro experto historiador benedictino, no fue así la cosa.

La verdad es que el papa no se lo había mandado, y si el legado Hugo de Die se lo ordenó, fue con el asentimiento del mismo Roberto, no contra su voluntad. Guillermo de Malmesbury, que disponía e una documentación de primera mano y no tenía motivo alguno para mostrarse parcial, es claro y tajante: tras el entusiasmo de los primeros días, Roberto se cansó, se arrepintió (poenituit), pues no soportaba “tan larga escasez de alimentos", los molesenses se enteraron, no se sabe si de viva voz o por carta, del estado de ánimo del que había sido su abad, y se sirvieron de un ardid para hacerle volver honorablemente a su monasterio, so pretexto de obedecer al papa. Volentem cogentes: obligando a quien quería que le obligaran. Y así “abandonó la estrechez de la casa de pobres para recuperar la majestad de un trono”. Un siglo más tarde, Conrado de Eberbach recogía la tradición respecto a Roberto cuando, en una página realmente dura, tachaba de imprudente su partida y la atribuía a la inconstancia, al tedio que le causaba el desierto, al vicio de la tibieza, al recuerdo de los honores y comodidades que había abandonado; de haber amado de verdad la pobreza del yermo, hubiera podido evitar el regreso a Molesme, pues las letras apostólicas no le obligaban a volver; de haber perseverado en su puesto, “hubiera merecido llamarse y ser el primer padre, el primer abad, el devoto institutor y el reverenciado fundador de la sagrada Orden del Císter".

Los autores modernos tratan de exculparle. E. Mikkers, por ejemplo, explica que los cambios que presenta su existencia se debieron a la búsqueda tenaz de una vida monástica más auténtica y más adaptada a las necesidades de su tiempo que la de Cluny y de otras abadías con sus tradiciones seculares. La docilidad que demostró al regresar a Molesme -opina J.-B. Auberger-, revela que el deseo profundo del abad era transformar su monasterio desde el interior pese a los anteriores fracasos, más bien que hacer una nueva fundación. Pero no cabe duda que el regreso de Roberto a Molesme fue considerado por los fundadores de Citeaux como una deslealtad, una defección, casi como una traición. Cuando más necesaria era su presencia, los abandonaba a su suerte, los cubría de desprestigio, los entregaba a la contradicción y la burla de sus adversarios. Con todo, los testimonios más antiguos que han llegado tratan a Roberto con objetividad y respeto. El Exordio primitivo cuenta lo sucedido sin comentarios, siguiendo al pie de la letra el contenido de los documentos que reproduce.

Roberto es un abad de santa memoria, los primeros cistercienses no hablan mal de él, no critican su conducta, pero toman una decisión drástica: puesto que se ha desentendido de la todavía muy tierna fundación, quedará excluido de la lista de prelados del Nuevo Monasterio. Alberico figuraría en ella como primer abad y Esteban Harding como el segundo.

Roberto cumplió lo ordenado por Hugo de Die y regresó a Molesme. Llevaba consigo, a manera de escudo de defensa la commendatio que le entregó Gualterio, obispo de Chalón, para el obispo de Langres, Roberto de Borgoña. Gualterio le declaraba libre de toda obligación respecto a él, la diócesis de Chalón y el Nuevo Monasterio, y se lo recomendaba: “No tengáis reparo de recibirle y tratarle honorablemente” Pero el abad no necesitaba ningún escudo, pues sabía que Roberto de Borgoña lo recibiría con todos los honores ya que eran viejos amigos, el obispo se había disgustado mucho cuando se fue, y sin duda sus gestiones tuvieron mucho más peso de lo que permiten sospechar las fuentes en todo el asunto de recuperarle. El abad Roberto, como si nada hubiera sucedido, volvió a gobernar el monasterio, y el obispo siguió tan afecto al mismo que quiso vestir la cogulla en él antes de morir.