15.06.14

vitralTrini

No quisiera que termine este día sin retomar hoy una frase de Néstor Martínez en respuesta a un comentario en su último post, que hoy me parece que viene muy a propósito en la Solemnidad que celebramos:

Una cosa que llama la atención es cómo nos resistimos a aceptar que en el Infierno existe la pena del fuego eterno, y con qué facilidad aceptamos que existe allí la pena de la pérdida de la visión de Dios. Una mirada apenas un poco maliciosa podría concluir que en realidad lo que nos produce preocupación es lo primero, no lo segundo.
Debería ser en todo caso al revés, y deberíamos preferir la visión beatífica en medio de las llamas eternas que atormentasen nuestro cuerpo resucitado, a la ausencia tanto del fuego como de la visión divina en un “infierno” que si bien en sí sería de todos modos espantoso, es de temer que a muchos contemporáneos les sonaría bastante aceptable.

Y claro, ¿cómo evitar suficientemente aquello que nos aleja de lo que NO esperamos? ¿Cómo esperar un Cielo del que nadie predica si únicamente miramos “hacia el suelo”?; ¿cómo ansiar una Visión que nadie anuncia como posible, deleitable y perfecta?

Siempre me ha horrorizado con cuánta facilidad, no digo entre católicos “de a pie” y en el terreno “pastoral”, sino incluso en el ámbito académico (teología, ciencias sagradas) y catequístico, se viene  insistiendo hace unas décadas en la aparente “intrascendencia” (sic!) que tendría para nuestra vida de fe la meditación y hasta el posible conocimiento del misterio de la Ssma. Trinidad considerado en sí mismo. Este misterio insondable que es la piedra basal de la fe verdadera en que somos salvados, se ha llegado a considerar “inútil”, poniendo el acento en cambio en la “Trinidad económica”, es decir, la Trinidad en cuanto manifestada en la historia mediante las misiones divinas. Éstas (Creación, redención y santificación) son temporales, y tienen que ver con nuestra salvación.   Hay por supuesto, una profunda unidad entre ambas, pues es Dios mismo -Uno y Trino- quien se ha revelado manifestándonos su Amor, pero ello no significa que independientemente de su relación con nosotros, el Misterio de Dios deba ser prácticamente desechado de la transmisión ordinaria de la fe. Y sin embargo, hoy es frecuente comprobar el profundo desinterés de catequistas, sacerdotes y teólogos, en la predicación del misterio trinitario. A lo sumo, lo que se suele repetir sobre él, es que es un misterio tan insondable, que ni por asomo podemos vislumbrarlo, y así, en vez de exceso de luz, parecería que un misterio es una inmensa oscuridad…

Expresado en términos más o menos vulgares podríamos parafrasearlo así:

 “Esas elucubraciones son cosas medievales, hoy carecen de sentido, pues lo importante es el hombre y el hambre. Que la gente sepa que Dios es su Padre y sobre todo, siga el modelo de Jesús, pero no les compliquemos la vida hablando de las relaciones entre las Personas divinas y todo ese galimatías, pues al fin y al cabo, eso es ‘cosa interna’ de Dios, y a nosotros no nos aporta ni quita nada para la vida.”

Esta vergonzosa y blasfema indiferencia, que sin duda recibe “aguas caudalosas” de la fuente oscura y herética de Karl Rahner, entre otros, es lo que vemos luego, como decantación lógica, en el desprecio de la vida contemplativa, la primacía de la “ortopraxis” sobre la “ortodoxia”, y la insensibilidad general hacia todo lo que afecte la integridad de la fe.

