HOMILÍA DEL OBISPO

Ordenación sacerdotal de Antonio Arribas Lastra


  • Homilía pronunciada por D. Vicente Jiménez Zamora en la Ordenación presbiteral de D. Antonio Arribas Lastra en la solemnidad del Corpus Christi.

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SANTANDER | 22.06.2014


ORDENACIÓN DE SACERDOTE

D. ANTONIO ARRIBAS LASTRA

S. I. Catedral, 22 de junio de 2014

Solemnidad del Corpus Christi

 

            Querido Antonio, candidato al Orden de Presbítero; Srs. Vicarios; Sr. Deán Presidente y Cabildo; Sr. Rector, Director Espiritual, Formador, Confesores, Profesores del Seminario y personal de servicio; Sacerdotes; Diáconos; Seminaristas.

            Querido Francisco padre de Antonio,  hermanos y familia.

            Miembros de Vida Consagrada; fieles laicos y amigos, que venís de su pueblo natal Ramales de la Victoria y de las Parroquias donde ha ejercido la etapa pastoral los últimos años: Villafufre, La Canal; Barreda, Viveda, Queveda; Santa María Reparadora en Santander;  amigos de Antonio. Medios de Comunicación.

Querido Antonio: hoy es un día memorable para ti, que lo recordarás siempre. Esta tarde recibes el sacramento del Orden, que te configura con Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia. Es un don del Amor de Dios, que te llama, te consagra y te envía

Hoy es un día de alegría, aunque teñida por el claroscuro de la vida. Hace ahora casi un año, cuando te encontrabas en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, moría en accidente tu querida Madre, Flora, a quien el Señor la llamó a su gloria. Desde el cielo se une ahora a nuestra fiesta y te abraza a ti, a su esposo Francisco y a tus hermanos y os da fuerzas para superar el dolor de la ausencia de una madre y esposa. Sé que estáis llevando desde la fe con serenidad y fortaleza cristianas esta dura prueba. Tened la certeza de que Dios nunca abandona a sus hijos.

Hoy es también un día de júbilo para nuestra Iglesia Diocesana de Santander, que te ha acogido y te ha formado desde muy joven en nuestro Seminario de Monte Corbán.  Nuestra Diócesis y nuestro Seminario se consuelan hoy al ver que, pese al invierno vocacional que padecemos, Dios sigue llamando al sacerdocio. Tu testimonio alegre y valiente, querido Antonio, como el de tus compañeros de curso ya ordenados, Adrián, Alejando y Ricardo,  y el de los seminaristas que quedan en el Seminario, es esta tarde ejemplo para otros jóvenes.

Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo

Acontece tu ordenación sacerdotal en esta solemnidad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre de Cristo, misterio de muestra fe, “sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad, banquete pascual, en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y se nos da la prenda de la gloria futura” (SC 47). Hoy la Iglesia hace memoria agradecida por el don de la Eucaristía y se postra delante de la presencia real de la Eucaristía y la adora con fe. Dios alimentó con el maná al pueblo hebreo mientras peregrinaba por el desierto (1ª lectura del libro del Deuteronomio). El maná prefigura el pan bajado del cielo. Quien come de este pan vive para siempre. Cristo no sólo propone un mensaje, sino que se da a sí mismo en alimento para la vida eterna (Evangelio de San Juan). El pan es uno y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.

El sacerdote, hombre de la Eucaristía

En esta jornada eminentemente Eucarística, celebramos también el Día de la Caridad, con el lema “Construyamos espacios de esperanza”, porque el amor genera esperanza. En nuestra Diócesis ha estado preparada por la Semana de la Caridad, para promover el compromiso de la caridad: “Comulgar con el Cuerpo de Cristo supone comulgar también con su proyecto de vida”. Este Día del Corpus Christi nos brinda la ocasión de presentar al sacerdote como hombre de la Eucaristía, porque la Eucaristía está en el corazón de la Iglesia, y es el centro de la vida y ministerio de los sacerdotes.

Las tres grandes dimensiones de la Eucaristía se corresponden con tres claves de la espiritualidad sacerdotal: sacrificio, comunión y presencia.

