14.06.14

 

Las condiciones para recibir la comunión sacramental, que en la época de Pío X aún se consideraban obvias, no han vuelto casi a ser recordadas por la Iglesia en los últimos decenios“. Puede que una frase así sea fácil encontrarla en alguno de los posts de InfoCatólica, pero lo cierto es que está en un artículo del P. Martin Grichting, vicario general de la diócesis suiza de Chur. Una diócesis, por cierto, que debe ser de las pocas que cuenta con un buen obispo en toda Centroeuropa (vean las noticias del final de este enlace).

Aunque el P. Grichting escribe en relación a la polémica sobre la comunión de los que viven en adulterio, aprovecha la ocasión para recordar que existen diez mandamientos cuyo quebrantamiento, casuísticas aparte, suele conllevar la comisión de un pecado mortal. Les aseguro que me sobran dedos de una mano para contar las veces que yo he oído decir en una homilía que no se puede comulgar si no se está en gracia de Dios. Y que comulgar en pecado mortal, es añadir un nuevo pecado grave a los que se han cometido. Y sin embargo, eso es lo que la Iglesia ha enseñado desde San Pablo. Dado que no creo ser una excepción, pregunto: ¿qué razón puede llevar a la Iglesia a ocultar una doctrina, poniendo así en peligro la salvación de millones de fieles?

Creo que la misericordia de Dios pasará por alto la ignorancia de multitud de fieles que comulgan sin estar en condiciones de hacerlo. La razón es simple: nadie les ha dicho que no pueden hacerlo. Por tanto, la responsabilidad mayor, por no decir casi absoluta, recae en quienes debiendo predicar toda la fe católica, esconden partes de ella, lo que incluye los requisitos para poder comulgar.

Estas semanas atrás hemos visto otra de las consecuencias de ocultar casi por completo doctrinas que aparecen en la Biblia, la Tradición y el Magisterio. Me refiero al debate entre quienes (José Miguel Arraiz, Nestor Martínez, Adrián Ferreira, F. Nelson Medina, OP) defienden la fe católica al decir que Dios sí castiga y quienes se mantienen pertinazmente en el error contrario, lo cual les está llevando a incurrir probablemente en herejía. Un error que viene dado, probablemente, por una deficiente y/o insuficiente predicación de la verdad eterna sobre Dios, su justicia y su misericordia, que lleva a ver al Señor como una especie de Papá Noel buenista que tiene poco que ver con el de la Revelación.

Y como con ese asunto, pasa con otros. Efectivamente, por razones pastorales -que están presentes en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II por parte de San Juan XXIII- ahora se utiliza mucho menos el término castigo. Y el término condenación. Y el término infierno. Y el término penitencia. Y el término herejía. Y del purgatorio, ni se habla ni se plantea como una posibilidad en las homilías de funerales. Y etc. ¿Resultado pastoral? A ojos vista está.

Esto tiene consecuencias no solo para la Iglesia. Ejemplo. Dado que corresponde a la Iglesia ser luz del mundo, me pregunto si el hecho de que hoy los padres y profesores de escuela hayan perdido mucha de su autoridad tiene que ver precisamente con esa idea de que el castigo es en sí mismo malo y contrario al amor. De tal manera que castigar a los hijos, pequeños y adolescentes, está muy mal visto e incluso es perseguido. La Iglesia ha dejado prácticamente de perseguir el error aplicando el castigo medicinal -canónico- necesario. La sociedad ha hecho lo mismo. Me da igual quién fue primero. Así no vamos a ningún sitio. La solución es volver sobre nuestros pasos y recuperar, siquiera en parte, la predicación de verdades que, sin haberse perdido, están tan ocultas que multitud de fieles no las reconocen como pertenecientes al depósito de la fe.

Mucho estamos leyendo últimamente sobre la necesidad de que la Iglesia condene menos y sea más madre misericordiosa. Pero la misericordia que consiste en dejar al pecador en el pecado y el error es una hija bastarda de la verdadera misericordia divina. Y es además una afrenta a la gracia de Dios, que es instrumento de justificación y santificación. Por tanto, esa “pastoral” debe ser arrancada de cuajo antes de que el propio Señor tome medidas drásticas para limpiar a su Iglesia de tanta necedad. Créanme que lo hará. Y si alguno duda, que se lea los mensajes de Cristo a las iglesias en el libro del Apocalipsis.

Luis Fernando Pérez Bustamante