ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 08 de junio de 2014

La frase del domingo 8 de junio

Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar. 
San Juan Crisóstomo (354-407)


 

 


Primera Plana

Vaticano: JudÍos, cristianos y musulmanes demostraron que la convivencia es posible
El histórico momento en los jardines del Vaticano. Cada delegación rezó siguiendo las enseñanzas de su religión demostrando así que la convivencia es posible

Texto de las palabras del Papa Francisco en el encuentro interreligioso por la paz
En una combo blanca fueron llevados desde Santa Marta al lugar de la ceremonia en los jardines del Vaticano

El papa Francisco

El Papa en la misa de Pentecostés explica la luz que nos da el Espí­ritu
Texto completo de la homilía del papa Francisco. El día de Pentecostés fue el bautismo de la Iglesia que nació 'en salida'

El Santo Padre: Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas
En el Regina Coeli agradece las oraciones por el encuentro con los presidentes de Israel y Palestina

Espiritualidad

Beata Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan
Precursora en India de Madre Teresa de Calcuta ayudaba a los necesitados de Kerala. Fundadora Congregación de la Sagrada Familia, sufrió acoso del maligno. Recibió los estigmas, el consuelo de María y tuvo diversas visiones místicas


Primera Plana


Vaticano: JudÍos, cristianos y musulmanes demostraron que la convivencia es posible
El histórico momento en los jardines del Vaticano. Cada delegación rezó siguiendo las enseñanzas de su religión demostrando así que la convivencia es posible

Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) - En el atardecer de este domingo 8 de junio de 2014, en los jardines del Vaticano se registró un hecho excepcional: por primera vez en la historia los presidentes de Israel, Shimon Péres; el de Palestina, Mahmud Abbas; se reunieron en el Vaticano por invitación del papa Francisco para realizar una oración por la paz. Estaba presente también el patriarca de Constantinopla, Bartolomé y el custodio de Tierra Santa, el franciscano Pierbattista Pizzaballa. 

El Santo Padre realizó la invitación el 25 de mayo pasado en su viaje a Tierra Santa, cuando en Palestina dijo: 'Señor presidente Mahmoud Abbas, en este lugar donde nació el Príncipe de la paz, deseo invitarle a usted y al señor presidente Shimon Peres, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco mi casa en el Vaticano para acoger este encuentro de oración'.

El Santo Padre recibió hoy poco después de las 18 horas, en su residencia la Domus Santa Marta, primero a un presidente y después al otro. Ambos mandatarios se reunieron en el hall de Santa Marta, en donde en un 'fuera de programa' se abrazaron. Se les ha unido el patriarca Bartolomeo. Desde Santa Marta juntos en coche se dirigieron hacia el sitio de la celebración: un espacio situado en el verde de los jardines del Vaticano, entre la Casina Pío IV y la zona de los Museos Vaticanos. Allí estaban también dos amigos de vieja data del Papa argentino, el rabino Abrahan Skorka y el jeque musulmán Abbud Omar, quienes desde hace años habían emprendido en Buenos Aires este camino de diálogo interreligioso.

El inicio del encuentro de oración por la paz comenzó al atardecer, las 19 horas locales, con una apertura musical. “¡El Señor les conceda la paz! Hemos venido a este lugar, israelíes y palestinos; judíos, cristianos y musulmanes, para ofrecer nuestra oración por la paz, por Tierra Santa y por todos sus habitantes”, fue una de las primeras frases de introducción.

El encuentro se realizó en tres momentos (alabanza, perdón, invocación de paz)  al que le siguió una conclusión.

La oración de la delegación judía
El salmo número ocho de David abrió la oración que realizaron los representantes judíos, y a continuación del salmo 147, le siguió el Himno al Omnipotente. Después del intermedio musical se realizó el pedido de perdón recitado en hebraico, seguido por el salmo 25 y el salmo 130. Concluyó con una meditación musical judía.

La oración de la comunidad cristiana
La comunidad cristiana realizó su plegaria, iniciando con un agradecimiento por la Creación, en inglés, seguido por la lectura del salmo 8 y la lectura del libro de Isaías.

