17.06.14

 

Ser miembro de este grupo no es nada fácil. Y menos en los últimos meses de curso. El trabajo, los actos académicos de fin de curso de tus hijos, la organización del verano, los mil planes que con el buen tiempo vuelven a estar en tu agenda familiar, celebraciones familiares, y por supuesto, la astenia primaveral… hace estragos – una ya tiene sus añitos- en la salud física y psíquica. No es que quiera utilizar estas excusas para acallar a los que me apremian a actualizar mis artículos con la frecuencia a la que les tengo acostumbrados. Es, simple y llanamente, la realidad de mi vida…y la de otras muchas mujeres que como yo son esposas-madres-trabajadoras dentro/fuera de casa o “doble jornada” que se deja la piel compaginando su vida familiar, profesional, y social día tras día.

De este tipo de mujeres ya me he referido en muchos de mis artículos anteriores. Por lo que, voy a dar solamente unas pinceladas amparándome en las palabras del Génesis: “Tomó, pues, el Señor Dios al hombre (y a la mujer) y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase”. Esta es la tarea para la que el hombre (y por tanto, también la mujer) fue creado. Esta era su vocación: cuidar, labrar, disfrutar, dignificar y mejorar el buen funcionamiento del paraíso, de la creación de Dios. Depende del hombre (y de la mujer) que se mantenga perfecto y bello. Un trabajo en equipo, activo y responsable en el que, cada uno, en su situación y en su quehacer diario, pone su grano de arena para enriquecer a la humanidad.

No cabe duda que la presencia de las mujeres en el mundo laboral, económico, político, cultural y social, aportando sus características típicamente femeninas, es de gran riqueza para la sociedad. Una valiosa contribución, perfectamente lícita y muy válida, “¡por el hecho mismo de ser mujer!” Pues como ciertamente afirmaba San juan Pablo II: “Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”1 .

“La mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad… La feminidad no es auténtica si no advierte la hermosura de esa aportación insustituible, y no la incorpora a la propia vida.

Para cumplir esa misión, la mujer ha de desarrollar su propia personalidad, sin dejarse llevar de un ingenuo espíritu de imitación que —en general— la situaría fácilmente en un plano de inferioridad y dejaría incumplidas sus posibilidades más originales. Si se forma bien, con autonomía personal, con autenticidad, realizará eficazmente su labor, la misión a la que se siente llamada, cualquiera que sea: su vida y su trabajo serán realmente constructivos y fecundos, llenos de sentido.”2

Ante todo, no podemos obviar que mujeres y hombres, ambos, iguales en dignidad, en derechos y en oportunidades; pero a la vez, distintos y complementarios, “hemos recibido la misión de cuidar juntos del mundo y de hacerlo progresar… con igual responsabilidad, con aportaciones adecuadas al propio genio, hemos de trabajar juntos por una sociedad mejor. Las cualidades masculinas y las femeninas se necesitan mutuamente, para realizar esta tarea colectiva. En definitiva, sólo se alcanza el bien común —común a todos, hombres y mujeres— mediante un trabajo conjunto”.3

De ahí que no quiera referirme en este apartado, al grupo de mujeres que deciden trabajar fuera de casa, no solo para progresar con éxito en su tarea profesional , sino más bien “por necesidad”, aunque les gustaría, en algún momento puntual de su maternidad, pertenecer al grupo de mujer-esposa-madre-trabajadora en casa a tiempo completo.

La gran mayoría de ellas necesitan, como todos, de un trabajo remunerado para mantener la familia. Su sueldo es imprescindible para complementar el de su marido: ¡Hay que pagar el alquiler, el agua, la luz, la guardería de los niños,…. Y con un solo sueldo no se llega… ni haciendo malabarismos! Eso sin mencionar que la mayoría (desgraciadamente, tan real como la vida misma, especialmente las más jóvenes que comienzan en el mundo laboral) se ven atrapadas en la sinrazón de elegir entre ser madres o permanecer en su puesto de trabajo.

