19.06.14

 

Entre catalanes, vascos y gallegos, algo más de doce millones de españoles. Católicos, según los últimos datos, aproximadamente treinta y cuatro millones y medio. Datos para comenzar.

Tenemos nuevo rey: su majestad Felipe VI. Por fin, después de días y días, hemos superado la proclamación y entramos en la supuesta normalidad. Me preguntan qué me ha parecido todo y sobre por las palabras del rey esta mañana en las Cortes.

De otras cosas no voy a opinar, pero como católico y además sacerdote, me ha parecido algo penoso el hecho de que ni Dios ni la Iglesia hayan sido más que algún solideo perdido para dar color. Me temo la razón: una cosa que algunos llamarán prudencia y servidor denomina miedo. Pánico a que los laicistas pusieran el grito en el cielo si se hubiera celebrado algún tipo de oficio religioso, no digamos una misa como ha sido tradición en la corona española. Pavor a la posible falta de respeto a los no creyentes.

Horror a las consecuencias de la palabra Dios en algún sitio. Su majestad Felipe VI, tan cuidadoso en presentarse como rey de todos los españoles, y haciendo equilibrios y juegos malabares para decir lo que hay que decir y quedar bien con todos, especialmente con los más gruñones, no ha tenido ni el más mínimo gesto con los creyentes y con la Iglesia.

Quizá el rey ha olvidado las raíces católicas de la monarquía española. Tal vez no ha recordado convenientemente los servicios de la Iglesia a la corona desde el cardenal Cisneros hasta el encaje de bolillos de otro cardenal, Tarancón, apoyando la pacífica transición española. ¿O acaso alguien va a negar el determinante papel de la Iglesia en aquellos momentos?

Nos ha hablado su majestad de las personas que padecen de forma sangrante los efectos de la crisis, aunque se le pasó recordar que muchos de esos abandonados sobreviven gracias a los buenos oficios de una Iglesia que ni mira credos, razas o ideologías. Hemos escuchado esta mañana citar con fuerza la constitución, lástima que no hayan caído en la cuenta de que esta misma constitución reconoce la necesidad de una relación especial con la Iglesia católica.

Para los católicos ni una palabra, ni siquiera una mínima referencia a Dios, un simple “pido a Dios que me ayude”. NADA. Para los siete millones y medio de catalanes, hubo al menos un “moltes gracias”, para los casi dos millones doscientos mil vascos, un “eskarrik asko”, para los más de dos millones setecientos mil gallegos, un “moitas gracias”. Para los más de treinta y cuatro millones de católicos, nada. Tan nada, que hasta del escudo de Felipe VI han desaparecido los símbolos de Isabel y Fernando, los reyes católicos.

Para los católicos, al menos para un servidor, triste, muy triste. No voy a decir más.