Hace un par de meses en una charla que dí a unos alumnos de 6º grado (11-12 años) de un presunto colegio católico acerca de la Presencia Real de Ntro. Señor en la Eucaristía, a través de una serie de preguntas, íbamos comprobando la casi completa ignorancia sobre esto (aunque la totalidad de los presentes ya habían recibido la Primera Comunión y la Confirmación), y en general, titubeaban bastante. Sabían que Dios está en el Cielo, en nuestro corazón, en los enfermos, pero muy tímidamente señalaban su presencia en el Sagrario. Pero sobre lo que no hubo la menor duda, pues la respuesta fue contundente, rápida y unánime, fue cuando les pregunté: “¿Y Jesús es Dios?”. Inmediatamente resonó en la Capilla: “¡¡Noooo!”. 

Una y otra vez, la misma “certeza”, en un total de 160 adolescentes, en dos tandas de charlas.

Conversando luego con el vicario general de la diócesis, al referirle el tema, no sólo no se asombró, sino que dijo que esa respuesta era más o menos “natural”, también en colegios con “buena formación doctrinal”, y que bueno…la confusión inevitable, etc.etc… No retuve la respuesta, seguramente por lo vacía que me pareció. Debo ser muy fundamentalista, pero creo que es alarmante en alumnos que terminan el ciclo primario luego de 7 años de catequesis, por mediocre y rudimentaria que ésta sea.

Pero la lógica imperante parece ser: si lo importante es que sean “buenos” y lo quieran mucho a Jesús, recurran a Él como su “amigo” (¡cuidadito con llamarlo “Señor”, a ver si se asustan!) y más o menos imiten sus criterios y normas de conducta, ¿qué importa si no entienden todo eso de las dos naturalezas, y si la resurrección es real o no, y que se metan en “cuestiones teológicas”? Dejémoslos jugar y no les compliquemos la vida…

Lo importante no es que el pueblo fiel tenga fe (eso de “verdadera” suena muy totalitario), sino que sea buen ciudadano, “tolerante” y pacífico. Que se “comprometa” civilmente poniendo un  papelito en las urnas cuando haya elecciones, y no proteste ante las blasfemias, porque al fin y al cabo, hay que respetar la libertad de expresión, y tal vez esa gente que escupe un crucifijo “en el fondo es buena”, porque llega a su casa y acaricia al gato. Entonces lo mejor es invitarlos a tomar mate y comprender que si cuando era chiquito, blablabla.

Hoy en día, uno tiene que ponerse a calmar a un católico de buena fe que se enoja muchísimo cuando oye decir que un judío o musulmán no es nuestro “hermano” porque somos hechos hermanos en el Bautismo, y tiene que ponerse casco cuando se le advierte que un bebé no bautizado podrá ser criatura queridísima de Dios pero no su hijo, porque somos hechos hijos en el Hijo, por ese sacramento…

Con este “telón de fondo”, díganme, ¿a quién puede importarle la Santísima Trinidad?

Y sin embargo…San Francisco de Sales (el santo de la dulzura, predilecto de San Juan Bosco, de Sta. Teresita y de tantísimos santos y pecadores de hoy), señalaba en su homilía sobre este día:

“Entre los señalados favores que la bondad de Dios otorgó a su siervo Abraham, nuestro gran patriarca, uno de los mayores a mi juicio, fue cuando en el valle de Mambré su Divina Majestad le visitó en su tabernáculo visiblemente. (…) Ahora, el mismo Señor se presenta a nosotros para visitarnos, uno por esencia en Trinidad de personas, no ya por una externa aparición, sino por una iluminación interna de la fe en este buen valle de la Iglesia, a fin de grabar en nuestro ánimo la honra y homenaje supremo que le debemos.

Le glorificaremos si creemos, esperamos y amamos esta suprema esencia en su gloriosísima Trinidad, si rogamos a las tres personas que permanezcan con nosotros, si lavamos sus pies, si las invitamos bajo el árbol (…) Y para ello imitemos a Abraham, que levantó sus ojos para que se digne iluminarnos con su espíritu y a su claridad podamos ver cuánto necesitamos conocer de este santo misterio y cuanto le plazca enseñarnos de él para creerlo, y creyéndolo, esperar, y esperando, amarlo, lo cual sería verdaderamente de gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

(…) La Santísima Trinidad de las personas divinas es el artículo fundamental de nuestra fe cristiana, cuya celebración solemniza la Iglesia en este día (… pues) muchos conocen la unidad de Dios sin ser cristianos.(…)El artículo de la Sma. Trinidad es tan propio de los cristianos que el mismo pueblo hebreo no tenía conocimiento expreso de él en su mayoría y nunca los paganos lo habían imaginado. Sobre él se funda la Encarnación, y sobre la Encarnación nuestra salvación; sobre él la misión del Espíritu Santo, y sobre esta misión, toda nuestra justificación.