“Recemos: Dios Padre Omnipotente, nosotros aquí reunidos, tus hijos judíos, cristianos y musulmanes, te reconocemos a tí como nuestro Creador. Venimos a darte gracias por la belleza y maravilla de tu creación".
Le siguió un intermedio musical. Y la segunda parte inició con un pedido de perdón recitado en italiano, con la lectura de una oración de Juan Pablo II: “... Rezamos para que contemplando a Jesús, nuestro Señor y nuestra paz, los cristianos sean capaces de arrepentirse de las palabras y de las actitudes causadas por el orgullo y el odio, por el deseo de dominar a los otros, por la enemistad hacia los miembros de otras religiones y hacia los grupos más débiles de la sociedad, como migrantes e itinerantes. Recemos por todos aquello que han sufrido contra la dignidad humana y por aquellos cuyos derechos han sido pisoteados...”.

“Concede que nuestros progenitores, nuestros hermanos y hermanas, y todos nosotros tus servidores que por gracia del Espíritu Santo nos dirigimos a ti con arrepentimiento sincero, podamos sentir tu misericordia y recibir el perdón de nuestros pecados. Nosotros te lo pedimos por medio de Cristo nuestro Señor. Amen.

Tras una pausa de silencio, prosiguió la oración: “Dios Padre Omnipotente, dónanos la gracia de presentarnos humilmente delante a ti y de implorar tu perdón por haberte ofendido a ti y a nuestros hermanos y hermanas. Nosotros no hemos sido custodios de nuestra creación, especialmente en tu Tierra Santa.  Hemos emprendido guerras, realizado violencia, hemos enseñado el desprecio por nuestros hermanos y hermanas, ofendiendote profundamente a ti oh Padre de todos nosotros. Dónanos la gracia de empeñarnos nuevamente para 'actuar con justicia, amar la misericordia, y caminar humilmente con nuestro Dios', por medio de Cristo nuestro Señor. Amen.

Después de un breve intermedio musical, fue la invocación de paz, en árabe, que inició con la lectura de la oración de san Francisco de Asís: “Señor haz de mi un instrumento de tu paz...”.

La oración de la comunidad musulmana
“Sea alabado Dios, que ha creado el cielo y la tierra, que ha convertido las tinieblas en luz, que ha hecho surgir todas las cosas de la nada...”. Así inició la oración, que terminó con el intermedio musical después del cual fue la invocación por la paz, siempre en árabe, que concluyó con una interpretación musical musulmana.

El evento concluyó con las palabras del papa Francisco: shalom, paz, salam. Le siguieron las palabras de los dos presidentes, cada uno de ellos en favor de la paz, con una estrecharse de manos. Entre Francisco, Peres y Abbas plantaron un pequeño árbol de olivo, como deseo de paz entre el pueblo palestino y el israelí. 

Las palabras del papa Francisco al concluir la ceremonia

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Texto de las palabras del Papa Francisco en el encuentro interreligioso por la paz
En una combo blanca fueron llevados desde Santa Marta al lugar de la ceremonia en los jardines del Vaticano

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) - En los jardines del Vaticano hoy se ha celebrado una oración por la paz, convocada por el papa Francisco en su viaje a Tierra Santa. Al concluir la ceremonia en la que cada una de las delegaciones rezó según su creencia religiosa, el Santo Padre recordó que "para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo".

Y recordó que "hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano". Y concluyó: "Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz".

A continuación las palabras del santo padre Francisco:

Señores presidentes

Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.

Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide.

Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.

Su presencia, señores presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.

Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.

Señores presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.

Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.

Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.

La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre.

A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra. Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.

Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.

Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.

Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén. 

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El papa Francisco


El Papa en la misa de pentecostés explica la luz que nos da el Espí­ritu
Texto completo de la homilía del papa Francisco. El día de Pentecostés fue el bautismo de la Iglesia que nació 'en salida'

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) - Este domingo de Pentecostés, el santo padre Francisco presidió en la basílica de San Pedro la santa misa, concelebrada con cardenales y obispos.

Una solmene eucaristía que vio también las ceremonias de la bendición del agua, el canto del Ven Espíritu Creador, el Aleluya, y el color rojo vivo de los paramentos como otra de las expresiones de esta festividad.

En su homilía el santo padre dijo:

“Todos fueron colmados por el Espíritu Santo”.

Hablándole a los apóstoles en la Última Cena, Jesús dijo que después de su partida de este mundo les habría enviado a ellos el don del Padre, o sea el Espíritu Santo. Esta promesa se realiza con potencia en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, además de extraordinaria, no se quedó única y limitada a aquel momento, pero es un evento que se ha renovado y todavía se renueva. Cristo glorificado a la derecha del Padre sigue realizando su promesa, enviando en la Iglesia el Espíritu Vivificante, que enseña, nos recuerda y nos hace hablar.

