23.06.14

 

Dada mi “graciosa” inquietud por dar la batalla contra la promulgación de errores doctrinales y herejías dentro del seno de la propia Iglesia Católica, tengo la tendencia a leer cosas cuya lectura no recomendaría a ningún seglar católico, a menos que esté bien formado y firme en la fe. No disfruto haciéndolo, pero como por desgracia no abundan los que combaten el error y tiene una atalaya mediática para hacerlo de forma más efectiva, consideraría una negligencia por mi parte no hacerlo.

Ayer por la tarde me tocó leer al insigne Jairo del Agua, del que he escrito recientemente. No encontré nada nuevo salvo la confirmación de que estamos ante una persona capaz de fundar una nueva secta. Su carácter de “iluminado” se ve en párrafos como este:

Lo he escrito en mi nombre, sin duda. Pero también en el de millones de miembros de este Pueblo de Dios, que se duelen o escandalizan de que se les pretenda alimentar con piedras arqueológicas del AT.

Ahí lo ven. El parroquiano de San Antonio (Cuatro Caminos, Madrid) se ha autoproclamado portavoz de millones de fieles que supuestamente coinciden con él en su tesis de considerar blasfemas a algunas partes de la Biblia. Me pregunto si seguirá teniendo alguna responsabilidad pastoral.

Entre las muchas cualidades del tal Jairo, figura la de usar términos llenos de misericordia y cordialidad hacia quienes señalamos la incompatibilidad de sus tesis con la fe católica. Por ejemplo:

Por convertirme en portavoz me han apaleado los inquisidores bastardos que, sin autoridad ni autorización, censuran, condenan y niegan a los demás el básico derecho a la “libertad de expresión” que, bajo ningún concepto, nos puede ser negado en nuestra Iglesia.

Quien niega la fe de la Iglesia sobre la redención de Cristo, lógicamente negará la doctrina católica que indica que no todo es discutible. Que los dogmas de fe y el resto de doctrinas pertenecientes al depósito de la fe no se discuten. Se acatan y punto. Y el que no lo hace, se sitúa fuera de la comunión eclesial. Lejos de mí pretender que se censure al señor Jairo del Agua por escribir barbaridades teológicas. Como ciudadano español puede hacer lo que le venga en gana. Como seglar que pretender ser fiel al Magisterio no. Y si tiene alguna responsabilidad pastoral, mucho menos. Para decir esto no necesito tener ni autorización ni autoridad eclesial. Me basta y me sobra el sentido común.

Sin embargo, lo que más me preocupó no fue la cháchara habitual de ese hereje pseudo-gnóstico y pseudo-místico, sino el comentario escrito por Antonio1, a quien conocemos bien en varios blogs de InfoCatólica, donde es comentarista habitual. Lo cito tal cual (negritas mías):

Comentario de La Biblia de nuestro pueblo. Biblia que tiene el imprimatur, y en su edición española, el visto bueno de la Conferencia Episcopal:

Gen 22,1-19 Sacrificio de Isaac. Los versículos 1-18 nos narran el momento en el cual Abrahán recibe la orden divina de sacrificar a su único hijo para ofrecerlo a su Dios. El centro del relato no es el mandato de Dios, ni la actitud obediente de Abrahán; el punto culminante de la narración está en la orden divina de no tocar al niño (12). Abrahán toma conciencia así de que está ante un Dios de vida, que no quiere ni exige sacrificios humanos.

La interpretación literal de este pasaje ha llevado a conclusiones teológicas reñidas con la auténtica imagen del Dios bíblico, cuya preocupación fundamental es la vida y exige a sus seguidores que la respeten. Conviene, más bien, interpretar el texto como un progreso evolutivo de la conciencia religiosa de Abrahán –y, en definitiva, de la del pueblo– hacia el conocimiento y la fe en una deidad radicalmente distinta a las que eran adoradas en el contexto geográfico en el que se mueven los ancestros de Israel.

Es verdad que el texto nos dice que Dios ordenó a Abrahán: «Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio» (2). Con todo, es necesario recordar que en el proceso de la evolución de la conciencia religiosa –evolución que no siempre es ascendente– el creyente asume como voluntad divina, como Palabra de Dios, lo que él cree que manda u ordena la divinidad o lo que ofrece por su cuenta a la divinidad buscando agradarle. Abrahán –la conciencia del pueblo– participa de un ambiente religioso en el que se practican los sacrificios humanos y de ahí la tentación de Abrahán de hacer otro tanto –tentación en la que ciertamente cayó Israel, cfr. 2 Re 3,27; 16,3; 17,17–.

La tradición nos enseñó, y desafortunadamente se aceptó de una forma acrítica, que este pasaje es la «tentación tentación de Dios a Abrahán» o que «Dios pone a prueba a Abrahán», con lo cual se nos enseñó implícitamente a creer en un Dios injusto y charlatán, que juega con la fe y con los sentimientos de sus creyentes, lo cual es una barbaridad teológica, inadmisible desde todo punto de vista. Pensando en este texto y en la interpretación que la misma Escritura hace del episodio (cfr. Heb 11,17-19), hemos aceptado ingenuamente que Dios también nos pone a prueba a nosotros en muchas oportunidades. No, no es conveniente ni provechoso para nuestra fe tener un concepto tan equivocado de Dios, porque no se corresponde con el auténtico Dios, el Dios del amor, de la misericordia y de la justicia.

