18.07.14

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Formas de apreciar la fe

La fe como escucha y visión

“29. Precisamente porque el conocimiento de la fe está ligado a la alianza de un Dios fiel, que establece una relación de amor con el hombre y le dirige la Palabra, es presentado por la Biblia como escucha, y es asociado al sentido del oído. San Pablo utiliza una fórmula que se ha hecho clásica: fides ex auditu, ’la fe nace del mensaje que se escucha’ (Rm 10,17). El conocimiento asociado a la palabra es siempre personal: reconoce la voz, la acoge en libertad y la sigue en obediencia. Por eso san Pablo habla de la ‘obediencia de la fe’ (cf. Rm 1,5; 16,26). La fe es, además, un conocimiento vinculado al transcurrir del tiempo, necesario para que la palabra se pronuncie: es un conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento. La escucha ayuda a representar bien el nexo entre conocimiento y amor.

Por lo que se refiere al conocimiento de la verdad, la escucha se ha contrapuesto a veces a la visión, que sería más propia de la cultura griega. La luz, si por una parte posibilita la contemplación de la totalidad, a la que el hombre siempre ha aspirado, por otra parece quitar espacio a la libertad, porque desciende del cielo y llega directamente a los ojos, sin esperar a que el ojo responda. Además, sería como una invitación a una contemplación extática, separada del tiempo concreto en que el hombre goza y padece. Según esta perspectiva, el acercamiento bíblico al conocimiento estaría opuesto al griego, que buscando una comprensión completa de la realidad, ha vinculado el conocimiento a la visión.

Sin embargo, esta supuesta oposición no se corresponde con el dato bíblico. El Antiguo Testamento ha combinado ambos tipos de conocimiento, puesto que a la escucha de la Palabra de Dios se une el deseo de ver su rostro. De este modo, se pudo entrar en diálogo con la cultura helenística, diálogo que pertenece al corazón de la Escritura. El oído posibilita la llamada personal y la obediencia, y también, que la verdad se revele en el tiempo; la vista aporta la visión completa de todo el recorrido y nos permite situarnos en el gran proyecto de Dios; sin esa visión, tendríamos solamente fragmentos aislados de un todo desconocido.

30. La conexión entre el ver y el escuchar, como órganos de conocimiento de la fe, aparece con toda claridad en el Evangelio de san Juan. Para el cuarto Evangelio, creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver. La escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio del amor: es una escucha personal, que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor (cf. Jn 10,3-5); una escucha que requiere seguimiento, como en el caso de los primeros discípulos, que ‘oyeron sus palabras y siguieron a Jesús’ (Jn 1,37). Por otra parte, la fe está unida también a la visión. A veces, la visión de los signos de Jesús precede a la fe, como en el caso de aquellos judíos que, tras la resurrección de Lázaro, ‘al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él’ (Jn 11,45). Otras veces, la fe lleva a una visión más profunda: ‘Si crees, verás la gloria de Dios’ (Jn 11,40). Al final, creer y ver están entrelazados: ‘El que cree en mí […] cree en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado’ (Jn 12,44-45). Gracias a la unión con la escucha, el ver también forma parte del seguimiento de Jesús, y la fe se presenta como un camino de la mirada, en el que los ojos se acostumbran a ver en profundidad. Así, en la mañana de Pascua, se pasa de Juan que, todavía en la oscuridad, ante el sepulcro vacío, ‘vio y creyó’ (Jn 20,8), a María Magdalena que ve, ahora sí, a Jesús (cf. Jn 20,14) y quiere retenerlo, pero se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión de la misma Magdalena ante los discípulos: ‘He visto al Señor’ (Jn 20,18).

¿Cómo se llega a esta síntesis entre el oír y el ver? Lo hace posible la persona concreta de Jesús, que se puede ver y oír. Él es la Palabra hecha carne, cuya gloria hemos contemplado (cf. Jn 1,14). La luz de la fe es la de un Rostro en el que se ve al Padre. En efecto, en el cuarto Evangelio, la verdad que percibe la fe es la manifestación del Padre en el Hijo, en su carne y en sus obras terrenas, verdad que se puede definir como la ‘vida luminosa’ de Jesús. Esto significa que el conocimiento de la fe no invita a mirar una verdad puramente interior. La verdad que la fe nos desvela está centrada en el encuentro con Cristo, en la contemplación de su vida, en la percepción de su presencia. En este sentido, santo Tomás de Aquino habla de laoculata fides de los Apóstoles —la fe que ve— ante la visión corpórea del Resucitado. Vieron a Jesús resucitado con sus propios ojos y creyeron, es decir, pudieron penetrar en la profundidad de aquello que veían para confesar al Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre.

31. Solamente así, mediante la encarnación, compartiendo nuestra humanidad, el conocimiento propio del amor podía llegar a plenitud. En efecto, la luz del amor se enciende cuando somos tocados en el corazón, acogiendo la presencia interior del amado, que nos permite reconocer su misterio. Entendemos entonces por qué, para san Juan, junto al ver y escuchar, la fe es también un tocar, como afirma en su primera Carta: ‘Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos […] y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida’ (1 Jn 1,1). Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios. Con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia. San Agustín, comentando el pasaje de la hemorroísa que toca a Jesús para curarse (cf. Lc 8,45-46), afirma: ‘Tocar con el corazón, esto es creer’. También la multitud se agolpa en torno a él, pero no lo roza con el toque personal de la fe, que reconoce su misterio, el misterio del Hijo que manifiesta al Padre. Cuando estamos configurados con Jesús, recibimos ojos adecuados para verlo.

