24.06.14

¿El regreso de la esclavitud? –3

A las 12:20 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Libros

Reseña del libro: Hilaire Belloc, El Estado Servil, La Espiga de Oro, Buenos Aires, 1945; traducción de la tercera edición del original inglés: The Servile State.

En la Sección VIII, Belloc sostiene que la gran mayoría de los reformadores y de los reformados está promoviendo el Estado servil. Dejando de lado a los conservadores, que buscan una reforma de sentido contrario, hay dos tipos de reformadores que trabajan en la línea de menor resistencia. El autor los denomina el Socialista (que a su vez es de dos clases: el Humanista y el Estadígrafo) y el Hombre Práctico. El Socialista Humanista es un idealista que trata de implantar el colectivismo como remedio de los males del Estado capitalista. Pretende eliminar la inseguridad y la penuria de las masas confiscando los medios de producción poseídos por los capitalistas y transformándolos en propiedad estatal. Como esta vía es sumamente difícil de realizar, el Socialista Humanista adopta otro medio para llegar al mismo fin: en lugar de atacar la propiedad privada, limita gradualmente la libertad económica.

Belloc ilustra este fenómeno con un diálogo imaginario. El reformador socialista idealista dice al capitalista: “Mi deseo es despojar a usted de su propiedad, pero mientras tanto estoy resuelto a que sus empleados tengan un nivel de vida tolerable”. El capitalista responde: “Me niego a ser despojado de mi propiedad, y, a menos que se produzca una catástrofe, tampoco eso es posible. Pero si usted quiere determinar la relación entre mis empleados y yo, tendré que asumir especiales responsabilidades en virtud de mi posición. Sujete al proletario, como proletario y por ser proletario, a leyes especiales. Confiérame a mí, el capitalista, como capitalista y por ser capitalista, especiales obligaciones recíprocas en virtud de las mismas leyes. Yo me ocuparé lealmente de que sean cumplidas; yo obligaré a mis empleados a que las cumplan, y asumiré el nuevo papel que me impone el Estado. Y todavía más, me ocuparé de que, por obra de ese régimen nuevo, mis ganancias sean quizás mayores y ciertamente más seguras” (p. 131).

El autor sostiene que, por esta segunda vía, todas las cosas que en las reivindicaciones socialistas son compatibles con el Estado servil pueden realizarse sin duda alguna. “Al término del proceso, habrá dos clases de hombres: los poseedores económicamente libres y los desposeídos carentes de libertad económica y gobernados por aquéllos en bien de su tranquilidad y garantía de su sustento. Pero con esto estamos ya en el Estado servil” (p. 133). Cuando la transformación del Estado capitalista en el Estado servil se haya consumado, no habrá ya motivo para exigir la propiedad pública de los medios de producción. El reformador socialista idealista habrá conseguido lo que realmente quería: asegurar el sustento mínimo de las masas y eliminar su inseguridad.

La otra clase de reformador socialista (el Estadígrafo) no busca principalmente el bien de la humanidad. El ideal colectivista lo atrae porque representa el orden social llevado al extremo. Lo que él quiere realmente es “manejar” a los hombres como se maneja a una máquina. Mientras pueda manejar y organizar a los pobres, se mostrará enteramente conforme con la marcha hacia el Estado servil.

En cuanto al otro tipo de reformador (el Hombre Práctico), Belloc dice que lo caracterizan “una incapacidad de definir sus propios principios fundamentales y una incapacidad de seguir las consecuencias derivadas de su propia acción. Estas dos incapacidades proceden de una forma sencilla y deplorable de impotencia: la incapacidad de pensar” (p. 137). El autor sostiene que, si el socialista, que tiene una doctrina clara, “se ve desviado del socialismo y encaminado hacia el Estado servil, por la fuerza del orden moderno de las cosas en Inglaterra, ¿cuánto más fácilmente no será conducido el “hombre práctico” a ese mismo Estado servil…?” (p. 138). El Hombre Práctico, dejado a sí mismo, no produciría ningún resultado coherente. Pero no está en libertad de obrar, sino que es un simple aliado de grandes fuerzas que lo utilizan con gratitud y desprecio.

En cuanto a la gran muchedumbre (el proletariado) sobre la que trabajan los reformadores, aunque conserva el instinto de la propiedad, ha perdida toda experiencia de ésta y se halla sujeta mucho más a la ley particular de su empresa que a la ley de los tribunales del Estado. Es algo similar a lo sucedido en los comienzos de la Edad Media. Los poseedores recibieron bien los cambios que ratificaban su propiedad y garantizaban todavía más sus rentas. Hoy día los desposeídos recibirán bien cualquier cosa que los mantenga en una condición de clase asalariada pero que también aumente sus salarios y su seguridad.

En un Apéndice de la Sección VIII, Belloc muestra la inutilidad de la propuesta colectivista de “comprar la parte” del capitalista (es decir, la expropiación con justa indemnización) en lugar de la confiscación lisa y llana. (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes