31.05.14

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Hoy el pensamiento dialéctico se nos ha colado hasta la médula, aún a los católicos, y esto es muy lamentable, y tiene consecuencias más que graves en diferentes ámbitos de la vida de la Iglesia. Lo estamos padeciendo, sin ir muy lejos, en el binomio sofístico que opone la justicia a la misericordia, el amor al castigo, la paz al combate, la Cruz a la alegría.  Y también, por supuesto, se cuela este criterio entre los santos. Me llega así, hoy, propuesto para “debate” en las redes sociales, un artículo de Manuel Morillo Rubio,  quien plantea una suerte de “competencia” entre Sta. Juana y Sto. Tomás Moro, como modelo para los políticos cristianos. Y creo que esto nos deja el alma dentro del “gallinero”, es decir, a un nivel muy por debajo de donde debemos apuntar como católicos, para mirar donde las águilas, y desde su perspectiva.

Benedicto XVI señalaba hace unos años precisamente que “con su luminoso testimonio Juana nos invita a una medida alta de la vida cristiana: hacer de la oración el hilo conductor de nuestras jornadas; tener plena confianza en cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que sea, vivir la caridad sin favoritismos, sin limites y sacar fuerzas del amor a Jesús para amar profundamente a su Iglesia”.

Traigo el tema no sólo en honor a la muy querida Santa Juana en su día, sino porque pienso que no se trata de un planteo aislado. Recuerdo que hace unos 20 años por lo menos, mantuve con una católica “progre” una discusión en la que ella planteaba -con la soberbia que sólo alcanza la ignorancia- que la Iglesia debería contar con algún tipo de ceremonia para “descanonizar” o al menos revocar como modelos a santos que “ya nada tienen que decir” a los católicos “evolucionados” de este pobre siglo. También un sacerdote -hoy obispo con cargos académicos…- me sugería que ni se me ocurriera acudir para mi formación espiritual a “santas  viejas” como Sta. Catalina de Siena, que ya nada pueden enseñar a los jóvenes de hoy. Y podría seguir dando ejemplos, que no alargo para no agotar ni deprimir al lector.

Dice el autor del artículo mencionado (con quien probablemente tengamos más coincidencias que diferencias) que “A mi me resulta mucho más atractiva como santa patrona de los hombres públicos, es decir como modelo para los políticos, Juana de Arco que Tomás Moro.
Aunque, bien pensado, quizá la Iglesia, que es muy sabia, considere, que, dado el tipo humano del político actual, es imposible ponerles como modelo lo bueno, como Santa Juana, por inalcanzable y se conforma con que algún polítco, llegado el momento, tras haber intentado salirse por la tangente, evitar el compromiso y el conflicto, y no poder, en ese momento,  no traicione la Verdad, como es lo corriente en la actualidad, y, fijándose en el ejemplo de Tomás Moro, al verse en esa tesitura dé la cara y se enfrente a las mentiras y la opresión, a las estructuras de pecado del Sistema.”

No soy quién para cuestionar su devoción particular preferente, completamente legítima, pero creo que como decíamos antes, el planteo queda rengo, si se habla entre católicos. Pues así como no nos es lícito mirar la realidad tan sólo desde el punto de vista natural, sabiendo perfectamente que lo sobrenatural no es puro “agregado” o complemento, no se puede tampoco apreciar a Santa Juana únicamente por el atractivo exterior de su figura, sin apuntar mejor a la raíz de sus virtudes, que son las que la Iglesia nos propone como ejemplares, y en donde reside su absoluta vigencia. Por otra parte, considerar a Sto. Tomás Moro como un mero ideal de “conformistas” me parece muy atrevido, y hasta ofensivo, soslayando el abanico de virtudes que enaltecen su figura no sólo en las horas del martirio, sino como católico íntegro y cabal, a lo largo de toda su vida.

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Señala un amigo que Santa Juana “se plantó directamente contra los enemigos, mientras que Moro no enfrentó directamente a los enemigos sino hasta que no tuvo otra alternativa”, y la verdad es que no es así: el “plantarse” ante los enemigos no siempre puede tener el carácter de una guerra material, por supuesto. Moro no hubiese sido santo si no hubiese combatido a los enemigos de Cristo. El punto está en que hay diferentes modos de combatir, según lo que Dios da a cada uno. En ser fieles a ello (a lo que Dios da a cada uno) se cifra nuestra santidad. El modelo por antonomasia, único absoluto, es Cristo, no tal o cual santo. Cada uno de ellos representa, como solía decir el p. Alberto Ezcurra, lo que un cristal en un grandioso vitral donde armonizan muchos colores, formando entre todos el rostro inabarcable de Cristo, Rey del Universo, Camino, Verdad y Vida. La consigna es que cada uno ocupe el lugar que le corresponde, como en una sinfonía.