El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el camino justo, a través las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino, la vía. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado “el camino” y Jesús mismo es la vía.

El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar en sus huellas. Más que un maestro de doctrina, Espíritu es un maestro de via. Y de la vida hace parte también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.

El Espíritu Santo nos recuerda todo lo que Jesús ha dicho. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace entender las palabras del Señor.

Este recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu, no se reduce a un hecho recordativo, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en la Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo lo que Jesús nos ha dicho, nos hace entrar siempre más plenamente en el sentido de sus palabras.

Todos nosotros hemos tenido esta experiencia, un momento, alguna situación en la que nos viene otra [inspiración], y se relaciona con una frase de la Escritura. Es el Espíritu que nos hace realizar este camino, el camino de la memoria viviente de la Iglesia.

Esto nos pide una respuesta: más nuestra respuesta es generosa, más las palabras de Jesús se vuelven en nosotros vida, y se vuelve actitudes, gestos, testimonio. En sustancia el Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor y nos llama a vivirlo.

Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionera del momento, que no sabe hacer tesoro de su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación.

En cambio con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar la inspiración interior y los hechos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sapiencia de la memoria, la sapiencia del corazón, que es un don del Espíritu. Que el espíritu santo reviva en nosotros la memoria cristiana.

En ese día con los apóstoles estaba la mujer de la memoria, aquella que en el inicio meditaba todas estas cosas en su corazón. Era María nuestra madre, que Ella nos ayuda en este camino de la memoria.

Y el Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda --es otro aspecto-- nos hace hablar, con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos, mudos de alma, no hay lugar para esto.

Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que reza en nosotros y nos permite de dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Abbá. Y esto no es solamente un modo de decir, pero es la realidad: nosotros somos realmente hijos de Dios. 'De hecho todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los hijos de Dios'.

Nos hace hablar en el acto de fe. Nadie de nosotros puede decir: 'Jesús es el Señor', lo hemos escuchado hoy, sin el Espíritu Santo.

Y el Espíritu nos hace hablar con los hombres en diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los otros reconociendo en ellos a los hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, con mansedumbre, entendiendo las angustias y las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los otros.

Además el Espíritu Santo nos hace hablar también a los hombres en el profecía, o sea, haciéndolos 'canales' humildes y dóciles de la Palabra del Señor. La profecía es hecha con franqueza para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con mansedumbre e intención constructiva. Penetrados por el Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida.

Recapitulando: el Espíritu Santo nos enseña la vía; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace rezar y decir Padre Dios; nos lleva a hablar a los hombres a través del diálogo fraterno y nos hace hablar en la profecía.

El día de Pentecostés, cuando los discípulos “fueron colmados por el Espíritu Santo” fue el bautismo de la Iglesia, que nació 'en salida', para anunciar a todos la Buena Noticia.

La Madre Iglesia que parte para servir. Recordemos a esta nuestra otra Madre, que partió con rapidez, para servir; la Madre Iglesia y la Madre María, las dos vírgenes, Madres. Las dos, mujeres.

Jesús había sido perentorio con los apóstoles: no tenían que alejarse de Jerusalén antes de haber recibido desde lo alto la fuerza del Espíritu Santo. Sin Él no hay misión, no hay evangelización. Por esto con toda la Iglesia, con nuestra Madre Iglesia católica invocamos, ¡Ven Espíritu Creador!

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El Santo Padre: Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas
En el Regina Coeli agradece las oraciones por el encuentro con los presidentes de Israel y Palestina

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) - El papa Francisco rezó hoy la oración del Regina Coeli desde la ventana de su estudio en el Vaticano. Desde allí se dirigió a los varios miles de fieles que le escuchaban en la Plaza de San Pedro.

Les recordó que esta tarde en el Vaticano los presidentes de Israel y Palestina se unirán a él y al patriarca ecuménico de Constantinopla para invocar de Dios el don de la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en el todo mundo.

“Deseo agradecer --dijo el Papa-- a todos los que, personalmente y en comunidad, han rezado y rezan por este encuentro y se unirán espiritualmente a nuestra súplica.

Antes de la oración del Regina Coeli el papa dijo:

“Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de Pentecostés recuerda la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el cenáculo. Como en la Pascua, es un evento que sucedió durante la preexistente fiesta judía, y que conlleva un cumplimiento sorprendente”.

