17.06.14

Mercados financieros y estados derrochones

A las 10:30 AM, por Luis Fernando
Categorías : Actualidad, Papa Francisco

 

Que el papa Francisco no tiene una especial querencia por los mercados financieros y el sistema económico vigente en Occidente es algo conocido. Ya en la Evangelii Gaudium dejó claro lo que piensa y enseña:

Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.

Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.

(EG 55-56)

Por tanto, no es nuevo lo que dijo ayer a los participantes de la conferencia «Invertir en los pobres». No anduve yo muy lejos de sus palabras cuando el pasado cinco de noviembre escribí un post en el que decía que era un error:

5- Olvidar que el sistema financiero no tiene alma o está vendida al príncipe de este mundo. Recomiendo vivamente verse películas como Wall Street, de Oliver Stone, y Margin Call, de J. C. Chandor.

Se engañarían aquellos que piensen que el papa Francisco es el primero en apuntar con el dedo acusador a ese “ectoplasma” llamado “los mercados". En diciembre del 2008, Benedicto XVI dijo todo esto:

“Unas finanzas restringidas al corto o cortísimo plazo llegan a ser peligrosas para todos, también para quien logra beneficiarse de ellas durante las fases de euforia financiera”
“La función objetivamente más importante de las finanzas, el sostener a largo plazo la posibilidad de inversiones y, por tanto, el desarrollo, se manifiesta hoy muy frágil: se resiente de los efectos negativos de un sistema de intercambios financieros - en el plano nacional y global - basado en una lógica a muy corto plazo, que busca el incremento del valor de las actividades financieras y se concentra en la gestión técnica de las diversas formas de riesgo".
“La reciente crisis demuestra también que la actividad financiera está guiada a veces por criterios meramente autorrefenciales, sin consideración del bien común a largo plazo".
“La reducción de los objetivos de los operadores financieros globales a un brevísimo plazo de tiempo reduce la capacidad de las finanzas para desempeñar su función de puente entre el presente y el futuro, con vistas a sostener la creación de nuevas oportunidades de producción y de trabajo a largo plazo".

El problema, al menos tal como lo veo yo, es que los “malditos mercados” son los que deciden dónde, cómo, cuándo y en qué se invierte el dinero, y ponen las condiciones para invertir. Cuando los gobiernos se gastan más de lo que ingresan, necesitan pedir dinero y el que lo presta te acaba diciendo cuál ha de ser tu política económica. Y si en ese proceso muchos se quedan colgados de la brocha sin trabajo y sin recursos sociales que les ayuden a no caer en la pobreza, allá se las apañen.

Por ello, malo sería acusar solo a los mercados de las situaciones de injusticia que se producen. Aquellos gobernantes que despilfarran el dinero público, en muchas ocasiones para alimentar la corrupción o su cartel político, son los primeros y principales responsables de la situación. El populismo demagógico económico de izquierdas y derechas -cada vez se parecen más- es camino seguro hacia el abismo.

Por otra parte, las políticas fiscales tienden a ser sumamente injustas. Los estados se han convertido en una especie de pozo sin fondo al que van a parar nuestros impuestos, sobre todo los de las clases medias y trabajadoras, que no tienen los recursos que sí poseen aquellos que cuenta con expertos dedicados profesionalmente a conseguir que sus jefes, sus empresas, paguen menos impuestos. No es menos cierto que hay países donde la fiscalidad alcanza niveles que cabe calificar de robo. En Francia, si no me equivoco, el estado llega a incautar el 80% de los ingresos de las personas de alto nivel económico, lo que hace que algunos, como Gerard Depardieu, decidan largarse con su dinero a otra parte.

En España hay comunidades autónomas donde más de la mitad del sueldo se lo lleva el estado, mientras que existen las SICAV, a las que se les impone una fiscalidad que llega solo al 2% de sus beneficios. El argumento es que si se les pone una fiscalidad más elevada, ese dinero saldría del país. Con lo cual tenemos a unos cuantos ricos pagando una miseria de impuestos mientras el ciudadano medio paga cada vez más IVA, más IRPF, etc. Y no parece que esas ICAV sean herramientas de creación masiva de empleo, con lo que cumplirían una cierta función social.

Luego está la cuestión del fraude fiscal, al que no parece que haya gobierno capaz de meter mano eficazmente. Quien defrauda impuestos está, literalmente, robando dinero a los demás. Las amnistías fiscales, además de profundamente injustas para quienes pagan religiosamente sus impuestos, sirven más para crear un “efecto llamada”, porque el que quien defrauda acaba pensando que antes o después le permitirán poner en blanco todo su dinero negro, pagando menos de lo que le habría correspondido.

Dado que, por el momento, es imposible pensar en la creación de una especie de gendarme mundial financiero, la globalización favorece que el dinero se vaya allá donde recibe un mejor tratamiento impositivo. Y eso es fuente de creación de burburjas económicas que, cuando explotan, acaban arrasando el país que las sufre. Por ejemplo, la burbuja de la construcción en España, que trajo una supuesta prosperidad, y que mientras duró garantizó millones de puestos de trabajo, ha conseguido que en este país sea literalmente imposible comprar una casa para las familias jóvenes con sueldos bajos o medios. Y esos millones de trabajos perdidos ya no volverán, porque ya me contarán quién va a construir más viviendas si hay millones sin vender.

Por otra parte, el mundo “rico” tiende a proteger algunos de sus sectores económicos -p.e, la agricultura- imponiendo aranceles que impiden que los países pobres puedan vender sus productos. La tan cacareada libertad de mercado se ve aplastada cuando amenaza la estabilidad económica de los países ricos, aun a costa de mantener en la miseria a los pobres.

¿Cómo se soluciona semejante panorama? No tengo ni la menor idea. La Iglesia desarrolla una labor social que, en buena lógica, debería corresponder a esos estados derrochones que gastan dinero en cosas absolutamente innecesarias. E intenta cumplir la labor profética de denunciar la raíz de las injusticias económicas y sociales. Pero no esperen ustedes de un Papa una fórmula mágica para acabar con el sistema. Desde luego la solución no pasa por políticas de más gasto, pues la deuda hay que pagarla sí o sí, a menos que queramos que el sistema entero se vaya a hacer puñetas y nos llegue una crisis que ponga en peligro la estabilidad mundial. La razón es simple. Si esos mercados tan malvados llegan a la conclusión de que no se les va a devolver el dinero que prestan a los estados, no lo prestarán. Y las máquinas de hacer billetes, que pueden salvar la situación en un momento concreto, solo sirven para aumentar la inflación, que es el verdadero monstruo que amenaza a las clases medias y empobrecidas.

Luis Fernando Pérez Bustamante