No es para nada casual que Sta. Juana haya sido la santa preferida de Sta. Teresita de Lisieux (doctora de la Iglesia), quien a su vez fue una de las “preferidas” del Papa San Pío X. Ni Sta. Teresita ni Tomás Moro tienen un ápice de pusilánimes, con el abismo de circunstancias que los separan aparentemente, porque en el santo las virtudes, siempre imperadas por la Caridad, no encuentran contradicción.

Tratando de superar odiosas comparaciones, me gustaría hoy recordar que hace pocos años Benedicto XVI, nos señalaba a Sta. Juana en su catequesis del 26-1-2011 como “ejemplo de santidad para los laicos comprometidos en la vida política sobre todo en las situaciones más difíciles”. 

¿Y a cuántos laicos de hoy, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, de tan diversas condiciones, no nos queda otra alternativa sino comprometernos en la vida política de alguna manera, cuando ella afecta tan profundamente la educación, la familia, la salud física, psíquica y espiritual y hasta nuestra salvación eterna? Como Santa Juana, tal vez no buscamos directamente ese compromiso, pero no podemos eludirlo.

Como Santa Juana, muchos nos sentimos muy solos ante el combate de cada día, y aunque no toque a todos el martirio físico -aunque cada día es más frecuente también…-, el espiritual está a la orden del día, sobre todo dentro de la propia Iglesia, frente a los Judas de turno. Rescatamos algunos párrafos del Papa emérito para seguir meditándolos al pie del Santísimo:

-"La compasión y el compromiso de la joven campesina francesa ante los sufrimientos de su pueblo son todavía más intensos gracias a su relación mística con Dios. Uno de los aspectos más originales de la santidad de esta joven es este lazo entre experiencia mística y pasión política.”

¿Cuántos laicos, sacerdotes, obispos y teólogos, pretenden encontrar hoy soluciones y respuestas al sufrimiento humano descartando de plano sus resonancias espirituales, sin aludir al pecado, la gracia, los sacramentos, que no son la añadidura sino la raíz de los planteos más eficaces?

-“Su propuesta es de verdadera paz en la justicia entre dos pueblos cristianos, invocando los nombres de Jesús y María (…)El Nombre de Jesús que la Santa invocó hasta en los últimos instantes de su vida terrenal era como el continuo respiro de su alma (…) el centro de su vida. Esta Santa había entendido que el Amor abraza toda la realidad de Dios y del ser humano, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo.

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Sería interesante ver qué sucedería si los católicos más comprometidos en los organismos internacionales dejaran de omitir y silenciar sistemáticamente el Nombre de Cristo, rubricando con él sus limitadas palabras humanas… Y ya espero que algún lector reaccione sosteniendo que deliro con cuestionamientos “anacrónicos”. Y lo más cómico es que estamos en la “era” de la libertad de expresión….Sí, claro: por eso, admitamos retirar los crucifijos y todo signo sagrado, hasta de los templos mismos, en cualquier momento, para no ofender a los turistas.

-“(Su) proceso es una página terrible en la historia de la santidad y también una página que ilumina el misterio de la Iglesia, que (…) al mismo tiempo es siempre santa y siempre necesitada de purificación (…) A diferencia de los santos teólogos que habían iluminado la Universidad de París, como Buenaventura, Tomás de Aquino o Duns Escoto, (…) estos jueces son teólogos que carecen de caridad y humildad para ver en esta joven la acción de Dios” y no ven “que los misterios de Dios son revelados en el corazón de los pequeños mientras permanecen ocultos a los sabios y doctos.”

Este párrafo no tiene desperdicio; ¿cuántos “doctos” quieren hoy cambiar la fe de la Iglesia, y hasta las propias palabras de la Escritura, para escándalo de los fieles? Y es que sencillamente no entienden nada, porque “carecen de caridad y humildad” para hacer aquello de lo que Juana da ejemplo: obediencia inquebrantable a la Verdad, sin rebelarse jamás ante la Iglesia, aún cuando ésta la abandone a sus propios enemigos y a la muerte.

-“En Jesús Juana contempla también toda la Iglesia, la Iglesia triunfante del cielo, como la Iglesia militante en la tierra. Según sus palabras, “es todo uno Nuestro Señor y la Iglesia”. Esta afirmación tiene un carácter realmente heroico en el contexto del proceso de condena, frente a sus jueces, hombres de iglesia que la persiguieron y condenaron”. 