El libro de los Actos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de esta extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos entienden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura. El evento de Pentecostés indica el nacimiento de la Iglesia y su manifestación pública. Y nos impresionan dos aspectos: es una Iglesia que sorprende y desapunta.

Un elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba nada más de los discípulos: después de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, derrotados y huérfanos de su Maestro. En cambio se verifica un evento inesperado que suscita maravilla: la gente se queda turbada porque cada uno oía a los discípulos hablar en el propio idioma, contando las grandes obras de Dios.

La Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que despierta estupor, porque con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo -la resurrección de Cristo- con un lenguaje nuevo: el universal del amor. (...)

Los discípulos son revestidos de la potencia del alto y hablan con coraje, pero pocos minutos antes eran cobardes, en cambio ahora hablan con coraje y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.

Así es siempre la Iglesia llamada a ser: capaz de sorprender anunciando a todos que Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia es siempre allí a esperarnos para curarnos y perdonarnos.

Justamente para realizar esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia. (...) Alguien en Jerusalén habría preferido que los discípulos de Jesús, bloqueados por el miedo se hubieran quedados cerrados en su casa para no crear desapunto. También hoy tantos quieren esto de los cristianos.

En cambio, el Señor resucitado los empuja hacia el mundo: “Como el Padre me ha enviado, también yo les envío a ustedes”. La Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado destilada, como un elemento decorativo.

Es una Iglesia que no tiene dudas en salir afuera, hacia la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido confiado, mismo si ese mensaje molesta e inquieta las conciencias, nos trae problemas y también nos lleva al martirio.

Ella nace una y universal, con una idea precisa pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no lo captura, como la columnata de esta plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero no se cierran para retener. Los cristianos somos libres y la Iglesia nos quiere libres.

Nos dirigimos a la Virgen María, que en esa mañana de Pentecostés estaba en el Cenáculo, la Madre estaba con los hijos junto a los discípulos. En ella la fuerza del Espíritu Santo cumplió realmente “grandes cosas”.

Ella la Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, nos obtenga con su intercesión una renovada efusión del Espíritu de Dios en la Iglesia y en el mundo”.

Regina Coeli...

En los saludos finales, además de agradecer las oraciones por el encuentro por la paz en el Vaticano con los presidentes de Israel y Palestina, saludó a diversos grupos presentes, como los estudiantes de la diócesis española de Valencia.

Y concluyó deseando a todos “una buona domenica”, pidió “recen por mi; “buon pranzo y arrivederci”.

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Espiritualidad


Beata Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan
Precursora en India de Madre Teresa de Calcuta ayudaba a los necesitados de Kerala. Fundadora Congregación de la Sagrada Familia, sufrió acoso del maligno. Recibió los estigmas, el consuelo de María y tuvo diversas visiones místicas

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) - Dos ideas deberían permanecer fijas en la mente de quien se sumerja en las profundidades de la biografía de esta beata. Ambas señaladas en el Evangelio: que no se nos pedirá nada que supere nuestras fuerzas (1Cor 10,13), y que la gracia de Dios nos basta para asumir lo que nos corresponda (2 Cor 12, 9). Conviene tenerlas siempre en cuenta para el devenir de la vida espiritual aunque no esté impregnada de los sobresaltos que caracterizaron la de Mariam Thresia. Sufrió atroz acoso del maligno que la asedió y la maltrató brutalmente durante años en el cuerpo y en el alma. La minuciosidad de los hechos relatados a su director espiritual y cofundador de la orden que instituyó producen verdaderos escalofríos. Algunos guardan semejanza con los experimentados por los grandes maestros del desierto: Antonio, Pacomio e Hilario. La evangélica respuesta que les dio revela su heroica fe y paciencia. Siempre aceptó humilde y confiada lo que acontecía. Misteriosamente formó parte del plan trazado por Dios, que nunca la abandonó. Tuvo el consuelo de la Virgen María y fue agraciada por numerosos carismas. Conmueve su ardiente caridad y el amor que profesó a enfermos y moribundos desgastándose por Cristo, pasando por encima de sus sufrimientos.

