14.06.14

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Esto está escrito (1Re 19, 1-19)

Elías

1 Ajab refirió a Jezabel cuanto había hecho Elías y cómo había pasado a cuchillo a todos los profetas. 2 Envió Jezabel un mensajero a Elías diciendo: «Que los dioses me hagan esto y me añaden esto otro si mañana a estas horas no he puesto tu alma igual que el alma de uno de ellos.» 3 El tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. 4 El caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: «¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!» 5 Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: «Levántate y come.» 6 Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar.

7 Volvió segunda vez el ángel de Yahveh, le tocó y le dijo: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti.»8 Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb. 9 Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le dijo: «¿Qué haces aquí Elías?» 10 El dijo: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela.»

11 Le dijo: «Sal y ponte en el monte ante Yahveh.» Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. 12 Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. 13 Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?» 14 El respondió: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela.»

15 Yahveh le dijo: «Anda, vuelve por tu camino hacia el desierto de Damasco. Vete y unge a Jazael como rey de Aram. 16 Ungirás a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, le ungirás como profeta en tu lugar. 17 Al que escape a la espada de Jazael le hará morir Jehú, y al que escape a la espada de Jehú, le hará morir Eliseo. 18 Pero me reservaré 7.000 en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal, y todas las bocas que no le besaron.»

19 Partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Pasó Elías y le echó su manto encima”.

 

Elías: la perseverante fe de un creyente

Aquel hombre tenía el destino más que fijado pues otros como él habían perecido a manos de los “suyos” porque no les gustaba, nada de nada, lo que se les decía. Y lo peor (mejor) para ellos es que lo decían en nombre de Dios.

Elías no iba a ser menos. Y, es bien cierto, que tampoco querría ser menos que otros profetas.

Aquel hombre, profeta de Dios, vivió en unos tiempos malos para el pueblo elegido por el Creador. Y fueron malos porque el rey Acab actuó, en cuanto a la fe, de una forma torticera sometiéndose a creencias paganas. Así, por ejemplo, accedió a dar culto a Baal incitado por su esposa Jezabel que, como es de creer, no tenía muy buena opinión de los verdaderos profetas de Dios como, por ejemplo, era Elías.

Parecía, pues, que la suerte de Elías estaba escrita en el corazón de Jezabel que ordena sea encontrado para aplicarle la singular justicia pagana.

Pero Elías sabía que aún no había llegado su momento y huye.

Hay que reconocer que caminar por aquellas tierras inhóspitas no debía ser muy agradable. Tal fue era así que aquel hombre, que había sido utilizado por Dios para transmitir su voluntad, no pudo más y, humanamente se vino abajo.

Digamos que Elías no se consideraba mejor que aquellos que habían matado a los profetas que el Dios había suscitado a lo largo de los siglos. Sin embargo, el Creador tenía otros planes para él que consistían, sobre todo, en que cumpliese su voluntad acerca de nombrar otro profeta y otro rey para Israel.

El Ángel del Señor, que transmite la voluntad del Padre, alimenta a quien había sido elegido, desde la eternidad, para jugar un papel importante en la vida de aquel voluntariamente desdichado reino. Le insta, además, a comer, a beber y a seguir el camino.

Este hombre también estuvo 40 días caminando para llegar a su destino: el monte Horeb. Y Dios, que se las sabe todas y lo sabe todo, le pregunta a Elías acerca de lo que allí hace. Y lo hace como si no lo supiera… como para probar su fe y fidelidad al Creador.

Elías, que era hombre de fe profunda y arraigada (no porque hubiera huido de una muerte segura dejaba de tenerla) sabe lo que hace allí: está muy triste por lo que ha acaecido con los profetas de Dios y con los templos del Todopoderoso pues unos han sido asesinados y otros han sido destruidos por manos paganas. Es más, y por tanto, que se ha abandonado la alianza que el Creador hizo con su pueblo.

Esperaba, pues, el profeta, la llamada de Dios, la voz del Creador, la intención a expresar por el Todopoderoso. Y a fe que la tuvo.

Las tres situaciones por las que pasa Elías determinan dónde, en realidad, se encontraba y encuentra Dios: no en la destrucción a manos del huracán o del fuego sino en la brisa suave, en el Espíritu Santo dador de vida. Allí encuentra, allí escucha Elías a su Señor.

La fe de Elías fue escuchada por el corazón del Padre y éste, presto, le encomienda la misión de ungir rey de Israel a Jehú y, claro está, de volver a la tierra de donde había huido. Además, debía nombrar profeta a Eliseo que ocuparía su lugar.

Elías cumple a rajatabla aquello que Dios pone en su corazón y en su mente. Muy lejos estaba aquel profeta de no escuchar las palabras de su Señor pues su fe era profunda y había arraigado más que bien en sus más íntimas entrañas.

En realidad, cuando Elías está en aquella situación de perseguido por el poder de entonces quiere relacionarse con el Creador de la forma que lo había hecho en el monte Carmelo. Había vencido allí a los profetas paganos y eso, a lo mejor, lo ensoberbeció un poco. Pero ahora, en el Horeb, se trata de un Dios nuevo o, mejor, de un hombre nuevo que espera al verdadero Dios. Así, en el silencio de una brisa suave se encuentra quien es Todopoderoso. Aprenderá con eso aquel profeta que no siempre es buena la acción sino que el silencio, contemplar al Creador, es un buen ejercicio de fe y expresión de sometimiento a la voluntad divina del Señor.

Y es por eso, entre otros ejemplos y casos, que tenemos por buena aquella expresión que dice que los “caminos de Dios son inescrutables” (cf Rm 11, 33).

Y es que lo son.

Eleuterio Fernández Guzmán