Esa mirada suya es posible gracias a la pureza de su mirada sobrenatural, seguramente favorecida también por su castidad. No hay que perder de vista el cuidado que ella tenía de esta virtud al frente de sus tropas -lo mismo que su vigilancia estricta para que no hubiera blasfemias o juramentos- a las que instaba gravemente a la confesión o contrición perfecta antes de la batalla, no perdiendo nunca de vista el fin principal de toda alma: el Cielo.

¡Miren ustedes qué hermoso, cuando al llegar Allí, nos estrechemos en abrazo interminable con el mismo Rey al que ha servido Juana!… Para levantar los corazones, pues, les traigo aquí uno de los poemas más hermosos del p. José Rivera (a quien espero ver algún día también en los altares), que muy bien podrían aplicarse a la Doncella de Orleáns, y a toda alma que quiera imitar su fidelidad:

XV

El Rey de los siglos empuña su espada,
Salta en su caballo, galopa violento,
Cual viento que sopla por la encrucijada,
Cómo sopla el viento…

 El Rey de los siglos de gloria se viste.
“A la tierra entera dictaré mi ley”.
¿Quién de sus legiones el choque resiste?
El Rey de la gloria. Su nombre es: “El Rey”.

 La regia trompeta los héroes convida
A sacra cruzada que el mundo liberte;
Los siervos mortales gozarán la vida,
El Señor eterno sufrirá la muerte…

“Salud a los pobres. Desprecio. Pobreza”.
Al roce del viento canta su pendón.
Bandera que anuncia nueva realeza,
Donde en campo blanco sangra un corazón.

Oí su llamada, juré su bandera,
Lloré sus derrotas, gocé su alegría,
Borracha de sangre, de gloria guerrera,
Soñé la victoria final, cuando un día…

“Escucha hija, y mira: si ayer amazona
El casco ceñiste, vestiste armadura,
Hoy viste de seda, tu frente corona,
Que el Rey de los siglos amó tu hermosura.” 

Olvida el palacio, la casa paterna,
Pretéritos gozos, y oye mi verdad;
Por su amor caduco, mi pasión eterna
Te abrirá misterios en la soledad.

Déjale a otras manos el puñal sangriento,
El pesado escudo y el gesto violento,
La espada, la lanza, que en férreos excesos
La carne traspasa, quebranta los huesos.

De tus manos pido caricias, terneza,
Corona de flores para mi cabeza,
Ojos vigilantes, corazón despierto
Para la sangrienta soledad del huerto.

Cabalga a mi grupa y en mi potro mismo,
Dime tus amores, tu mano en la mía,
Que de mis pesares en el negro abismo
Sean tus palabras llamas de alegría…

Cabalga a mi grupa…¿Por qué te detienes?
La dura jornada gloriosa se torna;
Mañana en mi triunfo ceñirá tus sienes
La corona misma que mis sienes orna.

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Si el dolor te rinde, sobre mi caballo
En mi firme pecho tranquila reposa.
No en mis escuadrones llamarte vasallo,
Quiero entre mis brazos saludarte esposa.”

Tal la voz divina resonó en mi oído;
Yo sentí mi débil corazón herido.  
¿Dejaré cariños, que la mente halagan?
¿Callaré mi grito de guerra sonoro?
¿Sufriré que vientos divinos deshagan
Placenteras nubes de mis sueños de oro?

Inefablemente su palabra me urge:
“¡Ven, paloma mía; surge, amiga, surge!".

Oh voz poderosa, que encadena al diablo,
Tal vez temblorosa de amorosa pena;
Hórrida tormenta si derriba a Pablo,
Brisa refrescante si alza a Magdalena!

Hundióse ya el férreo torrente guerrero,
Apenas diviso la blanca bandera,
Sofrenando el potro, firme en el sendero,
El Rey de los siglos, me espera, me espera…

Luz es su mirada que alumbra mi duda,
Fiesta su palabra que alegra mi pena;
De sus armaduras mi alma se desnuda,
Vístese de mirtos, rosas y azucenas.

Dejaré cariños que la mente halagan;
Callaré mi grito de guerra sonoro;
Sufriré que vientos divinos deshagan
Placenteras nubes de mis sueños de oro…

El Rey de los siglos galopa, galopa,
Cabalga a su grupa, gozoso, mi amor.
Y en el férreo estruendo triunfal de la tropa
Aun vibra mi grito: ¡Voy, Emperador!.