17.06.14

Un amigo de Lolo – La verdadera esencia de nuestra fe.

A las 12:02 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Un amigo de Lolo

Presentación

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

”La dinámica de la salvación vino a nacer de un Hombre rotundamente inmovilizado por la fuerza de tres clavos.”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (975)

Fundación 'Lolo'

A lo largo de la historia del cristianismo muchas han sido las personas que han tratado de dar explicación a la fe que, desde que Cristo vino al mundo y unos cuantos quisieron saber dónde vivía, fue creciendo, arraigando y cimentándose sobre Aquel Maestro que enseñaba como otros de su tiempo no enseñaban.

Por eso, no podemos negar que muchos creyentes han hecho rendir los talentos que Dios les ha ido entregando para discernir, entre las cosas espirituales, aquellas que tuvieran relación con aquella creencia que acabó formando parte del, entonces, poderoso imperio romano mucho después que, desde tal mundano poder, se tratara a los discípulos de Cristo como a personas de la peor ralea.

El caso es que, si es muy necesario el discernimiento entre lo que es verdad y lo que se aleja de la voluntad de Dios, en materia de fe resulta bastante conveniente que las cosas sean sencillas pues, de otra forma, una explicación alambicada y en exceso dificultosa no llegará al corazón de los creyentes y quedará en el cerrado mundo de las teoría y las tesis.

Sin embargo, en esto Dios y en esto Cristo son bastantes más llevaderos. Digamos que les han bastado dos maderos para decirnos qué es lo que importa y hacia donde debemos mirar. La complicación la ha puesto, como suele suceder, el mismo hombre, la semejanza de Dios que tantas veces olvida lo que eso significa.

La cosa es tan sencilla como esto: nosotros nos salvamos gracias a Cristo y a la Cruz en la que murió.

Pensemos, pues, en lo que eso significa pues todo lo que exceda de tal explicación excederá, en mucho, las básicas necesidades humanas creyentes.

Aquel hombre que muere… ¿cómo muere?

Sabemos que lo hace perdonando y entregándonos, como hijos, a su Madre. Lo hace en la persona de Juan, el apóstol más joven de entre los que había elegido. Y eso debemos hacer: perdonar y tener a María como Madre nuestra. Y de una realidad y otra se derivarán, se derivan, grandes bienes espirituales que tienen su trascendencia en este mundo, en nuestro diario devenir.

Siempre, pues, la bendita Cruz.

Es, por tanto, entre aquellos maderos de donde pendió Jesús de donde la salvación de la humanidad caída nace. No lo hace por capricho de un Creador que dijera “pues ahora os salvo en vez de condenaros, como bien os merecéis por ser malos y pecadores”. No. Dios salva a la humanidad porque el sacrificio de Cristo, su santa sangre derramada, rompió su corazón de Padre e hizo prevalecer su misericordia sobre su justicia. Bien podría habernos castigado para siempre, siempre, siempre pero, en este caso, también pudo la bondad intrínseca de Dios y alcanza, la misma, a todo ser humano creado que quiera salvarse.

Alguien podía decir que es poca cosa, la Cruz, para un resultado tan abrumador como es la salvación del género humano. Sin embargo, sostener eso supondría que no se ha comprendido la verdad de todo esto y que tiene mucho que ver con la voluntad de Dios y su cumplimiento: Adán y Eva no la cumplieron y fueron castigados con la expulsión del Paraíso y con varias penas accesorias (el trabajo con el sudor de la frente, parir a los hijos con dolor, ser atacados por la serpiente, la misma dolorosa y trágica muerte, etc.) pero Jesús la aceptó y acató como sólo el Hombre perfecto y Dios perfecto podía hacer. Y lo hizo entregándose, hasta el extremo, por sus amigos.

Y nosotros, que a tanta distancia temporal miramos aquellos hechos no poco sorprendidos de hasta dónde puede llegar un corazón de carne, no alcanzamos, la mayoría de las veces, a representarnos en el nuestro una actuación así: dos maderos, tres clavos… y la salvación al fondo, como colofón final de la pura y exacta gracia de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán