28.05.14

Que sea lo que Dios quiera: el origen del Mal

A las 1:00 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Origen del Mal

Antes de empezar tengo que decir que, como ha sucedido en otras ocasiones, son los comentaristas de este blog (pocos pero aguerridos) los que sugieren temas para traer a la palestra. Y eso es lo que ha sucedido con éste.

Nadie puede negar que es un tema bastante peliagudo y difícil de encarar. Pero como la ignorancia es muy atrevida cualquiera que lea este blog sabrá que no se va a arrugar, quien lo administra, ante tal tema.

Por si alguno no se ha dado cuenta, el Mal existe.

Esto lo digo porque hay por ahí muchas personas que tienen por buena la teoría, por ejemplo, de que no existen el Bien y el Mal y que, en definitiva, cada cual puede hacer lo que le venga en gana sin preocuparse de nada pues, al parecer, no se ha ver impelido, por nada, a hacer lo que, a lo mejor no quería hacer.

Sin embargo, el mismo San Pablo ya dejó escrito eso de que quería hacer lo bueno y hacía lo malo (cf. Rm 7, 20-21). Y eso es señal inequívoca de que el Mal, es verdad, existe.

Existe, pues, el Mal pero, preguntamos: ¿Cuál es su origen?

Es común pensar y creer que el Mal entró en el mundo cuando aquellos Primeros Padres (Adán y Eva) aceptaron la inmoral proposición de aquel animal rastrero que quiso hacerles pasar por dioses al incumplir la voluntad de Dios. Y eso, así dicho, es verdad. Y supone, por cierto, lo demás al respecto del origen de tal Mal.

Y es que, sin embargo, con aquel acto de traición y de lesa majestad (es Dios Rey del Universo) lo que entró en el mundo fue el pecado (llamado, por eso mismo, original) y la muerte.

Hemos dicho bien. Si entró en el mundo es que, evidentemente, ya existía antes pues el Mal es bastante anterior a que aquel hombre y aquella mujer quisieran ser más listos de lo que eran.

En realidad, el Mal puede tener su origen en la caída de los ángeles.

Leamos este texto:

“El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos”.

Esto se dijo en el Concilio de Letrán, en el año 1215 y se escribió en latín pero no vamos a hacer aquí como que sabemos una lengua que desconocemos. Nos basta, para comprender el tema, su traducción al castellano pues se entiende con total perfección lo que entonces se quiso decir.

Hay un antes y hay un después.

Como suele suceder con las cosas (en lo que es), existe un triple momento en la realidad de las mismas: cuando algo se produce en ellas, antes de que tal suceso acaece y después de haber sucedido. Pues en el tema de los ángeles caídos también pasa eso.

Fueron creados por Dios los ángeles. Pero, al parecer, no todos eran iguales ni tenían la misma conciencia de su propia realidad. Y es, hasta posible, que quisiesen ser más de lo que eran.

En un momento determinado algunos de aquellos seres privilegiados por Dios con su creación, pecaron. Por eso la Segunda Epístola de San Pedro (2,4) nos dice que

“Pues si Dios no perdonó a los Ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio” … “es porque el Señor sabe librar de las pruebas a los piadosos y guardar a los impíos para castigarles en el día del Juicio” (2P 2,9)

Los ángeles, pues, pecaron y, entonces, precisamente entonces (aquel había sido un tiempo sin tal caída) fue cuando el Mal tomó forma en, a lo mejor, la misma idea perversa de querer ser como Dios (que es lo que, como sabemos, Satanás dijo a Eva para convencerla de que comiera del árbol prohibido y que vemos en Gn 3,5)

Entonces surge el Mal y, desde aquel mismo momento, quien lo ostenta como arma contra Dios, trata de tergiversar el Plan de Creador. Así, por ejemplo, sedujo a Adán y a Eva; así, ha ido seduciendo a muchos seres humanos a los que ha imbuido una sed de sangre muy alejada de la simple naturaleza creada por Dios; así, también, crea separación entre hermanos (todos somos hijos de Dios) y siembra cizaña en el mundo. Y todo con la conciencia perfectamente formada de a dónde quiere ir a parar y que no es, sino, por el camino contrario que lleva al definitivo Reino de Dios pues conduce, el Maligno, precisamente, a su Infierno, donde martiriza a los que ha sometido en la tierra y ha convencido que es mejor estar con el Príncipe de este mundo que con el Creador del mundo.

Quería, aquella serpiente que encarna el Mal (señal inequívoca de que ya existía antes de eso), que el ser humano conociera el Bien y el Mal. En realidad, lo que quería es que se alejase del primero y abrazase el segundo. Y bien que lo consiguió. Y el Mal, desde entonces, ocupa el corazón de muchos hijos de Dios que no pueden liberarse de tan indigno ocupante sin saber, a lo mejor, de dónde viene tan nigérrima influencia.

Eleuterio Fernández Guzmán