Lumen fidei

Cuando a alguien se le pregunta acerca del modo de reconocer la fe, de tenerla como instrumento espiritual de su vida y, en fin, en cómo se recibe, es más que probable que conteste partiendo del corazón (del suyo, del de cada uno) y, desde ahí, vaya expandiendo hacia el exterior de sí mismo la influencia de su creencia.

En la realidad en la que vivimos hay muchas cosas que recibimos a través de los sentidos. Esto puede parecer una verdad de las llamadas de perogrullo pero nos viene muy bien al tema que estos puntos de la Lf vienen a expresar acerca de la luz de la fe.

La fe, la luz de la misma, puede descubrirse, también, a través de sentidos como el oído y la vista e, incluso, yendo más allá.

A lo mejor a alguien le parece esto, dicho así, algo absurdo y fuera de lugar. Sin embargo, las Sagradas Escrituras corroboran que eso es así y que, además, no puede ser de otra forma.

Que la fe se recibe a través de lo que se escucha, como sostiene el Papa Francisco no es nada extraño. Pensemos, a este respecto, en los primeros oyentes de lo que había hecho Jesús.

En aquel tiempo todavía no se habían escrito los libros que componen, ahora, el Nuevo Testamento. Sólo tenían a mano la transmisión oral de la doctrina de Cristo. Entonces, aquel fue un tiempo nuevo donde una doctrina nueva se estaba abriendo paso a través de la Palabra.

Posteriormente, al ponerse por escrito no es raro decir que muchas personas accederían a la fe, al conocimiento de lo dicho y hecho por Cristo a través de tales textos pero seguiría siendo la escucha la forma más común de aceptar el mensaje de Jesús y de convertirse en discípulo suyo.

No anda, pues, nada lejos de la verdad, el Santo Padre cuando dice, pues, que es a través de la escucha, el modo ordinario de aceptar la fe. Por eso aporta el texto de la Epístola a los Romanos (10,17) “la fe nace del mensaje que se escucha” porque cuando se escucha lo que sostiene Cristo se puede acceder al misterio divino si se aceptan sus palabras que, no obstante, son Palabra de Dios; o esto otro del Evangelio de San Juan (1, 37): “oyeron sus palabras y siguieron a Jesús”.

Escuchar, pues, es aceptar la fe y, entonces, tenerla como instrumento espiritual del que servirse para llevar una vida acorde a la misma y hacer que concuerde la existencia con la voluntad de Dios.

Pero la fe también entra, por así decirlo, a través de la vista.

No podemos negar que aquellos que vieron lo que hacía Jesús (las resurrecciones de la hija de Jairo, del hijo de la viuda o, sin ir más lejos, de su amigo Lázaro) o que estuvieron presentes en las dos (que conozcamos) multiplicaciones de los panes y los peces o, incluso, que vieron cómo un ciego de nacimiento podía ver o un leproso curar al instante, no podían quedar más convencidos de que Aquel era el Enviado de Dios y el Mesías. La fe les entró a través de la vista y lo hizo, seguramente, de una forma profunda. Y es que nadie que viera algo de aquello podía no convertirse, no seguir a Quien eso hacía y demostraba tener, consigo, el poder todo de Dios.

Vemos, por tanto, que el ojo también sirve para aceptar un mensaje como el que traía Cristo al mundo.

Además, quien vió a Jesús, digámoslo así, “en directo”, presente ante sus contemporáneos, debió quedar impresionado por su forma de actuar y de hablar. Aquellos signos (tan requeridos por muchos que eran incrédulos) convencieron a muchos e, incluso, hoy día, podemos creer que también nos habrían convencido a nosotros.

Incluso el Papa Francisco da un paso más en lo referido a cómo hacer llegar la fe a nuestro corazón: tocar también es instrumento que nos convierte.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el Obispo de Roma no ceja en mostrarnos, de muchas maneras, que tiene una visión amplia acerca de la fe y de lo que supone para los discípulos de Cristo. Y esto, también, aporta nueva visión acerca de nuestra fe. Así el caso de que el tocar también nos sirve para cimentar nuestra fe.

Pensemos, por ejemplo, en el tan conocido caso de la hemorroísa (cf. Lc 8, 45-46) Aquella mujer ya tenía fe, confiaba en Jesús, pero su fe se confirmó, su conversión se afianzó, cuando tocando a Cristo quedó curada. Sirvió, aquello, para determinar en ella una fe profunda y más que bien sembrada.

Escuchar, ver, tocar… son formas de tener fe, de aceptar a Cristo en nuestras vidas y, en fin, de darse cuenta de que no sólo es a través de la formación intelectual con la que podemos conocer a Quien vino para salvarnos.

Y eso es una lección más que buena que recibir y aprender de ella.

Eleuterio Fernández Guzmán