Es cierto que éste y otros muchos pasajes arrojan ciertas oscuridades sobre la imagen de nuestro Dios, pero ello no significa que Dios sea un ser ambiguo; señala más bien que hay muchas ambivalencias en la conciencia humana que, en el caso de la Biblia, quedan registradas como si fueran propias de Dios. En el fondo, pues, no hay tentación por parte de Dios. En cambio, sí hay tentación a Dios por parte del ser humano. Ése es el caso de Abrahán y con mucha frecuencia el nuestro. Como quedó dicho, Abrahán vive en un contexto religioso en el que, al ofrecer su hijo a Dios, también recibía una descendencia numerosa y un territorio. Sin embargo, Dios se le aparece como alguien a quien no le importan los sacrificios, sino la vida y el compromiso por ella.

Doy por hecho que Antonio no se ha inventado eso. Ante lo cual, tenemos que, en un comentario a pie de página de una Biblia católica al que se le ha concedido el imprimatur ni más ni menos que de la CEE, se afirma lo siguiente:

1- La Biblia dice que Dios pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac.

2- La propia Biblia, en el Nuevo Testamento, interpreta ese pasaje de forma literal, en el sentido de que las cosas ocurrieron como las relata el Antiguo Testamento.

3- La tradición nos enseñó que las cosas pasaron como, efectivamente, pasaron.

Y sin embargo, la misma nota rechaza lo que la Biblia y la tradición han enseñado porque, según el autor de dicha nota (¿quién será?) tal cosa implica que:

1- Dios es injusto y charlatán, que juega con la fe y con los sentimientos de sus creyentes, lo cual es una barbaridad teológica, inadmisible desde todo punto de vista.

2- Aceptamos ingenuamente que Dios también nos pone a prueba a nosotros en muchas oportunidades.

Como ustedes sabrán, Dios jamás nos prueba, ¿verdad? Y, claro, se nos dice que “no es conveniente ni provechoso para nuestra fe tener un concepto tan equivocado de Dios, porque no se corresponde con el auténtico Dios, el Dios del amor, de la misericordia y de la justicia“.

Es decir, según esa nota, un Dios que pide obediencia hasta el extremo, la misma que le “exigió” a su Hijo para salvarnos, no es un Dios de amor, ni de misericordia ni de justicia.

Para completar la nota, el autor de la misma nos asegura que en la Biblia existen “otros muchos pasajes” que “arrojan ciertas oscuridades sobre la imagen de nuestro Dios”.

Tenemos por tanto una Biblia con un comentario que arremete contra la Biblia, contra la tradición, contra el Dios de la Biblia, contra el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, contra el Dios santo, justo y misericordioso y contra la enseñanza de la Iglesia. Y todo ello con un imprimatur concedido por la autoridad eclesial competente.

No me resisto a dejar de citar otro comentario del blog de Jairo. Es una cita de San Juan Pablo II. Buscando en google he encontrado de dónde esta sacada:

En la carta a los Hebreos leemos: “Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito, respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia” (Hb 11, 17-18). He aquí el culmen de la fe de Abraham. Fue puesto a prueba por el Dios en quien había depositado su confianza, por el Dios del que había recibido la promesa relativa al futuro lejano: “Por Isaac tendrás descendencia” (Hb 11, 18). Pero es invitado a ofrecer en sacrifico a Dios precisamente a ese Isaac, su único hijo, a quien estaba vinculada toda su esperanza, de acuerdo con la promesa divina. ¿Cómo podrá cumplirse la promesa que Dios le hizo de una descendencia numerosa si Isaac, su único hijo, debe ser ofrecido en sacrificio?

Por la fe, Abraham sale victorioso de esta prueba, una prueba dramática, que comprometía directamente su fe. En efecto, como escribe el autor de la carta a los Hebreos, “pensaba que Dios era poderoso aun para resucitarlo de entre los muertos” (Hb 11, 19). Incluso en el instante, humanamente trágico, en que estaba a punto de infligir el golpe mortal a su hijo, Abraham no dejó de creer. Más aún, su fe en la promesa alcanzó entonces su culmen. Pensaba: “Dios es poderoso aun para resucitarlo de entre los muertos". Eso pensaba este padre probado, humanamente hablando, por encima de toda medida. Y su fe, su abandono total en Dios, no lo defraudó. Está escrito: “Por eso lo recobró” (Hb 11, 19). Recobró a Isaac, puesto que creyó en Dios plenamente y de forma incondicional.

¿Y bien? ¿Acaso San Juan Pablo II nos enseñó a un Dios tenebroso, injusto, charlatán, inmisericorde, que juega con nuestra fe y nuestros sentimientos?

He dicho, y repito, que tenemos la Iglesia llena de herejes que campan a sus anchas. Los hemos tenido formando sacerdotes en seminarios, en cátedras de teología, en centros diocesanos teológicos, en colegios, institutos y universidades católicas. En órdenes y congregaciones religiosas, en parroquias, en catequesis, etc. Lo de esta Biblia y ese comentario demuestra que la herejía -de corte marcionita- es incluso sancionada con el imprimatur de toda una conferencia episcopal como la española.

Como estoy convencido de que los actuales responsables de la comisión episcopal para la doctrina de la fe de la CEE no están de acuerdo con esa sarta de barbaridades, les rogaría que encargaran la revisión de la totalidad de las notas a pie de página de esa Biblia para tomar las medidas oportunas respecto a ese imprimatur concedido. No sería la primera vez que la Iglesia hace algo así. Y si es menester, habrá que acudir a Roma para que haga lo mismo, ya que es bastante probable que esa nota aparezca tal cual en otras ediciones de esa misma Biblia que se venden por todo Hispanoamérica.

El que quiera ver dónde está la raíz de todo esto, que se lea mi post anterior. Vendrán otros similares, si Dios me lo concede. El humo de Satanás, del que habló Pablo VI, sigue muy dentro de la Iglesia. Y causa daño irreparable en millones de almas. No podemos permanecer de brazos cruzados.

Exsurge, Domine, et iudica causam tuam.

Luis Fernando Pérez Bustamante