(…) La misma Iglesia bajo el pontificado de Dámaso instituyó a instancias de San Jerónimo, que al final de cada salmo se cantase Gloria Patri et Filio, et Spiritui Sancto. Y en tiempos de Carlomagno, habiendo surgido varias herejías contra la Sma. Trinidad, se instituyó esta fiesta solemne para proclamar nuestra fe. ¡Con qué fervor deberíamos en nuestros miserables tiempos, celebrar tan santa festividad y decir el Gloria Patri! ¿Pensáis tal vez que nuestros enemigos se han contentado con arrasar la Iglesia? “El orgullo de los que te odian sube siempre”(Sal. 73, vers.ult). En efecto, hay grados en el mal y nadie llega de golpe al colmo de la impiedad.”

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Hoy, pues, asistimos a la falsificación de todas las virtudes, porque en última instancia, se ha puesto lo necesario en lugar de lo accidental, y viceversa. Hace un tiempo, muchos se escandalizaron cuando el p. Iraburu señaló que el aborto no es el mayor crimen, porque se ha perdido de vista que el Primer Mandamiento (que es el primero, y no el último) se refiere a Dios, y que sin El nada, absolutamente nada podemos hacer (de bueno).

¿Cuántos laicos o consagrados tienen suficientemente claro que la salvación eterna consiste fundamentalmente en el conocimiento de Jesucristo (Jn 17,3), que nos remite necesariamente a la revelación del Misterio Trinitario, pura y absoluta verdad sobre Dios?. ¿Con qué derecho nos extrañamos, pues, si Dios permite las persecuciones e injusticias sobre los cristianos, si hemos dado la espalda al tesoro infinito que se nos ha dado con la revelación de Su Verdad?

¿Cómo sorprendernos de la impiedad creciente en el mundo, si quienes debimos ser antorchas para iluminarlo preferimos establecer “acuerdos” en que la Luz se ocultó para no “lastimar” a las tinieblas?

En el mismo Sermón de S. Francisco de Sales (Obras Selectas, tomo I, BAC, p. 381), nos refiere algo para tener en cuenta en este tiempo de creciente apostasía que vivimos:

“San Juan Damasceno (Libro III de la Teología) cuenta una historia para autorizar la invocación de la Sma. Trinidad. Dice que en Constantinopla, siendo Proclo arzobispo, sobrevinieron varias señales de la cólera divina; estando el pueblo en oración, fue arrebatado un niño y durante el tiempo de su rapto los ángeles le enseñaron este cantar:  “Santo Dios, santo Fuerte, santo inmortal, ten misericordia de nosotros. Cuando el niño volvió en sí y contó lo que acababa de aprender, todos se pusieron a cantarlo y por este medio se apaciguó la ira de Dios y el pueblo se libró de las desgracias que le amenazaban. No dejemos, pues, de decir que las Tres Personas son adorables y superadorables por la gloria esencial e interior –inalterable-  y por la gloria exterior y atribuida -que puede ser aumentada por nuestras buenas acciones-….”

Tal vez sea hora de hacer grabar en nuestras casas, testamentos, estampas de bautismo, y sobre todo en el fondo de nuestras almas, aquel resumen bellísimo de la fe que entrega a sus catecúmenos San Gregorio Nacianceno, y que nos recuerda el Catecismo en el n. 256:

«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. […] Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. […] No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo…(Orationes,  40,41: PG 36,417).”