Considerada precursora de la Madre Teresa de Calcuta, Thresia, que fue su nombre de pila, nació el 26 de abril de 1876 en Puthenchira, Kerala, India. Después añadió el nombre de Mariam porque fue la respuesta de la Virgen cuando le preguntó qué nombre debía llevar. Era la tercera de cinco hijos de una humilde familia. Podrían haber tenido buenos recursos, pero el abuelo tuvo que hacer frente a cuantiosas dotes para desposar a sus hijos y quedaron en la ruina. Creció con el anhelo de amar a Dios; era tan poderoso que le inducía a abandonar los juegos infantiles para ensimismarse en su presencia. Guiada por su anhelo de imitar a Cristo Redentor, no ahorraba sacrificios. La intensidad de sus oraciones, ayunos y vigilias nocturnas preocuparon a su madre porque afectaban a su salud; vigilaba su alimentación para que fuera la debida, pero ella se las ingeniaba para dar su comida a otros. Tenía gran devoción por María, solía rezar el rosario varias veces al día y escuchaba misa diariamente junto a su madre. Tres de sus amigas de la infancia serían las primeras integrantes de su fundación. A los 12 años perdió a su madre, una mujer de fe y gran corazón que influyó mucho en ella, y eso supuso el fin de su formación académica. Pero su objetivo era llevar una vida de oración y penitencia. Por ello, en 1891 abandonó su casa eligiendo la vida eremítica. Fracasó en su propósito y se insertó en la parroquia. Junto a tres compañeras abrió una fecunda vía caritativa a favor de los pobres y marginados de Kerala. A la par ofrecía sus oraciones y penitencias por la conversión de los pecadores. Y sin duda engrosó el cáliz de su sacrificio con los despiadados ataques del maligno –a veces fueron legiones de demonios– en un intento de apoderarse de su voluntad con multitud de formas distintas. Quisieron mancillar su pureza, inducirla a desesperación, a renunciar a la penitencia, fue golpeada y herida… No se puede entrar aquí en detalles, pero le asaltaban sin darle tregua a lo largo del día y de la noche, fuera cual fuese su quehacer. Recibía la gracia para soportar tantos tormentos con mansedumbre y humildad. También acogía con espíritu victimal lo que sobrevenía de lo alto. Porque ella, como el Padre Pío, recibió los estigmas de la Pasión que mantenía celosamente escondidos debajo de la ropa. Sin embargo, hubo otras manifestaciones que no pudo ocultar. De sus levitaciones fueron testigos numerosas personas. En sus frecuentes éxtasis veía a la Sagrada Familia y a otros santos, como Teresa de Jesús.

Dio cuenta de las torturas que padecía a su confesor, el Siervo de Dios P. Joseph Vithayathil cuyas indicaciones siguió a rajatabla. Este sacerdote, nacido en 1865 en Ernakulam, Kerala, había recibido la ordenación sacerdotal en 1894, y tras pasar por varias parroquias de la diócesis de Trichur se convirtió en su director espiritual. La acompañó y orientó apostólicamente. En una de sus cartas Thresia le dijo: «Dios dará la vida eterna a los que convierten a los pecadores y los llevan al camino recto». En un momento dado, el P. Vithayathil informó al obispo de los fenómenos que le sobrevinieron a la beata, hechos que fueron particularmente intensos entre 1902 y 1905, pero que se dilataron hasta 1913. En un primer momento el prelado dudó de la autenticidad de lo que ella exponía, y fue sometida a numerosos exorcismos. En 1903, en medio de este dolorosísimo proceso, confió al vicario apostólico de Trichur su proyecto de crear una casa de retiro y oración. Le sugirieron que ingresase en el convento de las clarisas franciscanas, y después la remitieron a las carmelitas de Ollur. Thresia obedeció, pero se dio cuenta de que ninguno de estos carismas colmaba su inquietud espiritual, que tenía otra vocación. Ésta se orientaba a los moribundos, a quienes ya venía consolando; suplicaba para ellos fortaleza, y buscaba el modo de que murieran en paz. Cuando el obispo constató que Dios quería suscitar por medio de ella una nueva fundación, le autorizó a ponerla en marcha. En su decisión pesaron los diez años transcurridos desde que comenzó a mantenerla en observación. En todos ellos constató la autenticidad de su vivencia, su visible respuesta llena de paciencia, humildad y obediencia. El 14 de mayo de 1914 fue erigida canónicamente la Congregación de la Sagrada Familia. El P. Vithayathil fue cofundador de esta orden religiosa. Thresia murió el 8 de junio de 1926 como resultado de una caída que le produjo una herida en una pierna, lesión que no se pudo controlar y se agravó por su diabetes. Juan Pablo II la beatificó el 9 de abril de 2000. El P. Vithayathil falleció el 8 de junio de 1964. Fue sepultado junto a la tumba de Thresia, en Kerala.

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