1.      Eucaristía, sacramento del sacrificio de Jesús. Cuando dentro de unos minutos te entregue la patena y el cáliz, te diré: “Recibe la ofrenda del pueblo santo  para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Querido Antonio: vas  a ser ministro de la Eucaristía, de donde mana diariamente tu entrega pastoral en el amor y tu sacrificio. Imitar  lo que conmemoras es entrar en la dinámica de amor, servicio y entrega del Buen Pastor, compartiendo su misión.

            Los sacerdotes debemos ejercer nuestro ministerio ordenado en actitud de servicio. Dice San Agustín: “El que es cabeza del pueblo debe, antes que nada, darse cuenta de que es servidor de muchos. Y no desdeñe de ser servidor de muchos, porque el Señor de los señores no se desdeñó de hacerse nuestro siervo”.

            Servimos a una Iglesia que no podemos adulterar, concibiéndola desde una visión competitiva, como un “eslabón” de ascensos en el servicio. La palabra “promoción” no tiene cabida en el diccionario del Evangelio. No se puede servir desde la ambición de poder, de honores y dignidades.

            ¡Cuántos sacerdotes de ayer y de hoy han gastado y gastan su tiempo, sus fuerzas y su vida por los caminos de la misión y de la cruz apostólica! ¡Cuántos sufrimientos y heridas, trabajos y preocupaciones, tenemos que poner cada día en la patena del ofertorio de cada Eucaristía! La caridad pastoral, que resumen las actitudes del sacerdote-pastor, se nutre del amor de la Eucaristía.

2.      Eucaristía, sacramento de la unidad de la Iglesia. La conexión entre participar en el cuerpo eucarístico (comunión) y afianzar la unidad del cuerpo de la Iglesia, aparece en las siguientes palabras del apóstol San Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura: “El pan que partimos, ¿no es comunión en el Cuerpo de Cristo? Porque uno solo es el pan, aún siendo muchos, un solo cuerpo somos, pues todos participamos del mismo pan” (1 Cor 10, 16-17). La comunión eucarística une a los cristianos con Cristo y entre sí.

            Querido Antonio: desde la comunión en la Eucaristía, estás llamado a ser forjador de unidad y de comunión en la comunidad, empezando por vivir la “fraternidad sacramental” en el presbiterio diocesano (cfr. PO 8) y continuando por ser animador y coordinador de los servicios y carismas del pueblo de Dios.

            El sacerdote debe ser promotor de unidad y comunión, suscitando la participación y corresponsabilidad de todos los fieles cristianos, respetando la vocación de cada uno y de cada “estado de vida”, porque la Iglesia es “comunión de vocaciones”.

3.      Eucaristía, sacramento de la presencia de Jesucristo. Jesucristo está sacramentalmente presente, de modo “real y sustancial” en las especies del pan y del vino, durante la celebración, en al comunión y después de la celebración eucarística. Es una presencia real, no exclusiva, sino por antonomasia (cfr. Pablo VI, Encíclica Mysterium fidei). Pero Cristo también está presente en los pobres.

            En la historia de la Iglesia ha existido siempre una conexión profunda entre la presencia eucarística y la presencia en los pobres. La adoración y acatamiento de Jesucristo en el sagrario, el trato confiado con Él, la intimidad amigable y personal, la oración prolongada… afinan la mirada del corazón para ver a Jesús en los pobres, para servirlo en los enfermos, para reconocerlo en los rostros desfigurados de los hermanos.

            La plegaria eucarística V/b expresa claramente esta conexión entre la Eucaristía y los pobres: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermanos solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.

            Querido Antonio: pedimos al Señor Buen Pastor para que seas hombre de la Eucaristía. Es un don y una tarea de toda tu vida sacerdotal. Vive el misterio de la cruz; sé promotor de la unidad y de la comunión; reconoce la presencia de Cristo en la Eucaristía y en los pobres. Este es el programa de vida que hoy te propongo como tu Obispo. Cúmplelo y serás un buen sacerdote con los sentimientos de Cristo Buen Pastor.

            En esta Eucaristía, en la que ya vas a concelebrar por primera vez, Cristo es pan entregado y sangre derramada para la vida del mundo.

Que la Virgen María, la sierva del Señor y mujer eucarística, Madre de los sacerdotes, te  ayude a ser hombre de la Eucaristía. Amén.

 

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander