11.06.14

El reloj que el mártir regaló a su asesino y que este devolvió en confesión


Tres mártires de la guerra civil nacieron un 11 de junio: un lasaliano burgalés, un sacerdote diocesano granadino y otro alicantino.

Al bajar de un tren en Tarragona

Bernabé Núñez Alonso (hermano Alfeo Bernabé de las Escuelas Cristianas), de 34 años y natural de Santa María del Invierno (Burgos), fue asesinado en Tarragona el 31 de julio de 1936 y beatificado en la misma ciudad en 2013. Le acompañaba Alejandro Arraya Caballero (hermano Alejandro Antonio), de 28 años. Habían estado con otros tres en Madrid desde poco antes de estallar la guerra, y deambularon diez días por la capital antes de poder regresar, en la noche del 29 de julio, en un tren, en el que fueron varias veces controlados. Mientras los otros tres seguían hacia Barcelona, ellos bajaron en Tarragona, en cuya estación los milicianos, repararon en ellos. Al atravesar el barrio del Ayuntamiento para llegar al colegio, tuvieron que pasar por tortuosas callejuelas, donde fueron reconocidos como religiosos. Alli mismo los asesinaron.

Sólo te pido que me dejes morir besando esta Cruz

Fortunato Arias Sánchez, de 45 años y natural de Almaciles (Granada), fue asesinado en Hellín (Albacete) el 12 de septiembre de 1936 y beatificado en 2007. Era sacerdote desde 1918, continuando de profesor en el seminario de San Fulgencio de Murcia hasta 1926, cuando va de párroco a El Palmar (Murcia) y en septiembre de 1935 de ecónomo de la iglesia de la Asunción de Hellín (Albacete) y arcipreste, ya que el anterior se acababa de hacer jesuita. Estallada la guerra, mandó marchar a su coadjutor, Antonio Rosique: “Vete, sálvate, yo me quedo; soy el responsable de estos feligreses; me quedo con ellos por si puedo serles útil en algo. Adiós ponte a salvo”. Desde agosto fue encarcelado y el día 28 escribió a su familia:

 “Queridos hermanos: Las cosas han cambiado notablemente desde mi última carta y hoy sospecho con sobrada razón que me quedan pocas horas de vida. Perdono a todos los que sean o hayan de ser los causantes o cómplices de mi muerte. Perdonadlos vosotros también, como nos manda la fe cristiana que profesamos. Que Dios acepte nuestro sacrificio y nuestra vida para que todos se conviertan y vivan. No recuerdo haber dado ocasión a que se me persiga, y me satisface pensar que la causa única de todo es mi carácter sacerdotal. Morir así es un verdadero y glorioso martirio. ¿Qué mejor suerte podía yo imaginar?

No tengáis pena ninguna por mi, encomendadme a Dios y quiera El que nos juntemos en el Cielo, bendiciendo allí los caminos secretos de su misericordia. Que seáis siempre buenos cristianos y que procuréis que lo sean también vuestros hijos y toda vuestra casa.

[…] Un último abrazo a mi buenísimo compañero Jaime, y muchos besos a todos los demás pequeños. Adiós; que el Señor os conceda salud y paz y toda clase de bendiciones, y que seáis siempre muy devotos de la Santísima Virgen y que cuando pidáis por nuestros buenos padres pidáis también por mi.

El 12 de septiembre lo llevaron a fusilar en el lugar conocido como Cañada de los Pozos, a las afueras de Hellín. Al descender del coche a la orden de sus guardianes, don Fortunato preguntó cuál de ellos le iba a matar. Y al que respondió, alargándole su reloj le dijo:

- Pues toma este reloj como recuerdo. Sólo te pido que me dejes morir besando esta Cruz.

Y poniéndose de rodillas y besando el crucifijo, que luego de haberlo besado estrechó fuertemente contra su pecho, dijo:

- Que Dios os perdone, como os perdono yo. ¡Viva Cristo Rey!

El reloj entregado a quien lo ejecutó fue el de plata que su padre le regaló cuando ofició su primera misa. Según Rafael Marín Montoya, después fue entregado en secreto de confesión, para que se le hiciese llegar a la familia de don Fortunato, que lo conservó.

Uno pidió que perdonaran. Otro pidió agua tras ser fusilado…

José García Mas, de 40 años y oriundo de Pego (Alicante), fue asesinado en Gandía (Valencia) el 19 de septiembre de 1936 y beatificado en 2001 junto con el también sacerdote Fernando García Sendra, de 31 años, que se ordenó en 1931, estuvo en Bolulla, y luego de párroco en Sagra (Alicante). Estallada la guerra, García Sendra se negó a esconderse, pero se fue a casa de sus padres a Pego, donde el 4 de septiembre lo metieron en la cárcel. El mismo día arrestaron a García Mas, ordenado en 1923, que fue vicario de San Francisco de Borja en Carroja y párroco de Patró, antes de pasar a su pueblo natal, Pego, como capellán del santuario del Ecce Homo. Allí restauró la capilla, organizó las Marías de los Sagrarios y otras actividades. Antes de que lo arrestaran, había dicho a sus hermanos que si lo detenían y mataban, ellos perdonaran. El día 18 les ataron las manos a la espalda, les sacaron e hicieron subir en una camioneta y les llevaron al término de Gandía, al lugar conocido como La Pedrera (probablemente, cerca de la calle del mismo nombre en el polígono industrial Alcodar, cercano al puerto), y allí, a la una de la madrugada, les dispararon. García Sendra no murió sino que perdió el conocimiento y cuando horas más tarde lo recuperó estaba desangrándose. Tuvo fuerzas para levantarse, ir a una casa cercana y pedir agua y ayuda, pero llamaron a los milicianos. Anduvo por el campo, cayó en una charca y se refugió en un cañaveral, donde le encontraron los milicianos que lo remataron con un tiro en la cabeza.

Más sobre los 1.523 mártires de la guerra civil española, en “Holocausto católico”.