La combinación mujer-marido-niños-trabajo fuera de casa no es sencilla. Y muchas de ellas cuando salen de casa hacia el trabajo lo hacen con un sentimiento de culpa, de estrés, de ansiedad, la falta de sueño, que las acompañará durante todo el día. Pero no por ello, su eficacia, su competitividad, sus responsabilidades, y su buen hacer en el trabajo se ve mermada, sino al contrario: son más eficientes que algunos de sus compañeros. ¡Se juegan la vida, y el pan de su familia, en ello! Al fin y al cabo, saben que si no ponen la cabeza en sus deberes profesionales, no solo su situación en la empresa se tambaleará sino que puntuará negativamente a la hora de encontrar o acceder a un nuevo puesto de trabajo.

Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿A cuánto está el kilo de valor emocional, económico, intelectual y productivo de la Mujer-esposa-madre-trabajadora , llamémoslas “por necesidad”?

“Para que el trabajo agregue valor a la familia y la familia agregue valor al trabajo es necesario que ambos mundos no se opongan entre sí; que se desenvuelvan armónicamente sin que uno se realice en desmedro y perjuicio del otro, conciliándose y complementándose. La conciliación es el antecedente a todos los demás elementos que componen la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres y ella se logra mediante la corresponsabilidad.

La corresponsabilidad es el reconocimiento de la responsabilidad compartida entre padre y madre, hombre y mujer, en el cuidado de los hijos y adultos mayores, en las labores del hogar y en el sustento económico de la familia. En el siglo XXI los roles se comparten, ambos ayudan en áreas que antes estaban radicadas sólo en el hombre o en la mujer, y juntos, contribuyen al desarrollo del otro, de sus familias.”4

Padre, madre, hijos, todos juntos, forman un equipo. Sin la implicación y colaboración de todos al 100% la casa no funciona. Del carro del hogar, que es de todos, tienen que tirar todos compartiendo la responsabilidad. Cada uno con el tiempo del que dispone, y aportando lo mejor de cada uno. “La familia, ciertamente, no es una tarea exclusiva de la mujer. Pero aun cuando el varón muestre su responsabilidad y compagine adecuadamente sus tareas profesionales y familiares, no se puede negar que la mujer juega un papel sumamente importante en el hogar. La específica contribución que aporta allí, debe tenerse plenamente en cuenta en la legislación y debe ser también justamente remunerada, bajo el punto de vista económico y sociopolítico (Cf. Juan Pablo II: Encíclica Laborem exercens, (14.IX.1981), n. 19). La colaboración para elaborar esta legislación deberá considerarse mundialmente no sólo como derecho, sino también como deber de la mujer”.5

Ciertamente, las cosas han cambiado, aunque todavía hoy, hay quien se empeña en ver, a nivel profesional, lo que limita a la mujer y no lo que aporta. Crear una nueva cultura, un trabajo conjunto, de hombres y mujeres, de complementariedad y conciliación, de razón y sentimiento, convierte las estructuras familiares, laborales y sociales más ricas en humanidad.

De ahí que las empresas y las administraciones deberían tomarse en serio medidas para sensibilizar a la sociedad y atraer el talento de las mujeres creando un entorno adecuado con tiempo para el trabajo, los hijos, el cónyuge, la familia, …

Para eso habrá que: flexibilizar horarios, reducir la jornada laboral, ofrecer la oportunidad de otras modalidades de trabajo(por ejemplo, trabajar desde casa en momentos puntuales), garantizar el puesto de trabajo tras una baja o excedencia por maternidad, ofrecer guarderías en la propia empresa o cerca del lugar de trabajo, , establecer las reuniones de trabajo a horas que no perjudiquen en exceso a las madres, o alarguen sus jornadas de manera innecesaria, tener un sueldo digno que compense el tiempo que dejas de dedicar a tu familia, mejorar la participación paterna, … en fin, una larga lista de tareas a realizar de las que , estoy segura de ello, nos beneficiaremos todos.

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1.Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 1995
2.San Josemaría Escrivá de Balaguer, Conversaciones, La mujer en la vida del mundo y de la Iglesia,p. 87
3.Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, El mundo necesita del genio femenino, ABC, 08/03/2006
4.Carolina Schmidt, Corresponsabilidad y conciliación familia y trabajo, Centro UC de la Familia, 2 de junio de 2011
5.Jutta Burggraf, ¿Qué quiere decir género? Un nuevo modo de hablar, p.30